Con fecha ni me acuerdo cuándo (pero eso sí, por la noche), llegó a mi correo un documento pdf que confirmaba que me tocaba, en panavisión, technicolor y riguroso directo, poder presenciar otro momento de esos que nada más se viven una vez. Pues claro, dirá el otro, porque si vuelve a pasar también esa es una vez ¿no?
Mi hermanito me tuvo en vilo unos cuantos días: ésos en los que dijo que quizá para otra ocasión, igual cuando se cumplieran las bodas de oro, diamante o periódico dominguero de ese evento que le marcó a él, y de rebote nos marcó a todos los que le rodeamos desde siempre. Dijo que tenía que ser chido y especial, y yo lo entiendo, pero ¿cómo le hago entender a él que de cualquier manera, repito, de cualquier manera, iba a ser mega especial para servidora?
Ya podían tocar subidos en un burro o con guitarras remendadas con diurex; ya podían salir sin haberse bañado en cuatro días, o incluso totalmente zumbados de alipuses o desvelados hasta la extenuación; hasta si no hubieran recordado más que dos o tres acordes y absolutamente ninguna de las letras. Simplemente había que verlos: teníamos que verlos. Algo se quedó inconcluso en el camino, y sólo ellos podían hacerlo más pasadero. Regalarnos algo que a ellos les ha pertenecido siempre, con cariño, con pleitos, con indirectas, con indiferencia, con lealtad, con mesura y con desmadre... pero los demás, los que estamos afuera, nosotros queríamos más.
Hablo como hermana cuervo: ¿habría pasado lo mismo si en lugar de Caifanes hubiera sido Maná, o Café Tacuba, o la Maldita? Pues para eso se inventó el segundo condicional, queridos, para esas cosas que no fueron, pero que si hubieran sido... favor de ponerle el final que más acomode. Las cosas tienen un orden ¿no? Por eso Graham Maby está con Joe Jackson, por decir.
Y sí que volvimos a algunos viejos tiempos, a los de m'reinitas, claro, los otros tan rupestres ya se quedaron bastante atrás. A continuación, dos minutos de mamonería, ustedes perdonarán: camioneta con chofer, acceso más que total, múltiples besos y abrazos con los protagonistas ¡seguridad casi para cada uno, hágame el reconsabido favor! -y sí que nos hizo falta, a ver: mi hermanita dijo que no se podía perder a los enanos y a los enanos nos dedicamos a ver, eso sí, muy del ladito, que había demasiado personal para meterse en honduras, y ambas compartimos ese sordo terror a las multitudes. Total que se nos fue el avión y cuando nos dimos cuenta, los elegidos por los dioses ya se hallaban camino a la zona vip –mamonería, remember?- y nos fueron asignados dos chatos para llevarnos tarde y con el tiempo pegado al trasero adonde supuestamente ya los demás estaban más que cómodamente instalados.
Y todo hubiera estado bien si en lugar de dar vuelta a la derecha nos hubieran dirigido hacia la izquierda. ¿Por qué, preguntarás lleno de curiosidad? Simple: para aquel lado estaba el camino indicado, separado y vacío; para donde nos llevaron, materialmente nos empujaron, arrastraron y colaron, estaba toda la fanaticada. ¿Alguna vez has intentado colarte en la fila del cine o del super? Pues así, pero a lo mega bestia. Gente sentada en el suelo con la que te tropezabas, y que luego de coraje te metían el pie para que trastabilláramos de lo lindo; un calor sofocante que subía y subía y te quitaba el aire fresco, haciéndote boquear como charal fuera del agua, mientras en las grandes pantallas tentaban al personal a creer que ya, ya iba a empezar… para finalmente llegar y encontrarse con que no había acceso por ahí ¿qué tal si se regresan y entran por donde es? ¿Y qué tal si se iban todos a tomar por…? La solución más rápida (y desesperada): brincar la valla; ¡hasta nos ovacionaron! Y mi hermanita tiene moretones impresionantes que demuestran que el miedo no anda en burro. A los cinco minutos de iniciado el concierto, los de seguridad ya buceaban para sacar chicas casi desmayadas… me dan mucha pena las sardinas…
Ah, la magia. Todo valió la pena. Fue más que especial. El viaje pasaba por el Tutti Fruti, Rocko, Rocks, Rock Stock; el Wilthern, el Palacio y el Auditorio. Y todo el personal al lado, orgulloso hasta las cachas.
Y de nueva cuenta, insuficiente. Ojalá hubiera más.
viernes, 22 de abril de 2011
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