domingo, 25 de abril de 2010

Amores imposibles... o cómo sobrevivir sin tener la más remota idea.

¿Qué cuáles son los amores imposibles? Desde luego no son aquellos que te marcan con un sabor mezcla platónico-debajo-de-las-sábanas que todos y cada uno tenemos y hemos tenido con ¿un profe? ¿el hermano mayor de una amiga? o el top ten de La Pantera, Radio 590. No, esos no son amores imposibles, ésos solo son, por ponerle savoir fare al tema, verdades que nos hacen más humanos, parte integral de cómo nos expresamos, lo que vemos, lo que queremmos. Si qué va: los amores imposibles son esos que te hacen exclamar más nuncas que nunca.

Nunca había tenido un novio tan baboso; nunca me había costado tanto trabajo ligarme a ese chato; nunca se fijará en mí; nunca creí que terminaría con él, ¡nunca creí que terminaría conmigo! Si se creían que la palabrita sólo llegaba con la edad, craso error, amigos y vecinos, pues desde el principio de los tiempos (Eva por supuesto no lo dijo, y en términos más o menos científicos, la primera neurona seguro ni sabía pronunciarlo) los nuncas no son otra cosa que esos periodos entre un amor imposible... y otro.

¡Pepe Olvera! Con él descubrí lo emocionante que era decir que tenía novio, mi primer novio, básicamente porque pasaba ya rozando mi primera decena en este mundo loco. Vivía en el otro conjunto de edificios en Lindavista (cuando todavía era el más allá), antes, cuando la Montevideo tenía un camellón lleno de palmeras y todavía se podía cruzar sin miedo por cualquier lado. ¡Qué conmovedor!,los dos sentados en las escaleras de atrás de mi casa, yo hablando sin parar de... pues de las babosadas que hablara yo a esa edad, que serían un buen. Sin tocarnos, prácticamente sin mirarnos. Era rubio, de pelo muy chino y bastante soso, y con total sinceridad, creo que lo que más gustaba de él eran sus hermanos mayores, que me trataban como reinita. Y el recuerdo de la única vez que me fui de pinta de la escuela -las monjas, la escuela de monjas-, que fue para pasar la mañana a su lado, sentada en los jardines de la urbanización, más bien muerta de miedo de que me reconocieran, me agarraran y saliera en las noticias de Zabludovsky. Ni me reconocieron, ni me agarraron ni salí en Canal 2, pero sí se enteraron en la escuela, pues como no me pareció correcto faltar sin avisar, en compañía de la compinche correspondiente, Fabiola, no se nos ocurrió nada mejor que avisar por teléfono, quesque fingiendo la voz, que no llegábamos. Sin comentarios.

¡Carlos Ochoa! Llenó los días (y noches, sí, vale; bueno) de primero de secundaria en un formato tipo reality show; luego él se fue a la preparatoria y yo todavía me pasé suspirando por sus huesos un largo rato: Ringo Starr había publicado "Fotografía", himno nacional de las que suspirábamos por alguien que a su vez suspirara así por nosotras -retorcido, sí, se que así suena, pero esto es un desvarío ¿no? Clemencia y paciencia, pues-. ¿Acaso él era una criatura divina con ojos color de cielo, alto y fuerte y con facciones masculinamente hermosas? Pos no, la verdad. Yo sólo sé que recibí el aguijonazo de Cupido -o su mordedura, igual- y pasé a formar parte de la corte de seguidoras suyas ¡que las tenía! Y a beberme los vientos mientras me hacía pasar por amiga de la Carolina Aimerich y así hacerle creer que se la podía presentar ¡sin duda! ¡cualquier día! E interceder para que ella le hiciera caso ¡sin duda! ¡cualquier día!... nunca supe si sólo me daba el avión o le vencía una natural timidez, es más, ni siquiera me enteré si anduvo o no con la chata aquella, para mí es nada más un referente al inicio de esa edad donde se ocupaban jerarquías, se pertenecía o no a un grupo, se marcaban diferencias. Yo era, por orden de aparición, la hermana del Pollo; la huérfana de madre; la mejor en inglés; la segunda seleccionada para todos los equipos. Vamos, nada para impresionar al Ochoa. Así que mejor impresioné a otros...

