Las opciones de celebrar tan dichoso acontecimiento empezaron a reducirse cada vez más y más, conforme avanzaban los meses y bajaban las finanzas, mira qué combinación más murphiana; pensé que podría cambiar de guardarropa, o de sofás (que a gritos lo piden ambos), y al final sólo voy a cambiar de aire, que no es moco de pavo, habida cuenta de que, aunque gratis hasta las puñaladas -mi apá dixit-, aquí directamente no había manera de conseguir cruzar ese pequeño charco de violín.
Aunque he estado meses preguntándome cómo iría a festejarlo, también confieso que me he preguntado cómo no lo fastidiaría, repasando mentalmente que no hace falta contarme las arrugas, vamos, ni las medidas, que despúes de todo aún sigo midendo 1,69, ¿no? Pues ya con eso. Luego: aquí no es lo mismo. Aquí no se va a Sanborns por un pastel ya fuera encargado o en el último minuto, aquí se va al Corte Inglés y se deja de señal un riñón; mi ambiente es de pocas –buenas, muy buenas- amigas pero no de las que se van a la fiesta y dejan al marido y a los chamacos que se hagan bolas solitos, y para qué me hago la loca: me hace falta la familia, toda ella, la consanguínea y la postiza. Así que se me ocurrió simplemente empezar otra decena respirando los grises aires londinenses, comprándome una taza que diga “I-corazón-London” y un llavero, y regalándome la cara de mi hija cuando se empiece a comprar cosita tras cosita… en los mercadillos, que de Harrod’s sólo veremos escaparates.
Me voy a dar otro tipo de regalos, supongo: en estos momentos en que un curriculum en mis manos vale menos que un billete con Cuauhtémoc, quisiera sentir que llegan las horas en que las decisiones más trascendentales tengan que ver algo más que con el número de días que me tardo en cambiar las toallas en casa; como que decir ‘no, gracias, no me apetece’ o ‘no, gracias, en otra ocasión’ no conlleven sentimiento de culpa… ¡que no es muy seguido, aclaro! Decidir, con plena conciencia, que aunque sigan habiendo piedras en el camino, baches, hoyos o banquetas malhechas, yo ya estaré más allá de todo eso, por la sencilla razón de que todos los trancazos ya me los he dado. Y tomando en cuenta que mis huesos ya avisan mejor del clima que los noticieros, espero y confío que me permitan seguir bailando las rolas de los ochenta que tanto me gustan, o hacer malabares nocturnos, o ponerme traje de baño sin sentir que me fugado del museo de Antropología.
Después de todos estos años disfrutando y presumiendo de vista de águila, naturalmente mis ojitos soñadores me avisan que se están empezando a cansar después de haber leído millones de revistas –desde Lágrimas y Risas hasta Cosmopolitan, pasando por Muy Interesante, Mad o la Pequeña lulú, además de cientos de repasos a las Selecciones de mediados del siglo pasado, oh, sí-, miles de libros, obligada en la escuela y fascinada en casa, encontrando al gurú Stephen King y acompañándole 42 obras después. Una vez leí que se puede vivir sin sexo, pero no sin gafas… ya veremos.
Sigo y seguiré temiendo a los avechuchos, a los animales que reptan tipo lombriz o culebra, o que brincan tipo saltamontes –que aquí hay ¡muchos! en primavera y verano-;y cumpliré los que cumplo y los que queden sin ver ésa escena de “El Exorcista” donde el chamuco pasa a ocupar al buen cura: simplemente no quiero verla, y por lo mismo no creo que pueda. Seguiré fantaseando, que es gratis; y seguiré prefiriendo unos buenos molletes con café a la más sibarita de las ensaladas. Una sesión de fuegos artificiales; noches de velas; desodorante de bolita; si es que da igual, eso ya no va a cambiar.
La temporada de festejos de Lula por cumplir un chingo de años ha empezado sin planear, trabajando con chamacos igual que hace varios lustros. Termina la veda.
lunes, 11 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Hace muchos años mi hermano, volvió de un viaje en el que le dio la vuelta al mundo trabajando en el crucero golden princess.
ResponderEliminarLo primero hizo fue preparar dos tortas de frijoles que tenían que ser en bolillo, no en telera, y un café legal.
luego cuando nos sentamos a la mesa, con lagrimas en los ojos me dijo:
-no sabes cuanto extrañaba esto.