Esta mañana, en pleno supermercado y mientras arrastraba una de esas canastillas rectangulares que se te vuelcan si agarras curvas muy rápido, mi mirada se cruzó con la de un bípedo de tan buen ver, pero de tan buen ver que hasta pensé que lo conocía... pero de la tele. Así que cuando me volví a confirmar mis sospechas, lo último que me imaginé es que también me estaba mirando fijamente, como si él también me conociera... pero no de la tele, claro. Me sonrió, le sonreí, nos sonreímos y yo me seguí de largo, no sin antes golpear con la bendita canastilla un mueble repleto de latas de atún (a 59 céntimos cada una, por cierto).
Muchas cosas he dejado de hacer, pero enchufarme la música mientras recorro los pasillos de un súper no es una (o bailar si la rola lo amerita, ésa tampoco); así que el tema quedó olvidado hasta que, subiendo la escalera mecánica hacia la salida, volteo y le veo venir en mi dirección. Primero pensé que era demasiado bajito, luego caí que yo iba subiendo y que así cualquiera, y mientras Howard Jones me recordaba que todo saldría más que bien por siempre jamás, el humano va y me alcanza ¡y va y me habla! ¿Qué me dijo? ¿En qué tono me lo dijo? Ni idea, con los audífonos a tope yo no oía gran cosa.
Quería invitarme un café. O sea. Favor de tomar en cuenta que eran las 3 de la tarde, que yo venía arrastrando el modelo menos sexy de carrito de la compra español y que personalmente yo no lucía, cómo diría, ni remotamente espectacular. Así que igual y me estaba confundiendo con alguien. Pensé hasta darle un autógrafo, si me lo pedía. Pero sólo quería tomar un café. Sí. Ya.
Grandes dudas de la humanidad se han resuelto en menos de cinco minutos, que era el tiempo que más o menos tenía antes de empezar mi rutina diaria, así que ¿por qué no 5 minutos? Cuando ambos viéramos que nos confundimos mutuamente, simplemente nos reiríamos mientras yo me daba un último taco de ojo. Morenazo de pelo crespo, con cara de modelo y algo de vello escapando por una camisa medio abierta, botines de piel de cocodrilo (o de chocodrilo, vaya usted a saber)... ¡si es que daba para media hora de taco!
Que en este hermoso país, donde puedes pedir tu burguer y acompañarla con una cerveza, también puedes pedir un café en prácticamente cualquier sitio: ahí, junto a la salida, pues. Cinco minutos. Y luego corriendo a casa, que mi marido y mi hija no se podían quedar sin la exclusiva... nos reímos tanto cuando pasan episodios así.
Pero nunca como éste, a ver. El protozoo traía las hormonas en juerga, y aprovechando el tirón de su físico (todo excepto la altura, ahí sí que no dio el alto) y su acento portugués (oh, sí, encima de todo), buscaba con desespero algo o alguien con quien apagar sus ansias de torero en la única noche que pasaría en Madrid, producto de su trabajo... como chófer de autobús de turistas. Buuu.
¿Y qué esperabas, hija mía, dijo mi conciencia atiborrada de descafeinado? ¿De verdad pensabas que él pensó que Salma Hayek andaba perdida en Rivas Vaciamadrid, con un carrito rojo con el mango reparado con cinta gris? Pensando así me daban espasmos de risa, que el muy idiota confundía con azoro y pendejez, yo tragándome el café en dos tragos y pasándome a despedir para reanudar mi camino hacia las obligaciones, regodeándome del placer, pero del de poderme carcajear a gusto recordando sus choros mareadores y placeros. ¿A vivir, que son dos días? Vamos, ni cuando tenía la edad de la punzada...
...See the picture: soltando piropo tras piropo en una mezcla de portugués y español, que si las manos, el pelo, los ojos, ¡los labios, por las patas de mi cama! ¡yo, que llegué tarde al reparto y que sólo me los encuentro cuando me pongo lápiz labial! Y culmina con un 'pero mira cómo me pones' para a continuación erguirse en su ¿1.65? ¿1,66? y mostrarme el mira cómo le pongo ¡es que un poquito de por favor! Me ha dado un ataque de risa tan hilarante, desparramado e interminable que casi me caigo del tropezón con el bendito carro ¡es que no podía parar! Y el tío venga a insistir, ¡hasta me dijo sus medidas, la madre que lo parió en Portugal!, que creyó que me daba un ataque de nervios mientras yo pugnaba por no llorar, y él hablaba y yo pensaba que parecía un humorista con tres endodoncias seguidas; de hecho, si se ofendió y me insultó ni me enteré. Cuando al fin pude recomponerme un poco, le miré sus hermosos ojos, teniendo para ello que bajar la mirada y le dije, entre hipos y falta de aire, que por el momento no ocupaba, que seguro que a la vuelta se encontraría a una un pelín más taruga que servidora... y que tankiu-bie.
