viernes, 15 de octubre de 2010

Festejos -entre la 2 y la 3. Toledo

Una de las muchísimas ventajas de ir cumpliendo años, es que puedes hacer realidad cualquier cantidad de oscuros deseos: siempre se puede achacar a la edad que te salgan barbaridades vocales, incluso ruidos extraños, y te puedes dar el lujo de pasar olímpicamente del personal si tu atuendo te gusta a ti y sólo a ti. Que sí, que hay quien lo hace desde siempre, pero yo no fui de ésas, qué le vamos a hacer. ¿Que no combina? Y qué. ¿Que suena ligeramente antiguo? Y qué-y qué.
Sé que no puedes evitar la multa por exceso de velocidad alegando que si no llegas pronto igual se te olvida adónde carambas ibas, pero una, con irreverente nueva edad, puede intentarlo, aunque a ver si la respuesta es una ida sin escalas al centro de salud en lugar de al destino final. Y que Memorias de una Pulga pudiera no ser considerado como lectura ligera, pero ahí el truco es que nadie te cache. O si sientes que no tienes la condición física, pero decides que sí te puedes pegar una paliza andando todo un día por un lugar hermoso, pues bienvenidos sean los dolores musculares, agujetas por aquí.
Y otra cosa emocionante es que veas a las amigas que no tienes cerca, aunque sea un ratito, y puedas fungir de guía turística... para las dos.
Me explico: vivo en las Europas ¿no? De perdida tendría que conocer lo más básico ¿no? Debería poder recitar casi de memoria nombres y lugares de este país ¿no? Pos no, pa'qué más que la verdad. Allá en el siglo pasado, mi suegra me llevó a pasear a pie -y bueno, es que de otra manera no se puede- a Toledo, enseñándome lo que no se ve en rutas turísticas y abriéndome los ojos a sus historias de cuando la guerra; luego, cada cuenta-gotas vez que me caía alguien de las Américas, era visita obligada: dado lo pequeño del pueblo, lo lógico era no sólo no perderse, sino hacerlo con los ojos cerrados.
Oh, jaja, jajajojojojojajaja, jajajajojojojajajajaaaaaaaaa
Pero esta última visita salió muy bien, requete bien, de hecho. Resulta que Emi viene de primera vez, se pasa dos semanas locas visitando los más países posibles, caminando horas y babeando más, y me dedica a mí un día, para que nos vayamos como dos adolescentes con mochila a perdernos. Y le apetecía un montón Toledo, lugar de este hermoso país donde el pan de los hot dogs viene cerrado y el bimbo se vende sin orilla.
Gracias por tu paciencia, amiga: mira que ofrecerte el paseo en coche y luego aparecer sin él -las llantas rompieron su romance con la carretera... pero valió la pena probar el Alta Velocidad ¿no? Y luego todas mis lagunas... ¡Si es que parecía que hasta me lo habían cambiado de lugar el dichoso Toledo! Gracias a los dioses es pequeño, circular y está en alto, de modo que sólo era cosa de caminar para arriba como burros con carga, y luego bajar cuidando la velocidad, no fuera que agarráramos carrera y termináramos haciendo chuza contra algo o alguien. Las calles son tan angostas, tan angostas, que se camina más seguro uno detrás del otro para no sentir que tenemos que torear a los coches, aunque en realidad están en mayoría estacionados que circulando. Todo es empedrado, calles y la mayoría de las casas y si subes la mirada te saludan balcones de madera y cristal y tiestos con flores de un rojo tan intenso que parecen pintadas a mano.
Ahí sentadas en la Plaza de Zocodover (es que tenía que escribirlo, me encanta cómo suena), reviviendo tiempos no tan lejanos pero sí con telarañas, estuvimos poniéndonos al día hasta que la garganta pidió auxilio y no a gritos; riendo como locas con montones de recuerdos de épocas en que los hijos eran ni más ni menos que éso, hijos -que ahora son entes independientes cuya suprema inteligencia e intuición nos hacen ver constantemente lo ignorantes e inútiles que somos sus madres; ¡si hasta el día estuvo radiante, a ver! Primero metidas en un Museo del Ejército, muy guapo sí, muchas espadas y armaduras y pelucas, pero fuera se estaba mejor, con permiso. ¿Cuánto caminamos? Horas: favor de recordar que Toledo se compone, o eso parece cuando llegas, de pequeñas cuestas y callejones, y cuando ya llevas un rato, todo parecen subidas tipo el Everest. Y también nos emocionamos: favor de recordar que nuestra amistad inició como las clásicas madres de escuelita privada cuyos hijos están en el mismo salón (que luego saliéramos consuegras a esa temprana edad sólo le vino a dar más sabor al caldo). Intercambiamos nuevas opiniones -que no crecemos en vano, no, que nuestras vidas han ido un poco como Toledo, para arriba y para abajo. Ahhh, y nos sorprendimos la una a la otra, primero porque compartimos vitalidad, luego porque tenemos muchas ganas de hacer muchas cosas. ¡Qué bien viene eso cuando estamos de festejos de este lado del charco!
Lamento que no lo esté pasando bien con respecto a las otras. Yo he sentido eso en mis carnes (ya, bueno, se acaban de reír y sigo; es que es una expresión que también me gusta usar, charros) y es más bien feo. A nadie le gusta sentirse separado de un grupo al que quiere entrañablemente, y más si las razones ni siquiera son muy claras, o no tienen nada que ver con una. Y no se vale decir que las cosas son como son, o que ya pasará, o que para todo tiene que haber una razón: el sentimiento es ése, y no se quita como apagando un botón. Yo sólo espero que la cosa mejore, que se metan en el baúl las malas vibras y que todo se retome de la mejor manera.
Mientras, espero que se lleve en la memoria (ambas cabeza y cámara de fotos, of course) un recuerdo especial como el que a mí me ha dejado. Porque todas las visitas son distintas, el lazo que nos une porque hablamos con el mismo acento, o decimos las mismas babosadas, se matiza y profundiza porque compartimos cosas y gente, pero cada quien tiene su lugar. En esta ocasión, solemne por los festejos quincua..narios, o como se diga, le tocó a Emi.
Seguimos de celebración. Aquí nada más consta en actas.

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