Tratando de explicar lo inexplicable.
Empezando la gloriosa década de los ochenta, la vida me trajo montones de regalos que incluirían, por ejemplo, la música que más me ha llenado, los empleos que más me han gustado, ¡hasta la ropa más increíble, vivan las hombreras monumentales que enmarcaban los angulosos finales de mi anatomía junto con las mini mini faldas, un metro largo de delgadas piernas para lucir! ...Ah, y a él.
Temiendo que la carga de cursilada en la última frase pudiera aplastar a todos los demás desvaríos que me van llegando en cascada, procedo a centrarme en los hechos nada más, igualito que cuando se discute lo del huevo y la gallina: si hubiera sido hija única; si mi hermanito no me hubiera invitado; si no me hubiera sentido atraída por el rock; si hubiera decidido no ser amable a pesar de lo gordo que me cayó que llegara tan, pero tan tarde a la cita... a saber qué condenado gallo me hubiera cantado.
Y es que tampoco sé que vio en mí. Y no porque servidora estuviera de malos veres, que no, que no: es que había no sólo un pequeño abismo de edades como inmenso de experiencias, además sucedía que justo en esa coyuntura él andaba rozando los cuernos de la luna -a nivel mediático-, y empezaba a avanzar hacia ese extraño y exótico estrellato de los que son reconocidos entre el personal y conocidos entre el resto de los mortales, como una mezcla de famosos y celebridades, no sé expresarlo mejor. El caso es que le gusté, y una vez que yo decidí que él a mí también me gustaba mucho, lo que empezó como romance de secundaria fue avanzando, luego madurando -y finalmente echándose a perder, justo como un tupper con albóndigas tras un par de semanas guardado en el refri- para luego formar parte de la historia y poco más.
Nosotros no teníamos nombres en clave, ni nos inventamos un lenguaje único para comunicarnos a solas o frente a otros. Las cosas se fueron dando con mucha naturalidad, si tomamos en cuenta que yo había salido medio atormentada de una relación más bien pinche y él, él, salía y entraba de ellas -con bodas incluidas- sin encontrar aún a esa media naranja, ésa que cuando aparece, o nos parece que aparece, nos voltea del revés y nos envía todo el tiempo señales de que ahora sí, ni más ni menos. ¿Por qué no pensar que podíamos serlo el uno para el otro? Uno de mis problemas era, en esos momentos, no parecer más boba de lo que andaba por sus huesos, como seguramente me veía en esos sábados en el Chopo: ¡es que lo recibían como a las aguas de mayo! Y en los antros, que empezaban a aparecer y que todos esperábamos que se hicieran legendarios, ¡pero funcionando! ah, en ese momento eran la opción para todos aquellos que sentían que (y tocaban como si) su música fuera la más avanzada, la más rompedora... Por eso también los ensayos en mi casa tenían un lado mágico que sólo yo entendía.
Le seguí, primero porque así lo quería, y segundo porque no se me ocurrió (después de meditarlo detenidamente... buah, es igual) ver que podría haber otra opción. Me rebelé contra lo que supuestamente me asfixiaba en la vida diaria, y sentí que había llegado la hora de dar un paso más grande. Y ahí te voy, al grito de viva la virgen, a según yo empezar una vida maravillosa, plena, increíble, divertida, interesante, aventurera, digna de envidia, total... para pasar a estamparme contra el muro invisible -pero igual de jodido- de que no estaba ni remotamente lista para hacer algo tan radical sin hacerle daño a él, a mis amados, a mí misma. Que no toda la culpa fue mía, aclaro; es más, soy absolutamente incapaz de dotarle de algún porcentaje, pero por mi lado, exclusivamente por mi lado, resultó que la persona que yo era de puertas adentro, literalmente, no era, digamos, algo muy aproximado a lo que debería complementar la vida de otra persona con ya, bueno, varios kilómetros recorridos más.
Si hubiera podido, si hubiera sabido, si me hubiera puesto a pensar dos minutos más en lugar de sólo cerrar los ojos, estirar la mano y, ala, a volverme la mujer de alguien, mira... seguro que sería una bicicleta. O sea, ni al caso. El decálogo de por qué no debió enamorarse de mi o yo de él comenzó a parecerse sospechosamente al Quijote -en cuanto a tamaño- y a la Biblia -en cuanto a desastres-. Si lo dijo mi admirado doctor House hace poquito: 'cualquier cosa puede ser cualquier cosa', lo cual más o menos significa que lo que parece que muy bien empieza, en realidad puede ir del cocol sin que te enteres. Como lanzarse de puenting pero sin ataduras, que la sensación en la caída es igual, la adrenalina surge igual, el problema viene cuando no rebotas y a la velocidad de la luz te estrellas contra lo que hay abajo, brrr.