Que sí, que creo en la risaterapia. Lo que no creo es en pagar por ella ¡si gratis es más sabrosa!
lunes, 21 de febrero de 2011
lunes, 7 de febrero de 2011
Acá y allá. Tecnologías y tamaño.
Recuerdo -pero no como si fuera ayer- la primera vez que tuve un teléfono celular en mis manos, nunca mejor dicho en plural. Ni siquiera era mío, por supuesto: de momento era instrumento sólo para los elegidos, y ese día yo lo fui, pero sólo para tenerlo en consigna por unas pocas horas: sí, uno de los tantos jefazos se lo dejó olvidado quién sabe cuándo en quién sabe dónde, el caso es que terminó en mis manos y por una sola, una única tarde, quedé dueña y señora de un ladrillo que pesaba más que todo lo que traía en mi bolso y que sonaba peor que estación AM en los años sesenta. Encima, no me atreví ni a usarlo.
Como muestra del innegable avance de la tecnología, muchas cosas tienden a empequeñecerse, y eso a veces me frustra. A aquellos a quienes les hizo muchísima ilusión traer una calculadora en el reloj, con la pena, yo me partía de risa; y todos los que pensaron que ya no podía haber nada más pequeño para 4 personas que un VW pues error, craso error: ahora se creen que cabemos cuatro donde en realidad, sólo uno y medio va más o menos cómodo, en coches ligeramente más grandes que mi llavero. Pues lo mismo con los celulares. De esas barbaridades que requerían una mochila aparte, hemos pasado a minúsculos aparatos que caben de sobra en la palma de la mano. En realidad, yo lo único que agradezco sinceramente es que suenen bien, lo del tamaño es que sigo prefiriendo los que más o menos te cubren la oreja cuando hablas y luego sientes que hay un aparato cerca de la boca, no a medio metro...
Recuerdo como si fuera ayer mismo la bronca monumental que los usuarios montamos cuando nos informaron que, a partir de tal fecha -más o menos un par de días, a ver cómo se las gastan por allá- tendríamos que incluir tres cifras más en nuestro ya abultado número celular. Nada extraordinario, en realidad: sólo había que decir 044 55 y toda la ristra de números. Mucho nos quejamos y luego, como siempre, nos adaptamos. Siempre nos adaptamos.
Acá son 9 dígitos, siempre empezando por 6. Y con la guerra de operadores que se ha montado, resulta que si te pones listo puedes coger una muy buena oferta con muchas ventajas. El problema es que yo no he resultado muy lista que digamos, pido clemencia: para cuando entendí quiénes eran los operadores, ya existían más o menos cuatrocientos mil tipos de contrato: que si los fines de semana gratis, ah, pero nada barato entre semana; que si gratis a los del mismo operador -que para conseguir la consecuente información de quién demonios es el operador de todos tus contactos ya te gastaste lo de un trasplante de riñón-; que te regalan el xzg14mil, o el hhh2beta9, o el 1045 ¡con todas sus maravillas!. ¡Pero si sólo lo quieres para llamar y enviar mensajes -y recibir, sí, claro-! Porque este hace fotos con n mil megapixeles, pero no video; y éste, que sí hace video, no entra en el contrato que quieres, o de plano cuesta más de 100 euros; porque éste tiene 100 minutos gratis, pero éste 100 mensajes, y aquél tarifa plana... Vamos, que sigo en la edad de piedra. Y tan contenta.
