martes, 23 de octubre de 2012

26 dos veces. Empiezan los festejos.


Es que si quieres una prueba más tangible de que el tiempo no deja de pasar, sólo piensa que hace una nada, la criatura estiraba la manita para recibir ilusionada unos centavos y gastárselos en sus excelsos gustos culinarios –vamos, dulcería sobre todo; o que la manita en lugar de estirarse se encogía, porque la condenada se quedaba con cuanto cambio cayera en ella. Lo bueno del tema es que sus genes y hormonas tiraron hacia la generosidad y la honestidad, no por ese orden y ni juntos ni revueltos, pero su buen corazón prima por sobre todo y de ahí que cualquier detalle de su parte se convierta en un evento para servidora. 

Esta vez me toca cumplir 26 dos veces ¡y da mucha emoción! Aunque una diga que no importa, que nunca piensa en minucias como ser diabética, menopáusica o ligeramente más ancha de frente y fondo ¡pues claro que lo piensa, a ver! Por eso se vuelve básico vivir cada día, porque también llegas a la conclusión, casi sin darte cuenta, de son más, muchísimas más, las cosas buenas alrededor que de las otras. Supongo que también por eso nunca tengo tiempo de actualizar mi perfil… 

Llevome la heredera de paseo de fin de semana, organizado y pagado por el producto de su trabajo fecundo y creador –y que sí, como muchos más en esta crisis de caballo, resulta que se acaba de acabar-. Total, que hasta la transportación estaba incluida, básicamente porque era yo quien iba a llevar el coche. Minucias, ya lo dije. A cuatro horas de casa la aventura se veía interesante porque ambas –gracias, ¡gracias!- compartimos esa pasión por escuchar la música que nos gusta hasta el cansancio (propio y general), por cantarlas en directo homenaje a la raza cuadrúpeda que rebuzna y hasta bailarlas sentaditas y agobiadas por el cinturón. ¡Pues cuatro horas a la ida y cuatro a la vuelta escuchando exclusivamente la selección que la criaturita se preparó para la ocasión! osease un repaso importante y conocido de aquellos tiempos de Flans y Kajagogoo; llegar al destino y disfrutar de no hacer nada más que dejarse mimar: ¿una manicura? Pues una manicura. ¿Con facial? Of course, my horse. Ah, y un masaje completo con barro de quién sabe dónde –y mira que sí que prefiero no saber, ya ves… que al jacuzzi. Ahora a las cabinas. Y más nombres demasiado nuevos y poco usados para recordarlos ahora. A echar un boliche-bolos. A hacer el oso, vamos. A ver películas de miedo… 

Y a hablar. Hasta por los codos entre canción y canción, sobre todo, del pasado y del futuro, abriendo los baúles y sacando todo tipo de trapos. ¡Qué alivio, que confort te da tener a un alguien tan increíble al lado! Las horas, por eso, a veces no saben a nada y se van, y otras se quedan impresas en la mente para siempre. Todo eso mientras al cuello porto orgullosa la nueva joya de la corona, otro exceso más dentro de todos esos que la hija mía hace partiendo del fondo de su hermoso corazón. 

Basta de cursilerías. Aquí se trata de compartir esos ratos en fechas señaladas, de entre miles todas las horas, y de decir en voz alta, quiero decir en letra impresa, que yo la homenajeo a ella, que me homenajea a mí cada vez que se ríe, cada vez que limpia el cajón de su gato, cada vez que demuestra que, bueno, no lo he hecho tan mal…

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario