Yo no sé por qué dicen que hacemos la necia cuando repetimos hasta el cansancio esa rola, o escenas de la peli que nos transporta o un libro especial ¿qué, no hacemos lo mismo con los recuerdos? O nos regodeamos sin cesar en placer exquisito, o nos damos sesión de masoquismo directa y sin escalas, a veces en solitario, a veces chupando la hemoglobina al personal, que entre otras cosas también por eso nos quiere.
Que levante la mano el que no se sepa de memoria algún diálogo proveniente del cine, que da igual si es Pretty Woman o Apocalipse Now. Pero ¿no es fascinante que después de cientos de veces, resulta que siempre, siempre hay algo que aparece nuevo ante nuestros ojos? Digamos que se acaba de expresar la excusa más manida de por qué miro y miro siempre las mismas... Que mi hija, representante oficial de Editorial Hormonas Tontas, ya va por el mismo camino ¡y que conste en actas que no me acuerdo de habérselo enseñado yo!
Un bonito día de primavera se apareció Jesús (alzaos, queridos, que aquí hablo de mi muy querido amigo) allá en la Montevideo, que se quería duchar porque en la suya no había agua y se iba al cine con ni me acuerdo quién, a ver una peli de la que servidora no sabía absolutamente nada. Resultó que era Tommy, y en cuanto mis hermanos se enteraron salimos pitando hacia el cine Roble, en plena Reforma Avenue... dejando a mi amigo todavía metido en el baño -la cara que debió haber puesto cuando le informamos que nosotros también íbamos, y que nos íbamos a la de ya... luego nos tuvimos (que no, no era suplicio, pero ¡tantas veces!) digo, nos teníamos que soplar el tema de Elton John, interpretado con ya se sabe cuánto arte… aunque los demás se tuvieron que soplar el álbum completo de Juan Salvador Gaviota, lero-lero, que también hizo su brillante aparición en esos días. Un poquito de por favor...
A mí siempre me pareció una historia triste y a la vez hermosa la trama de La Mosca, sus mercedes me perdonarán… y cuando los VideoCentros invadieron México, mi fidelidad se hizo patente con la cantidad de veces que alquilaba La Prometida, nada más porque me podía dar taco de ojo con Sting aunque no pudiera muy mucho aplaudir su nivel de actuación. Para entonces, mi vida se dividía -en gran pantalla, quiero decir- entre películas de Pedro Infante o un Jeff Bridges jovencísimo, por decir un par.
Tuve pesadillas con King Kong –que por cierto fui con mi apá y mi amiga Ileana, a veces Minerva. A mí me pareció bastante baboso Luke Skywalker, perov en cambio Han Solo iluminó montones de noches; descubrir la primera de El Padrino y caer irremediablemente… que sólo existe un Jazz Singer, mi rey de belén… Y sí, si mi autoestima hubiera estado en su lugar, seguro me hubiera vestido como Sandy-oh-Sandy, que teníamos clavadito el mismo huesudo estilo de cuerpo.
Así que cuando me pongo a hacer una lista mental del siglo XX, resulta que soy bastante predecible, ya veis: puedo ver sin parar la vida de Glen Miller, pero no me sé muchos más títulos de James Stewart, y me temo que sí me sé muchos más de Hanks, Travolta, Cage, Gibson, Ford, Pacino, Willis, Infante y Negrete… y que prefiero ver En la cama con Madonna que sus otras pelis. Hubo un tiempo en que me iba sola al cine, allá al Futurama que creo que se pasó a caer en el 85. Francamente, me parecía de lo más natural. Hoy día ni me lo contemplaría, a ver.
Sólo fui dos veces al autocinema, al que estaba en Santa Mónica… la primera a hacer como que veía una de… de… de… Cantinflas, cielos ¡es que iba con Aquél! Por cierto ¿sería por eso que los quitarían? Y la otra fue un desastre, una cita doble que organizó la inestable de la tienda de discos que había en la Montevideo (¿Nora?) y de la que salí escaldada, que los imbéciles galanes se pusieron al tú por tú con otros igual de energúmenos ¡y que nos echan gas! Primera y última vez, verdad buena. Encima, ni estaba tan galán…
lunes, 5 de septiembre de 2011
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