Igual si me hubiera puesto firme para decirle a los ojos, por ejemplo, que me declaraba objetora de conciencia para hacer con gusto cualquier tarea de casa... es que ver una cama tendida me encanta y me seduce al día de hoy, lo que siempre he detestado es tener que hacerla con mis manitas. Que sólo cocinaba cuatro cosas, cuatro, y a veces mezcladas entre sí, además de considerar con total seriedad que los espaguetis eran la mejor comida del día, todos los días y en realidad a cualquier hora... además de que también le tenía terror a la condenada olla express; o que dormir representaba un importante porcentaje de mi vida diaria, pues era bien capaz de quedarme sope en cualquier postura, en cualquier lugar y hora; que amaba con locura las series yanquis, que tenía discos de Barry Manilow y de John Denver y de los Osmond ¡y los ponía mucho!; que me sentaba a ver los partidos del América y que había visto todas las peleas de Alí que televisaron; ¡que odiaba lavar la ropa a mano!; que los fines de semana, a menos que no quedara de otra, el uniforme oficial era la pijama; y que si el best seller era la atormentada vida de Joan Crawford, tarde se me hacía para atragantarme con él.
Y sin embargo me hizo posible. Él me hizo posible. A pesar de todos mis miedos y mis silencios yo lo miraba confiada, lo esperaba confiada y me lo devoraba confiada. Asumí que era normal aceptarme como un todo-incluido en hotel de playa de Ixtapa, puesto que él llenaba absolutamente todos mis sentidos. Craso error. Como no le podemos echar la culpa a mi signo zodiacal o al precio de las manzanas en Camberra, el resultado, tan previsible y a la vez tan poco esperado, es que me tuve que ir con mi música a otra parte, que eso no estaba saliendo bien. Y el encanto se rompió. Pero nunca el hechizo. En todo el tiempo a su lado se activaron sensaciones que yo no creía que existieran, y la sed siempre era saciada; todas eran ocasiones memorables, diario parecía el día de la fiesta de graduación, desde comprar un mueble para sus cientos de discos o escribir en su máquina de escribir los textos que me dictaba; cuando hicimos un open house, y como no teníamos mesa pusimos dos cajas de guitarras y un mantel... risas y besos y capítulos triple equis en sitios más bien insólitos e imposibles de relatar aquí por tratarse éste de un horario no apto, ¡ah, un fin de semana glo-rio-so en Acapulco, con bronca incluida! Mi cumpleaños, el suyo. Sus amigos, mis amigos -pero no nuestros amigos-; mis celos, nuestras decisiones con té y bicicleta. Y sí, efectivamente, amigos y vecinos, el dinero que no entraba ni por la puerta, con el natural resultado de que mucho de lo bonito, o sea casi todo, se escapaba si no por las ventanas, por el marco de la puerta o el elevador, que vivíamos en un séptimo piso.
Por dentro y por fuera me escocía no ver a casi todos los míos, la verdad, pero al principio estaba más que dispuesta a no negociar y sí a demostrar que lo que había hecho era lo correcto. Fantaseaba furiosamente con nuestra vida de ancianos, con hijos buenos e inteligentes, con perros y gatos y los consuegros llevándose de maravilla... cielos. Y mira: visto lo visto, sólo han sido distintas coyunturas. Por eso conjugo en reflexivo el verbo hacer posible, pues pasaron varios años, un montón, antes de que el 'ésto, también, pasará' -al más puro estilo peliculero de Julia Roberts-, al 'uf, aquí no ha pasado casi nada' (en Monterrey, por cierto, durante la gira de Rock en tu Idioma, digo, por si tenían curiosidad). Ahí me liberé y empecé a conocer más de geografía universal. Alemania, España... ¡que viva la madre que las parió!
Vendrán más, después.
viernes, 11 de junio de 2010
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se que tu letras son largas como tus pensamientos pero ordenados como para entender lo que pasa por tu cabecita crusado con tu corazon....Martha
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