martes, 22 de enero de 2013

De la mala suerte. O tener que volar con Air France.

Aun sabiendo que te pasarás casi medio día volando, corriendo entre aeropuertos y caminando entre sus interminables pasillos, una no puede menos que maravillarse –o al menos hasta hace unas semanas- de la sensación de irse por ahí en un avión.

Aquí el problema parte de la aerolínea que escojas… ¿escojas, he escrito? Qué va. Para nada. Una hace su reserva y se acoge a todos los santos del calendario que haya hecho una buena elección. Primer fallo: elegí a la aerolínea danesa, pero no era por esa sino la que para en París, ciudad preciosa de país precioso, y que será todavía más maravillosa cuando no haya ningún francés pisando sus suelos, en fin… y aquí va el telegrama-reporte correspondiente:

-          Salimos tarde, media hora. Nada del otro jueves si no fuera porque sólo había una hora escasa para hacer migración y cambiar de avión en París. La ley de Murphy indica además que nos tocará –y nos tocó- la última puerta del último pasillo de la última letra del Charles de Gaulle.

-          Ellos no hablan inglés. O no quieren. O hablan y no quieren.  O quieren y no saben. No sé.

-          Escena 1: mexicanas cansadas y corriendo llegan a puerta de embarque, las recibe francés ¡precioso! y les informa –en francés- no sé qué y señala la maleta. Mexicana pregunta en inglés si le entiende y hermosa criatura contesta que no. ¿Español? Tampoco. ¿Y entonces? Hasta que viene otro chato, no tan hermoso, y chapurreando informa que hay que facturar lo de mano…

-          Escena 2: mexicanas instaladas en sus asientos de fila 3422 a la hora de la comida. ¿Alguien había olido a pescado en un avión? ¡Este sí, mil veces sí! Mexicana de más edad y otros se sienten fatal del estómago… ¡pero hay pollo también, vivan los milagros! Llega la bandeja… y es de pescado. Mexicanita explica en inglés que cero pescado aquí, por favor, y la azafata ¿sorpresa? no habla inglés. Traen a otro chato. El único, por lo visto, que lo habla. Sorry, ya no hay pollo. Ni un pollo en el avión. Mexicana tomará dos cenas si le parece bien…

-          Escena 3: por un lapso de 7 horas, los azafatos y azafatas se esfuman en la dimensión desconocida ¡no se les ve el pelo! ¿Quieres beber algo? Te levantas y vas. ¿O comer? Sólo galletitas. La fila hubiera dado la vuelta a la esquina si hubiera habido esquinas. ¿Una toallita húmeda? Eso es del jurásico. Hala, a ver la tele y dormir la mona, no molestar al personal…

-          Escena 4: 10 horas después, mexicanas buscando sus maletas, que salen juntas por el carrusel… seguidas por las ruedas de una de ellas. Se levanta un reporte –en español, ¡por fin!- y se aclara que se repondrá la maleta, pero en el destino final.

Y eso a la ida. La vuelta sólo puede ser clasificada de surrealista.

-          Escena 1: mexicanas traspasando un kilo, un kilo de yo-que-sé-qué de una maleta a otra. O eso o pagar 80 dólares. Cielos.

-          Escena 2: pero como igual hubo que pagar maleta extra, el numerito sucedió en ese mostrador, cuando la empleada informó a la usuaria delate mío que el importe era de 116 dólares. Y como la usuaria no hablaba español, la empleada, diligentemente, lo que hizo fue ¡deletréarselo lentamente en volumen 10! Oh, sí: “Cieento-dieci-seis-dóoolares”. Madremíadelamorhermoso…

-          Escena 3: sentadas y contentas, listas para lo que seguía… oh, felicidad, estas azafatas y azafatos sí hablaban inglés ¡vive la France!... Pues no. Justo en mi asiento no sirvió la pantalla. Lo único bueno fue que –en inglés- me ofrecieron otro asiento para poder ver alguna película… Y bueno, sí, hubo pollo con pasta sabor chipotle para comer…

De verdad, nada de mala sangre contra la aerolínea francesa. Son en realidad los franceses los que me sacan de mis casillas. Pero ya no digo más, no sea que la siguiente vez me vuelva a tocar y me vaya bastante peor. Y dentro de todo, nosotras sí llegamos completas a nuestros destinos, aunque con esa triste sensación de que ya se acabó, para siempre, ese placer que era volar.

Luego más. Hay mucho más.

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