Aquí el problema
parte de la aerolínea que escojas… ¿escojas, he escrito? Qué va. Para nada. Una
hace su reserva y se acoge a todos los santos del calendario que haya hecho una
buena elección. Primer fallo: elegí a la aerolínea danesa, pero no era por esa
sino la que para en París, ciudad preciosa de país precioso, y que será todavía
más maravillosa cuando no haya ningún francés pisando sus suelos, en fin… y
aquí va el telegrama-reporte correspondiente:
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Salimos tarde,
media hora. Nada del otro jueves si no fuera porque sólo había una hora escasa
para hacer migración y cambiar de avión en París. La ley de Murphy indica además
que nos tocará –y nos tocó- la última puerta del último pasillo de la última
letra del Charles de Gaulle.
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Ellos no
hablan inglés. O no quieren. O hablan y no quieren. O quieren y no saben. No sé.
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Escena 1:
mexicanas cansadas y corriendo llegan a puerta de embarque, las recibe francés
¡precioso! y les informa –en francés- no sé qué y señala la maleta. Mexicana
pregunta en inglés si le entiende y hermosa criatura contesta que no. ¿Español?
Tampoco. ¿Y entonces? Hasta que viene otro chato, no tan hermoso, y chapurreando
informa que hay que facturar lo de mano…
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Escena 2:
mexicanas instaladas en sus asientos de fila 3422 a la hora de la comida.
¿Alguien había olido a pescado en un avión? ¡Este sí, mil veces sí! Mexicana de
más edad y otros se sienten fatal del estómago… ¡pero hay pollo también, vivan
los milagros! Llega la bandeja… y es de pescado. Mexicanita explica en inglés
que cero pescado aquí, por favor, y la azafata ¿sorpresa? no habla inglés. Traen
a otro chato. El único, por lo visto, que lo habla. Sorry, ya no hay pollo. Ni un
pollo en el avión. Mexicana tomará dos cenas si le parece bien…
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Escena 3: por
un lapso de 7 horas, los azafatos y azafatas se esfuman en la dimensión
desconocida ¡no se les ve el pelo! ¿Quieres beber algo? Te levantas y vas. ¿O
comer? Sólo galletitas. La fila hubiera dado la vuelta a la esquina si hubiera
habido esquinas. ¿Una toallita húmeda? Eso es del jurásico. Hala, a ver la tele
y dormir la mona, no molestar al personal…
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Escena 4: 10
horas después, mexicanas buscando sus maletas, que salen juntas por el carrusel…
seguidas por las ruedas de una de ellas. Se levanta un reporte –en español, ¡por
fin!- y se aclara que se repondrá la maleta, pero en el destino final.
Y eso a la ida. La
vuelta sólo puede ser clasificada de surrealista.
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Escena 1:
mexicanas traspasando un kilo, un kilo de yo-que-sé-qué de una maleta a otra. O
eso o pagar 80 dólares. Cielos.
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Escena 2:
pero como igual hubo que pagar maleta extra, el numerito sucedió en ese
mostrador, cuando la empleada informó a la usuaria delate mío que el importe
era de 116 dólares. Y como la usuaria no hablaba español, la empleada,
diligentemente, lo que hizo fue ¡deletréarselo lentamente en volumen 10! Oh,
sí: “Cieento-dieci-seis-dóoolares”. Madremíadelamorhermoso…
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Escena 3:
sentadas y contentas, listas para lo que seguía… oh, felicidad, estas azafatas
y azafatos sí hablaban inglés ¡vive la France!... Pues no. Justo en mi asiento
no sirvió la pantalla. Lo único bueno fue que –en inglés- me ofrecieron otro
asiento para poder ver alguna película… Y bueno, sí, hubo pollo con pasta
sabor chipotle para comer…
De verdad, nada
de mala sangre contra la aerolínea francesa. Son en realidad los franceses los
que me sacan de mis casillas. Pero ya no digo más, no sea que la siguiente vez
me vuelva a tocar y me vaya bastante peor. Y dentro de todo, nosotras sí llegamos
completas a nuestros destinos, aunque con esa triste sensación de que ya se
acabó, para siempre, ese placer que era volar.
Luego más. Hay mucho
más.
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