domingo, 20 de noviembre de 2011

Votar y botar

Este país hermoso está en crisis… igual que muchos más ahí afuera, si tampoco somos tan especiales. No hay empleo, no alcanza el dinero, hay mucha desesperación. La guerra entre operadores de telefonía y demás está tan tremenda, tan desproporcionada ya, que te regalan las perlas de la virgen, los ojos de la cara y lo que tengan a mano con tal de que te vayas con ellos. Así está el patio…

Y hoy tocaba votar para elegir al nuevo presidente de España. Cosa que en esta casa, por vez primera, se lleva a cabo por partida doble y no, no es que servidora haya jurado lealtad a su bandera y a su rey. La heredera se volvió adulta y tarde se le hacía para estrenarse. Aquí el tema de fondo, lo que parece que más le duele al personal que puede ejercer ese derecho, y que está cercano a nosotros, es que el ganador se erigirá como aquel a quien habían evitado todos los años anteriores. La derecha gobernará el país, dicen, y ya podemos echarnos a temblar ante los recortes, las congelaciones y suspensiones, ante la privatización masiva y la emergente y potente nueva fuerza que cogerá la iglesia, tan dada ella a la misericordia y a la igualdad. Empezará otra nueva era del terror, donde los ricos serán más ricos, y los muy ricos serán tan intocables como una vaca en la India; los pobres y los no tanto, en cambio, seguirán en la espiral ya tan conocida, con hipotecas que se van a los cincuenta años y donde los ancianos padres acogen a los hijos sin trabajo, sin dinero, sin ilusiones…

Pinta muy negra la cosa. Pinta triste, porque los jóvenes se movilizan, se indignan y se movilizan y aun así no alcanzan a ser fuerza suficiente para conseguir un cambio real y concreto, visto lo derrotista que pintan el panorama, con lo cual ahora supongo nos tocará rasgarnos las vestiduras y aguantar el chaparrón de la mejor manera posible… porque en el supuesto de que el nuevo gobierno no consiga enderezar el barco, siempre podrán echarle la culpa al anterior gobierno, algo muy hecho aquí, o a la misma Europa, que a pesar de los pesares nos sigue tratando como si fuéramos el penúltimo de la fila.

España no es un país triste, pero llora mucho. Y me quita las ganas de explayarme ¡sorpresa!

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