domingo, 28 de noviembre de 2010

Fumemos

Hablemos de vicios, pues. Mi abue Lupe fumaba Fiesta, “sua-ve-citos!”; y recuerdo esas cajetillas blancas de Raleigh sin filtro que mi apá consumía día y noche, allá, en aquellos tiempos más bien hippies… como muchos de la edad, empecé a fulminarme las pleuras por imitación, por curiosidad y porque también –válgame santa petronia- porque supuestamente me daba la sensación de ser mayor; además, añadir que el sabor de hacerlo en las profundidades de lo prohibido, en lo oscurito, le daba cierto toque exótico no exento de hilaridad.
Porque una fumaba y se sentía la Gloria Swanson, o la Garbo si no se sabía quién era la Swanson, así que por lo mismo gorronear sin avisar un Fiesta o un Raleigh pues no era plan, le quitaba bastante glamour al tema. Y la idea de comprar una cajetilla de lo que fuera menos esas opciones familiares representaba un gasto ni tan fuera de los bolsillos, pero sí de las neuronas, porque los dineros se gastaban más bien en otras cosas, séase transporte para irme a pasar las tardes en casa de mi muy mejor amiga Mela, o Pingüinos Marinela para compartir con Jesús, ya te digo.
La moda, los que querían estar más in, era fumar Marlboro. Rojos. Aunque sin dinero los sucedáneos pasaban por Viceroy, por ejemplo, y que costaban significativamente menos que los del vaquero. Con sinceridad, no recuerdo a nadie sacando una cajetilla del bolsillo e invitar al personal, recuerdo más bien que los comprábamos sueltos en los mismos puestos donde nos vendían una buena torta de milanesa, con una Chaparrita El naranjo. Que la CocaCola también era para finolis.
Luego empezaron a llegar los de contrabando, los que comprabas en el auténtico top-manta –esto es, a nivel suelo-, atendidos por personal que seguro nunca en su vida había inhalado un chisme de esos, sobre todo en la Zona Rosa y en dirección hacia el todavía no llamado Centro Histórico. Habían Lark y Camel mentolados, y esos largos, delgaditos y color café oscuro ¿John Player?, pero sobre todo Marboro, los mismos rojos que antes se podían comprar hasta en las farmacias pero con sabor yanqui ¡y otros completamente blancos, de sabor más suave aún! ¿Me hubiera yo librado de caer en sus garras si no hubiera asistido a la escuela en plena calle Hamburgo de lunes a viernes? Yo creo que no, pero no está de más que planteara la oración condicional...
Francamente, no me queda claro en qué momento dejé de pensar en que me veía mayor mientras fumaba. Por lo visto, en aquellos ayeres era importante que no sólo ‘disfrutaras’ el sabor y te colgaras de por vida, es que también te duraban en la mano ¡te duraban hasta 20 minutos, que yo lo cronometraba! Hoy día ni siquiera la mitad, mientras son el doble de adictivos. Pero si me preguntan por las porquerías que seguro contienen, servidora, igual que los demás adheridos al club, directamente no tiene la menor idea, no nos hagamos los locos.
¡Guapa, que yo me veía muy guapa con un cigarro en la mano! Y si me podía pagar mis light, más guapa cuando sacaba la cajetilla. Y si no tenía, ni cajetilla ni dinero para comprarla, entonces le podía sustraer al apá, que para entonces ya se había cansado de buscar sus sin filtro y se había cambiado a –a ver, adivinen-, los Marboro rojos. Lo de gorronearle a mi abue Lupe o a mi tío Meme –Delicados sin filtro, por las patas de mi cama-, todavía no. Pero todo se andaría oh, sí.
¿Que cuántas veces he intentado dejar de fumar? Pues contadas con una mano y en temo que sobran dedos: cuando Aquél intentó –sin éxito, obviamente- convencerme de que el tabaco era malísimo, pero los hechos a mano con su toque de marihuana no -ya avanzaré ese desvarío otro día, es que se lo merece-; o aquel medio inusual gesto solidario con el apá cuando lo dejó, y que luego se apagó con la misma alegría, una vez que él declaró abiertamente que no le provocaba nada ver a sus hijos echar humo como chimeneas de Londres en los años 30; ah, y cuando tuve a bien parir a mi primogénita ¡que estaba tirada en un hospital, oyes! Pues nada, el personal fumador que me visitaba se tardó, aproximadamente, 6 minutos en convencerme de echar unas caladitas en la ventana del baño –sabor a prohibido, remember?-; y cuando estuve una semana en el hospital, dándole quehacer a los de terapia intensiva y pensé que ya me había limpiado cerebro y pulmones… pos no. Fue llegar a casa ¿o antes, saliendo de la clínica? ni me acuerdo, para prenderme con sumo placer un marboro que además me supo a gloria.
Ahora la vida me deja las cajetillas no tanto fuera del alcance del monedero ¡es que me parece un insulto pagar lo que piden en euros! Igual y forma parte de la campaña orquestada por los que odian que lo hagamos, el caso es que la solución fue, simplemente, comprar una maquinita, tabaco suelto –de marca, claro- y hacérmelos en casita. Eso sí, reconociendo y esperando los aplausos por sólo fumar la mitad de lo que antes me consumía.
De modo que formo parte del grupo de los ahora acosados ¡cada vez tenemos menos lugares donde fumigar! Aunque les entiendo, también me fastidia, a ver: cada quien toma sus decisiones y nadie me empujó a fumar, pero el debate se pone tan jodido, tan visceral, que francamente termino por caerme de la flojera. Terminaremos refundidos en nuestras casas y nuestros coches hasta que alguien se invente un artilugio que no eche humo –que lo hay, pero es puro cuento- pero que de verdad sepa a cigarro.
Mientras, ‘pérenme que apago a esta colilla para poder seguir tecleando…