¡César... ¿¿??!

¿César? ¡No recuerdo su apellido! ¿Será posible? Pues llegar a la preparatoria y caer rendida a su sombra fue una misma cosa. ¡Era igualito a San Neil Diamond! ¡Igualito! Y los que le conocieron se acordarán (cierto, no era tan alto, más bien moreno, no componía o cantaba ni ganaba millones de dólares como el otro, pequeñas minucias ¡pero era clavadito!) y encima lo sabía -lo de que estaba para comérselo-; por si fuera poco y no bastara, tenía coche ¡imponente la criatura! Y, esto... claro, tenía novia. Así que yo me desperdigaba por los rincones de la escuela para seguirlo, verlo y si se podía hasta oírlo, mientras por las tardes llenaba cuartilla tras cuartilla de encendidas cartas que luego rompía en mil pedazos porque mis hermanos habían descubierto el filón de El Padrino, es decir, que el que tiene la información tiene el poder. Así que me dediqué a adorarle en silencio, a soñarle a mis pies y a fingir que su ignorancia absoluta de mi persona se debía a que mi delgadez era más bien extrema. Cuando un par de años después se apareció en la puerta de mi casa ¡en la mismísima puerta de mi casa! acompañado de su fiel escudero y con su coche aparcado abajo, bueno, pensé que quizá había llegado la hora de volver a hablar con el altísimo mando y darle cumplidas gracias por el milagrito, pero resultó que el chato simplemente andaba tanteando, aburrido supongo... o en último caso había perdido una apuesta. Lamentable por él, bien por mí. Me dí el gusto de mandarlo directo y sin escalas a molestar a su progenitora.

Si es que al final hasta tiene su lado bueno eso de marcarse las aventuras como programación de Tele-Guía: te evitas vivir situaciones de canción de Pimpinela, te fusilas sin pudor cualquier culebrón televisivo o del cine y ni quién se queje, vamos, que se hace mucho más llevadero la conjugación del verbo nunca en todos los tiempos y todos terminan siendo una especie de experiencia piloto, que se supone además debería funcionar para cuando la cosa pintara un poco más en serio... Y hasta aquí el reporte de algunos de mis nuncas, porque los siempres, ah, ésos son otra historia. Vivieron intercalados entre cada sinónimo de jamás y forman parte de otro repertorio de desvaríos, que verán la luz, supongo, algún día no muy lejano.

1 comentario:

  1. Tenía 10 años, iba en 4° de primaria.

    Cuando Judith me dijo que sí, me dio mucho gusto, pero ya no supe qué mas hacer, así que sólo le di las gracias y le avisé que me iba a jugar fútbol porque mis amigos me estaban esperando. Supongo que ella, lejos de molestarse, probablemente se sintió aliviada, pues tampoco sabía que hacer conmigo en mi nueva calidad de nuevo novio suyo.

    Recuerdo que le di un poema que le escribí (desde niño siempre fui muy ñoño y cursi) y le regalé un prendedor de color verde en forma de pez. Cuando 5 ó 6 días después de darme el sí me dijo que decía su tía que siempre no, yo, muy digno, le dije que podía quedarse con el prendedor, pero que por favor me devolviera el poema (la ñoñería y cursilería de nuevo, a todo lo que daban!!).

    Creo que al final los 2 nos sentimos aliviados.

    Ya pasaron 35 años de esto, y lo sigo recordando como si hubiera sido hace unas cuantas semanas.

    Eso si, hace poco la vi. ¡ESTÁ GUAPÍSIMA!! (Qué despedicio, no?)

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