Es que si quieres una prueba más tangible de que el
tiempo no deja de pasar, sólo piensa que hace una nada, la criatura estiraba la
manita para recibir ilusionada unos centavos y gastárselos en sus excelsos
gustos culinarios –vamos, dulcería sobre todo; o que la manita en lugar de
estirarse se encogía, porque la condenada se quedaba con cuanto cambio cayera
en ella. Lo bueno del tema es que sus genes y hormonas tiraron hacia la
generosidad y la honestidad, no por ese orden y ni juntos ni revueltos, pero su
buen corazón prima por sobre todo y de ahí que cualquier detalle de su parte se
convierta en un evento para servidora.
Esta vez me toca cumplir 26 dos veces ¡y da mucha
emoción! Aunque una diga que no importa, que nunca piensa en minucias como ser
diabética, menopáusica o ligeramente más ancha de frente y fondo ¡pues claro
que lo piensa, a ver! Por eso se vuelve básico vivir cada día, porque también
llegas a la conclusión, casi sin darte cuenta, de son más, muchísimas más, las
cosas buenas alrededor que de las otras. Supongo que también por eso nunca
tengo tiempo de actualizar mi perfil…
Llevome la heredera de paseo de fin de semana,
organizado y pagado por el producto de su trabajo fecundo y creador –y que sí,
como muchos más en esta crisis de caballo, resulta que se acaba de acabar-. Total,
que hasta la transportación estaba incluida, básicamente porque era yo quien
iba a llevar el coche. Minucias, ya lo dije. A cuatro horas de casa la aventura
se veía interesante porque ambas –gracias, ¡gracias!- compartimos esa pasión
por escuchar la música que nos gusta hasta el cansancio (propio y general), por
cantarlas en directo homenaje a la raza cuadrúpeda que rebuzna y hasta
bailarlas sentaditas y agobiadas por el cinturón. ¡Pues cuatro horas a la ida y
cuatro a la vuelta escuchando exclusivamente la selección que la criaturita se
preparó para la ocasión! osease un repaso importante y conocido de aquellos tiempos
de Flans y Kajagogoo; llegar al destino y disfrutar de no hacer nada más que
dejarse mimar: ¿una manicura? Pues una manicura. ¿Con facial? Of course, my
horse. Ah, y un masaje completo con barro de quién sabe dónde –y mira que sí
que prefiero no saber, ya ves… que al jacuzzi. Ahora a las cabinas. Y más
nombres demasiado nuevos y poco usados para recordarlos ahora. A echar un
boliche-bolos. A hacer el oso, vamos. A ver películas de miedo…
Y a hablar. Hasta por los codos entre canción y
canción, sobre todo, del pasado y del futuro, abriendo los baúles y sacando
todo tipo de trapos. ¡Qué alivio, que confort te da tener a un alguien tan
increíble al lado! Las horas, por eso, a veces no saben a nada y se van, y
otras se quedan impresas en la mente para siempre. Todo eso mientras al cuello
porto orgullosa la nueva joya de la corona, otro exceso más dentro de todos
esos que la hija mía hace partiendo del fondo de su hermoso corazón.
Basta de cursilerías. Aquí se trata de compartir
esos ratos en fechas señaladas, de entre miles todas las horas, y de decir en
voz alta, quiero decir en letra impresa, que yo la homenajeo a ella, que me
homenajea a mí cada vez que se ríe, cada vez que limpia el cajón de su gato,
cada vez que demuestra que, bueno, no lo he hecho tan mal…
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