viernes, 12 de noviembre de 2010

Mesmamente, hoy en tu día.

Así, mesmamente.
Verán, es que cuando confluyen los astros y los signos, cuando es el día y la hora y el minuto exactos y el lugar correspondiente, las cosas simplemente caen por su propio peso. O lo que es lo mismo: nunca, pero que nunca sabes cuándo vas a caer en la vida de alguien que te cambiará, o que marcará un antes y un después... es que si lo supiéramos, supongo que algunas hubiéramos buscado conocer a San Sting antes de que fuera santo, o cosas así.
Así que el tiempo se encarga de acomodarse y acomodarnos, y una situación así me pasó cuando todavía peinaba trenzas -es un decir-, no había estrenado unos zapatos de tacón -que eso sí me moría por probar-, y mis formas anatómicas tenían un sospechoso parecido con la mesa del comedor.
La que sí peinaba trenzas era ella, mesmamente. Era más pequeña en edad y estatura que servidora y su en-proceso-de-crearse pandilla, pero ahí andaba siempre, queriendo y participando en todos los juegos, por muy 'mayores' que fueran (o idiotas, que había de todo), rondando y riéndose ¡riéndose! Ahí tenemos, señoras y señores, una característica que siempre la ha acompañado: una risa franca, fuerte y llena de energía. Una risa buena, pues.
En su casa se organizaban unas fiestas sabatinas ¡buenísimas! Porque podíamos bailar apretaditos apretaditos y con la luz apagada, éso hasta que papá salía del pasillo diciendo “A ver, a ver, que las visitas ya tienen sueño”. Mandaban todos los muebles del salón a las recámaras y tenían una consola que, bueno, hoy, a saber, pero en ese momento sonaba total; y nunca nadie tuvo que decir 'uy, que ésta está muy chamaca, a la cama'. Ahí tenemos, pues, otra más: formó parte del todo desde el principio porque así era ella, una persona sensible, sencilla y divertida que se integraba sin problema a todos los ambientes.
Fuimos cómplices de un montón de aventuras, y siempre volverá a la memoria, como disco rayado, aquella vez en mi casa cuando ella y Griss llegaron algo más que contentitas, y yo tuve que esconderlas en mi recámara porque mi papá había llegado. Griss estaba más pa'llá que pa'cá y se quedó desmadejada en la cama, mientras yo me hacía cruces tratando de inventar una excusa más o menos creíble. ¿Y qué pasa cuando ya casi lo consigo? Pues que mi sisterna postiza va y sale, y le da un show de aquí no pasa nada, que si me caigo no es porque esté mareada sino porque todo se mueve, que ya me voy a mi casa, nada más déjeme encontrar la puerta ¿esto es una puerta?; saludando militarmente a mi apá, que estaba a cuadros. Si es que no me dio un ataque de risa loca nada más de pensar en lo que pasaría después que mis dos amigas del alma se hubieran ido a sus respectivas...
Siendo la penúltima de la estirpe, cuántos ejemplos había para seguir ¿verdad? Pues otra más: tomó lo mejor de todos, no me cabe duda. Estudió su carrera, trabajó en su carrera y luego demostró un espíritu aventurero tan emocionante que lo natural era que siguiera buscando, buscando, hasta que encontrara aquéllo que realmente la llenara. A mí me da mucho orgullo saber de todos sus logros.
Y también siento con intensidad todas sus penas. Aquél tiempo cuando amó con locura al descerebrado que no la merecía, y que incluso la alejó de nosotros... surgió la valiente, apoyada por todos los que la queremos, y salió adelante, pasando miedo y viviendo temerosa de las sombras, hasta que al fin todo pasó. Y cuando juntas, sentadas junto a su tumba y sin lágrimas, hablamos de la persona en común más importante de nuestras vidas. Con qué ilusión habíamos planeado su fiesta de cumpleaños...
Es una de las personas más valientes que he conocido. De esa rara especie de las que no sólo saben lo que no quieren, sino mucho de lo que quieren; de las que su concepto de estar feliz está siempre en función a que los que la rodean lo estén y se prodiga sin dudarlo. De las que han tenido que apechugar pérdidas tan terribles en la distancia, y aún así, sacar fuerzas para consolarnos a los demás.
Y como corresponde a los humanos de mi especie, me he pasado años y años sin decirle feliz cumpleaños, ahora mismo a n mil kilómetros de distancia. Y ya va siendo hora de que me ponga seria. Porque como todas las personas que son buenas, buenas de corazón, me sigue queriendo un montón y ni se le pasa por la cabeza que soy, no una desmemoriada, sino una desordenada. Pero sabe que la quiero mucho. Muchísimo. Y aquí y ahora lo dejo constar en actas.
Sisterna de la vida ¡cuántos buenos años! ¡y los que te faltan! Que sigas siendo feliz como tú sabes, que la vida te siga poniendo retos ¡que tú mesmamente sabes bien como tratarlos!
Tú ya sabes donde estoy.