Y pasó casi lo mismo con los televisores. Ahora los adolescentes se sorprenden de ver un capítulo de House donde ve su telenovela favorita en un Sony miniatura... y cuando salieron eran la octava maravilla -excepto para servidora, por supuesto: favor de recordar que pocas cosas me gustan cuando empequeñecen-. En casa, allá en Santa María la Ribera... ni siquiera me acuerdo qué tele había. En casa de mi abue Lupe tenían una con mueble y patas tipo nave espacial de película B ¡preciosa! Y en Lindavista estaba la blanca, de fusibles, la última maravilla, creo, tamaño caja grande de zapatos. No habiendo visto nunca la tele a colores, en blanco y negro era maravillosa. Ella nos enseño a Neil Armstrong haciendo el oso; los chistes de Madaleno y el programa de Cachirulo; al Hombre de Acero. Y montones de películas, todas subtituladas ¡gracias, gracias mil!... aunque hay que reconocer que al tamaño de la pantalla, había que tener vista de lince para enterarse.
Ahora las pantallas son del tamaño casi de la pared, y yo me veo de nuevo en el cuaternario, cosa que por cierto me está sucediendo acá, que allá mi última adquisición fue una tele-elefante de pantalla cóncava, de muchísimas pulgadas y con el trasero más inmenso que se haya visto. Acá tenemos led, lcd y de plasma ¿cuáles son las diferencias entre cada una? ¿cuál es la mejor compra? ¿cuál la más cara y cuál la accesible? Ahhh, que si los dioses quisieran que una supiera de todo eso, entonces no tendría sabor el recibir tal cantidad de información poco coherente o de plano contradictoria. Supongo que, al igual que con el resto de aparatos, en cuanto elijo el que me gusta tarda más o menos veinte minutos en volverse obsoleto; qué le vamos a hacer.
Por ello, mi más desafortunada adquisición tecnológica sólo merece pocas líneas: esa emoción de 'haber hecho la buena compra', 'adelantarse al futuro', 'estar en lo último de lo último', que redundó en pagos mensuales por más o menos el tiempo que tardó en construirse la Esfinge, para brincar de las películas en vhs (sí, por acá también) directa y sin escalas ¡a las videopelículas! Qué bochorno, cielos: un aparato grande, pesado y lleno de botones, y 20 discos (del tamaño de vinilos), con la mitad de la peli por un lado, teniendo que voltear físicamente cada uno para poder ver la continuación. Veinte títulos de clásicos, sí, pero si querías comprar algo más ¡nomás no habia! Afortunadamente, la máquina se escacharró (se descompuso, pues) y pudimos sentir que esa etapa ya había acabado. ¿Y cómo no iba a ser así? ¿No salieron los dvd, más pequeños, por las patas de mi cama?
Y en cuanto te haces de una interesante videoteca... ¡sale el blu-ray! Y ya te quedaste obsoleto... otra vez. Mira, que si antes me preocupaba lo estrictamente necesario para siquiera dar medio tema de conversación, ahora ya ni eso. Que se sigan haciendo pequeños, pues. Para cuando yo me entere, seguro que ya son tamaño anillo de compromiso. Y para el día que lo compre, ya ni siquiera serán visibles.
Como muestra del innegable avance de la tecnología, muchas cosas tienden a empequeñecerse, y eso a veces me frustra. A aquellos a quienes les hizo muchísima ilusión traer una calculadora en el reloj, con la pena, yo me partía de risa; y todos los que pensaron que ya no podía haber nada más pequeño para 4 personas que un VW pues error, craso error: ahora se creen que cabemos cuatro donde en realidad, sólo uno y medio va más o menos cómodo, en coches ligeramente más grandes que mi llavero. Pues lo mismo con los celulares. De esas barbaridades que requerían una mochila aparte, hemos pasado a minúsculos aparatos que caben de sobra en la palma de la mano. En realidad, yo lo único que agradezco sinceramente es que suenen bien, lo del tamaño es que sigo prefiriendo los que más o menos te cubren la oreja cuando hablas y luego sientes que hay un aparato cerca de la boca, no a medio metro...
Recuerdo como si fuera ayer mismo la bronca monumental que los usuarios montamos cuando nos informaron que, a partir de tal fecha -más o menos un par de días, a ver cómo se las gastan por allá- tendríamos que incluir tres cifras más en nuestro ya abultado número celular. Nada extraordinario, en realidad: sólo había que decir 044 55 y toda la ristra de números. Mucho nos quejamos y luego, como siempre, nos adaptamos. Siempre nos adaptamos.
