“Y somos los exploradores, y al-que-no-le-gusta-que-le-pongan-flores, y vamos en nuestro tú-tú, y vamos en nuestro tú-tú...” (Soldado Juan Garrison)
Erase una vez una niña flaca, más bien huesuda ella, larga como una i mayúscula aunque en realidad parecía una ele (que ya calzaba del 'patorce' desde muy temprana edad) y que ya estaba medio harta de no tener nada que la hiciera parecer como ésas, también flacas, que salían cada mes en las portadas de la Cosmo ¿por qué ellas lucían tan perfectas, estéticamente llenas de luz y belleza? ¿Por qué una parecía tabla de lavar cuando se miraba el torso, los cabellos como experimento del Profesor Chiflado y las clavículas unas jaboneras XX-L? ¿Es que nadie en el mundo cercano se sabía la dirección de Francesco Scavullo?
Yo era bonita, muy bonita para Jesús. Pero no contaba lo suficiente, porque su imparcialidad se veía obnubilada por lo mucho que me quería... Y yo no sé si era producto de esa necedad, pero me daba la sensación de que todas a mi alrededor se empezaban a desenrollar más rápido y más bonito que yo ¡era tan injusto! Agréguese a la ecuación, además, el ser hermana sándwich de dos hermanos cuya única misión en la vida, al menos para mí, se dividía entre ignorarme o hacerme ver la vida de cuadritos.
Ah, pero no iba por ahí la cosa. Resulta que a mis hermanos 'los medio hicieron' boy scouts. Y digo así porque mientras mi hermanote parecía disfrutar del tema, a mi hermanito no le hacía ni la menor gracia. Incluso no sé si esta parte oscura de la historia tendría autorización para ver la luz, así que mientras lo viriguo, ahí lo dejo. Es que encima, resultó que los mayores se la vivían en mi casa chacoteando y hablando horas con mi amá, ¡la querían un montón! Y ahí, emergiendo cual diosa venus, servidora, la hermanita, que era tratada como 'mi reinita' en general. ¿Qué más daba que fuera producto de mi corta edad, de mi interés y convencimiento de que lo que sucedía era que yo estaba, cómo decirlo, a su altura? Era como ser la mascota oficial de un montón de dioses -que sí, que seguramente lo era, pero del tipo oso de peluche-, y mientras me compraran helados, escucharan mis babosadas y se rieran de mis ideas ¡que yo me sentía mayor... y bien bonita! Era el planeta perfecto. Sería normal que la siguiente invitada a participar en el proyecto scout fuese yo ¡con Las Haditas, sí! Pero es que la sola idea de convivir sólo con niñas me daba un poco más que horror y flojera...
Sinceramente, ni me acuerdo cuánto tiempo fui o dónde eran las reuniones; digno de estudio es cómo la memoria selecciona sólo ciertas cosas, pues recuerdo perfectamente el día que me compraron la parafernalia inherente, probándome ropa toda la mañana, que si la gorrita -o como se llame- que si los pins -o como fueran-, que si la faldita -¿faldita? No, creo que no-; total que ya armada me lanzaron al centro del coliseo, haciéndome sentir exactamente como una gladiadora, que no como una guerrera, imagínate a esos pobres que saludaban al César antes de servir como merienda a los leones ¡qué poco me gustó! Para todo eran canciones sosas, como de kinder para mis oídos que ya escuchaban desde Julio Iglesias hasta The Fifth Dimension; o mi agilidad física, equiparable a mis ganas, es decir que no eran muchas, porque piernas largas siempre he tenido, pero elasticidad, lo que se dice elasticidad, de eso nada, monada... ¡que yo quería estar con los chicos! Y no porque ellos no treparan, corrieran e hicieran toda clase de juegos que se veían infinitamente más divertidos ¡sino por los guías, cielos!
Total que un día consiguen (ellas, claro, ellas) el permiso correspondiente para una acampada de dos o tres noches -para mí iban a parecer siglos- en los campos que Pemex tenía al lado de la unidad. Habían varias casas grandes, de esas que a nuestra edad pensamos que eran de los muy muy ricos, de entrada porque tenían jardín, y de salida porque tenían... ahora les cuento. Sí que había emoción, confieso, porque íbamos a dormir fuera de casa, muchas por primera vez en nuestra vida ¡yo lejos de mis torturadores! Pero también lejos de nuestras madres -eso sí apachurraba el corazón un poquito-, y sobre todo, porque íbamos a probar algo que la mayoría ni sabíamos que existiera: la posibilidad de ser independientes, en fin... Y allá te voy.
¿Emoción? ¿Interés? ¿Aventura? ¡Qué va! Todo fue muy bien los primeros... veinte minutos. Luego vino la ¿decepción? ¿vergüenza? ¿miedo puro y duro? a dormir sobre el pasto en casas de campaña, a no tener dónde lavarse, a comer frío o bien cocinado en hoguera. No me malinterpreten, yo no soy quisquillosa, para nada: ¡es que no tenía ni la más remota idea de lo que me esperaba!!! Sobre todo viendo las casas ahí, a 20 metros, con cocina, con camas, ¡con baño!
Bueno, sí soy medio quisquillosa. Sí. Sale.
Pero es que si hubieran visto las colas de niñas desesperadas por mear en un váter -colas para que nos dejaran ir a la casa, claro-, y el ridículo numerito final de ver que había que hacerlo ¡en un hoyo en el suelo! ¡tal cual! No conociendo en absoluto el archi reconocido sistema de la aguilita, una terminaba mojada de arriba abajo, todo eso sostenida por dos chicas que miraban hacia otro lado y luego se partían de risa allá lejitos... ¡si creo que hasta me estreñí del puro oso! O seguramente no comí nada, vamos a ver. Que aguanté porque me daba más vergüenza que me devolvieran antes a mi-a-500-metros-de-distancia casa. A fin de cuentas, lo que volvía, aparte del orgullo herido, era una bolsa llena de ropa mojada y nadie tendría que enterarse ¿no?
Que después de eso me despedí para siempre de las Haditas, me olvidé completamente de las Guías (categoría superior ¡lo que habrán hecho las criaturas!) y me dediqué a mis labores habituales, a saber, como muñeco de peluche de los Akelas, Balús y demás entes que formaban una más amable parte de mi universo. Siempre pensé que en algún remoto futuro ya tendría alguna oportunidad, cuando mis facultades faltasen por completo a su cita diaria, de poder disfrutar de una noche en el campo, en una bolsa de dormir, sin pensar en hormigas, grillos y otros bichos de dudosa reputación para servidora; de hacer mis tres comidas -o lo comestible que hubiera- en desechables, de mear en agujeros hechos a mano en la tierra...
… Pero va a ser que no. Si los dioses éso hubieran querido, no existirían los hoteles.
Pero de verdad, sólo soy un poquito quisquillosa. Un poquito. Y ya.
(La autora agradece el uso sin permiso de la inmensa rola que el Soldado Juan Garrison interpretaba con bailecito alucinante incluido, hasta que el Comandante Agallón Mafafas, Zorro del Desierto de los Leones, le atizaba un excelso y ruidoso zape en pleno casco.)
miércoles, 23 de junio de 2010
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