martes, 9 de noviembre de 2010

Rock en mi idioma

Para cuando mi mundo mundial –es decir, mi colonia, mi ciudad y luego mi país- vino a soltar expresiones como: ‘¿Conoces a Charly García? Buenísimo!!!!”; “Estos, los de Soda Estereo…”, ‘Nene-ne ¿qué vas a hacer, cuando seas grande?’, por mi casa ya habían pasado en el orden correspondiente y a todo volumen prácticamente todas las rolas de Sui Géneris, más el orden correcto (y no el que se sacó la manga la disquera) de Cerati y compañía. Ellos y muchos más, conformándose de hecho un santoral donde Fito Páez pasaría a ser una versión decente y extraordinaria del Papa para mi hermanito, y los soda para servidora, doble si puede ser.
Eran tiempos de continuar con la rebeldía, y la moda tanto en la ropa como en las costumbres desvariaba en todas direcciones, llenando las hombreras de kilos de relleno, los cabellos de toneladas de gel. Que sí, pues, que los que hablaban español tarareaban a los embotellados de origen Mecano y Alaska (el día y la noche en cuanto a éxitos, todo hay que decirlo) mientras que el México más ¿juvenil? ¿despistado? ¿fácil de convencer? se embobaba con Flans, Fresas con Crema y veían despegar a Luis Miguel. Pero digo yo que está muy bien: si es que tiene que haber de todo en este mundo ¿no?; hubo un tiempo en que yo sólo escuchaba música en inglés –cosa que ninguna de las amigas hacía, mucho me temo-, y luego tuve un periodo oscuro –y recalco oscuro, porque nadie debía enterarse, a ver- donde ponía la XEDF y otras donde sonaban… donde sonaban… cielos, Manoella Torres o Estelita Núñez, que ya no puedo mencionar más.
Ya. Ya lo he dicho. Avancemos en el desvarío.
Retomar el asunto de música en español se demoró hasta entrados los ochenta, cuando por ni se sabe qué vez la industria del disco volvió sus ávidos ojos hacia los grupos que intentaban, tampoco se sabe el número de ocasiones, demostrar que sí que valían la pena. Así que a la vez que conocíamos a Van Halen y las glorias solistas de San Sting, la Rockola de los Kerygma empezaba su andadura. Y vaya si lo era, que estaban ubicados allá donde Villa perdió los huaraches, Coyoacán para más señas.
Así que era natural que empezaran a proliferar como hongos, hasta debajo de las piedras, grupos de todos los tones, sones y canciones, es que vivíamos mezclados con el punk, el rock, el heavy metal y la fresez, perdonando el palabro. Argentina nos llevaba mucho la delantera, de modo que era natural que García o Mateos y todos los demás, invariablemente llegaran y se apoderaran de la escena. Gracias a los dioses que la respuesta azteca fue de igual o mejor calibre. Si sólo era cuestión de tiempo…
El personal se volvió una piña, todos para todos sin mala onda, todos echándose la mano, los que ya tenían suficiente antigüedad como para pensar en una honrosa jubilación y los recién llegados. De nuevo, sólo era cuestión de tiempo para que, de abrirle conciertos a Mateos allá en el Toreo, remember? pasaran a volverse estelares, con contratos y giras y promociones y merchandising. Salían en todos los espacios de aquel esbozo de noticiario ECO, y tenían que aguantar los esperpentos verbales, auténticas burradas coronadas de ignorancia de Talina, la Veros, el Gallo, el Stanley, y encima en muchos casos haciendo playback.
Vendrían los estadios llenos, la incapacidad de caminar tranquilamente por la calle, las entrevistas a deshoras y desdías con otros países ansiosos por conocer qué los había inspirado tanto, los viajes, las vacas gordas, asquerosamente gordas para muchos.
Y aparte de la Rockola, también teníamos el Rockotitlán, y luego el Rock Stock…sinceramente, me declaro absolutamente incapaz de escribir todos los nombres, todos los que, de Jalisco, Santa María la Ribera, Tlalnepantla o San Ángel pasaron a formar parte de ese espectáculo deslumbrante de músicos talentosos haciendo lo que les gustaba ¡y cobrando! con clubes de fans e incondicionales, en realidad sólo quería recordarlos un poquito en grupo, en montón y me temo que bastante revueltos, porque me apetecía mucho escucharlos de nuevo y mirarlos con los ojos cerrados.
Supongo que me dio mucha tristeza saber que Mr. Keller ya no está entre nosotros… será eso.

