domingo, 11 de diciembre de 2011

Aquí. Algo de la tele

El apagón analógico se llevó a cabo con éxito en España, y en lo que va del año tenemos, mayormente en alta definición, al abanico completo de la programación televisiva, canales autonómicos incluidos. Gracias a la TDT, los españoles tienen chorro mil canales en abierto, una opción impensable hace poco menos de 30 años y, sin embargo... sin embargo…

… pareciera que no hay para todos. Los programas de más audiencia van de contenidos alucinantes como presentar a juicio ante un juez de chocolate el cómo cobrar una deuda absurda, echar a una pareja inútil o conseguir el visón de la abuela; o esos otros (¡muchos!) donde mayormente se trata de airear las vergüenzas y mediocridades de los famosos, donde acuden primos lejanos, amigos de la infancia o supuestos amantes a soltar –tras recibir su correspondiente cheque, oh, sí- la intimidad que se vuelve exclusiva, de risa loca y de pena ajena, la verdad. Hace poco más de un mes, el programa nocturno estrella se anotó un seudo-gol entrevistando a la madre de un supuesto delincuente que no, no robaba bolsos en el metro o chuches en las tiendas, sino que está en el medio justo de uno de los juicios más mediáticos, porque se sabe quién mató a Marta, cuándo la mataron, cómo la mataron… pero no han podido encontrar su cuerpo, mientras los cabrones encarcelados ya va para dos años que no sueltan prenda, se contradicen, cambian la versión, juegan con los sentimientos de sus padres y del personal. Y va el programa este y presenta a la madre de uno de ellos, con lo que las redes sociales explotaron y en consecuencia se dio el caso de la espantada de anunciantes, algo jamás visto por estos lares. Se les debe haber caído hasta el último pelo, alucinante.

Aquí la cosa va de mucho marujismo, pero eso no la hace tan diferente de otros lugares, supongo. Las mañanas de la tele abierta le pertenecen a los programas de ‘variedades’, donde aparte de la prensa rosa, los temas policiacos y por demás morbosos tienen un sitio especial, y a veces parece que bastante privilegiado. La lucha entre las cadenas se vuelve entonces feroz, y las noticias se pueden trasladar tranquilamente de ahí a los noticieros, a los debates y finalmente a los programas nocturnos, tan en boga. Los periodistas, o lo que sean ellos o digan que son, se maquillan, se sientan y actúan con dignidad y pose profesional y, con papelito en el regazo, sueltan su trascendental pregunta sin ningún pudor: “¿Se acostó o no con fulanito?” “¿Es cierto que la tiene muy pequeña?” “¿Y estaba con los dos al mismo tiempo?”, and so on…
Meterse con programas de concurso es tema de otro largo desvarío. Los hay que duran dos semanas y otros se mantienen, ofreciendo importantes cantidades de dinerito porque si no, la gente pasa de ellos, la verdad. Y las series de producción propia, cien por ciento españolas, ésas tienen gran nivel de audiencia, que ahora son más cuidadas y menos absurdas. Pero aun así, pocas se salvan, todo hay que decirlo.

Eso, más la condenada manía de poner pocos bloques de comerciales, pero de hasta seis minutos de duración cada uno e interrumpiendo el programa cuando más o menos les da la gana… eso en la tele abierta, que por lo menos te deja ir al baño, cenar y hasta echar unas llamaditas o un rapidín, porque en la estatal ya no hay anuncios desde enero de este año y ¡nada! a bailar en el asiento mientras se acaba el programa o de plano no coger el teléfono. Extremos, sí, y con esos nadie está nunca contento…

Luego más.

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