Acá son 9 dígitos, siempre empezando por 6. Y con la guerra de operadores que se ha montado, resulta que si te pones listo puedes coger una muy buena oferta con muchas ventajas. El problema es que yo no he resultado muy lista que digamos, pido clemencia: para cuando entendí quiénes eran los operadores, ya existían más o menos cuatrocientos mil tipos de contrato: que si los fines de semana gratis, ah, pero nada barato entre semana; que si gratis a los del mismo operador -que para conseguir la consecuente información de quién demonios es el operador de todos tus contactos ya te gastaste lo de un trasplante de riñón-; que te regalan el xzg14mil, o el hhh2beta9, o el 1045 ¡con todas sus maravillas!. ¡Pero si sólo lo quieres para llamar y enviar mensajes -y recibir, sí, claro-! Porque este hace fotos con n mil megapixeles, pero no video; y éste, que sí hace video, no entra en el contrato que quieres, o de plano cuesta más de 100 euros; porque éste tiene 100 minutos gratis, pero éste 100 mensajes, y aquél tarifa plana... Vamos, que sigo en la edad de piedra. Y tan contenta.
Y pasó casi lo mismo con los televisores. Ahora los adolescentes se sorprenden de ver un capítulo de House donde ve su telenovela favorita en un Sony miniatura... y cuando salieron eran la octava maravilla -excepto para servidora, por supuesto: favor de recordar que pocas cosas me gustan cuando empequeñecen-. En casa, allá en Santa María la Ribera... ni siquiera me acuerdo qué tele había. En casa de mi abue Lupe tenían una con mueble y patas tipo nave espacial de película B ¡preciosa! Y en Lindavista estaba la blanca, de fusibles, la última maravilla, creo, tamaño caja grande de zapatos. No habiendo visto nunca la tele a colores, en blanco y negro era maravillosa. Ella nos enseño a Neil Armstrong haciendo el oso; los chistes de Madaleno y el programa de Cachirulo; al Hombre de Acero. Y montones de películas, todas subtituladas ¡gracias, gracias mil!... aunque hay que reconocer que al tamaño de la pantalla, había que tener vista de lince para enterarse.
Ahora las pantallas son del tamaño casi de la pared, y yo me veo de nuevo en el cuaternario, cosa que por cierto me está sucediendo acá, que allá mi última adquisición fue una tele-elefante de pantalla cóncava, de muchísimas pulgadas y con el trasero más inmenso que se haya visto. Acá tenemos led, lcd y de plasma ¿cuáles son las diferencias entre cada una? ¿cuál es la mejor compra? ¿cuál la más cara y cuál la accesible? Ahhh, que si los dioses quisieran que una supiera de todo eso, entonces no tendría sabor el recibir tal cantidad de información poco coherente o de plano contradictoria. Supongo que, al igual que con el resto de aparatos, en cuanto elijo el que me gusta tarda más o menos veinte minutos en volverse obsoleto; qué le vamos a hacer.
Por ello, mi más desafortunada adquisición tecnológica sólo merece pocas líneas: esa emoción de 'haber hecho la buena compra', 'adelantarse al futuro', 'estar en lo último de lo último', que redundó en pagos mensuales por más o menos el tiempo que tardó en construirse la Esfinge, para brincar de las películas en vhs (sí, por acá también) directa y sin escalas ¡a las videopelículas! Qué bochorno, cielos: un aparato grande, pesado y lleno de botones, y 20 discos (del tamaño de vinilos), con la mitad de la peli por un lado, teniendo que voltear físicamente cada uno para poder ver la continuación. Veinte títulos de clásicos, sí, pero si querías comprar algo más ¡nomás no habia! Afortunadamente, la máquina se escacharró (se descompuso, pues) y pudimos sentir que esa etapa ya había acabado. ¿Y cómo no iba a ser así? ¿No salieron los dvd, más pequeños, por las patas de mi cama?
Y en cuanto te haces de una interesante videoteca... ¡sale el blu-ray! Y ya te quedaste obsoleto... otra vez. Mira, que si antes me preocupaba lo estrictamente necesario para siquiera dar medio tema de conversación, ahora ya ni eso. Que se sigan haciendo pequeños, pues. Para cuando yo me entere, seguro que ya son tamaño anillo de compromiso. Y para el día que lo compre, ya ni siquiera serán visibles.
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