lunes, 1 de noviembre de 2010

¡FESTEJOS! festejos...

En parte porque no quisiera que nada se me olvidara; pero mayormente porque ya saben, no me quedo callada ni dormida, llega el estelar momento de compartir el desvarío correspondiente a la cincuentenaria onomástica, acaecida hace pocos días nada menos que en la más británica de las capitales.
Pensé, lo primero, que no era mal momento climático para lanzarse y estrenar decenio; luego pensé que no saldría tan caro, a ver, si nada más son dos horas de avión y ya no es temporada de patos y/o conejos; y más adelante se me ocurrió que siempre se podría comprarme algo chulo y diferente –y que de preferencia se pudiera ver, porque ir a comprar chones, por muy diferentes que fueran, pues mira, no-. Total, que Londres fue la opción, la primogénita la afortunada acompañante y la fecha elegida mi cumplemenos.
Por eso, y en bien del medio ambiente de la colonia Roma, estos pequeños y sencillos consejos y anécdotas tienen que ver la luz. Queda dicho.
EL AVIÓOOOON…
Una vez vencido el miedo de dar datos en la red, convencida de que la agencia de viajes más cercana me daba mucha flojera y negándome en redondo a pagar por esperar en la línea ‘que todos nuestros agentes están ocupados, aguante hasta que le salgan raíces’, la búsqueda terminó en dos aerolíneas de las llamadas ‘low cost’ (que sí, el plan era ahorrar lo más posible para gastárselo en trapitos). Así que empecé a buscar una que llegara a un aeropuerto que no fuera casi capital de otro país por lo lejos, que Londres tiene cinco.
En el inter, se buscaron opciones de avión+ hotel. Resultado: cero por chapucero.
¿Dónde andaban mis neuronas cuando reservamos un vuelo por la noche? Espero que no muriéndose, pero por ahí cerca pues no andaban. Mira que pagar una noche por el puro gusto de llegar a la cama… Sin comentarios. Sigo.
La experiencia de una línea de bajo coste es, por decirlo en una palabra… espeluznante. Los boletos de avión fueron muy pero que muy baratos, mas sin embargo los gastos de gestión fueron exactamente el 75% del mismo precio (¿¿??); además las condiciones y restricciones son más largas que la constitución española, por ejemplo: una maleta por pasajero en cabina, de medidas exactas y peso límite, o pagar 30 euros. Solución: una para cada una, con dos calcetines y algo más, para que regresaran bien llenitas…
HOTEL, DULCE HOTEL…
A buscar acomodancia. Pensé en un albergue, porque no llevábamos nada de valor y, no sé, más dinerito al shopping… sorpresa: ni la heredera ni yo entrábamos en sus políticas… por la edad. Pues un hostal, que fue la hija quien dijo que ni de broma se iba a una habitación con baño compartido. ¿Cuántas páginas recorrí? N mil. Pero lo hallé. A 9.7 kilómetros del centro. O bueno, sí, pero en línea recta, así qué padre…
LUGARES PARA VISITAR
San Google al rescate. Rutas, metros, tiempos, autobuses, ideas… Pensaba que de ahí a guía turística especializada era media hora. Fascinarme otra vez y fascinar a la hija. Ya hasta me imaginaba estrenando mis modelitos en una cena de cumpleaños…
INICIA LA CUENTA ATRÁS
Llegar 3 horas antes. Sellar el boleto –impreso en una hoja DINA4, no de otra medida- en el mostrador. ¿Dónde? Exactamente al final del todo, en el último despacho de la terminal.
Comprobar que las maletas cumplen con sus medidas. La mía se pasaba un centímetro, pero me dijeron que sí pasaba. Chido.
Pasar seguridad: a la basura el gel del pelo, la botella de agua, fuera botas, yo que sé…
La puerta de embarque. ¿Dónde? Pues dónde iba a ser: al final de todas –llegar echando el bofe es señal inequívoca de que se es primeriza en estas aerolíneas parientas de Mr. Donald.
No, el bolso de mano no se puede llevar aparte. Ni la cámara, la computadora o el abrigo. Sólo un bulto por persona ¿Qué, no entendemos los nuevos?
¿Asientos? No, ninguno. El que caches, cuando lo caches y si lo cachas. Y que con suerte tu maleta no quede a 7 filas de la tuya.
Oh, la puerta no cierra. Es mi maleta, el maldito centímetro. Va para abajo. Pero no me cobran.
¿Los asientos? Resumiendo, hay más espacio en cualquier microbús del Periférico…
Y te hablan todo el tiempo. Todo el tiempo. ¡Hasta te venden lotería! ¡Y cigarros sin humo! Y claro está, toda la comida o bebida que quieras, incluida el agua…
A la heredera y a mí nos daba la risa loca, y eso que apenas había empezado el tour.
LONDRES A LAS 10 DE LA NOCHE.
Después de mirar el Canal del Tiempo por semanas, compré paraguas, chubasqueros y orejeras, que según esto así nos recibiría la ciudad. Nada de eso. De hecho, ningún día fue como lo previnieron los que según esto saben… peor para ellos.
También, muy lista, compré transporte desde el aeropuerto a la ciudad. Por mucha ilusión que me hiciera un tren ata velocidad o un taxi, prefería mercar botones de I-love-London. E imprimí mapas del metro, el autobús y los trenes, y saqué la info de las rutas a seguir.
¡FALACIAS, QUE DIRIA MI HERMANA CARNALA!
Así que tomen nota con su manota: si Google dice que son 6 minutos andando, para nada, son más de 10. Y si dice 20, como de la estación de metro al hotel, ¡naranjas! Porque entre 20 y 35 minutos como que sí hay diferencia… Aunque después de las carreras para llegar al avión y eso, ya nada nos sorprendía, la verdad.
Y debo reconocer, con mi sentido de la organización doliéndose cual muela cariada, que no me enteré en absoluto de cómo funciona el metro de Londres ¿de dónde saqué que sería igual al de Madrid, al de México? Una parada de inicio y otra de final ¿no? Pos no. Lleno de mapas y pantallas, y ni aún así se impidió que dos veces dos, nos equivocáramos de tren y vuelta a empezar. Como canicas en caja grande, diría el apá. Más risas locas. Con borracho incluido, aunque por lo menos tuvo la delicadeza de salir del vagón a des-beber y luego entrar muy digno…
Muy tarde, cansadas pero ya no hambrientas, llegamos al hotel. ¿Alguien sabía que las escaleras de las casas y hoteles en Londres son como las de la película ‘Nothing Hill’? Oh, sí. Angostas, estrechas y empínadísimas, la madre que los parió. Reto a todo aquel que mida más de 1.50 que suba dos pisos sin sentir raro, y vértigo al bajarlas.
Pero algo bueno de esa nuestra habitación es que me recordó a cosas de España y México… era tan pequeña como mi coche, y el baño más o menos del tamaño de uno normal en cualquier VIPS. Pero el plan sólo era estar ahí para dormir ¿no? ¿Qué más daba que si entraba el sol tuviéramos que salirnos nosotras? Sí noté que no pusieron una buena lupa para ver la tele, que era casi tamaño transistor, pero cuando nos acostamos, la verdad es que no pesó, estábamos tan cerca de ella, tan cerca la hija de la madre…
Al día siguiente empezaba Londres formalmente. ¡De compras!
Y el mero y señalado día ¡de paseo por la ciudad!
Y el último ¡pa’ lo que alcanzara!