Corría el año mil novecientos setenta y… setenta y… ¿pico? … que eran los años setenta ¿okay? Mi horizonte empezaba y terminaba en la Unidad Lindavista y mis cuates, en la CET 92 de lunes a sábado, y los domingos a Santa María la Ribera a comer pollo con mole en ca’de mi abue Lupe; el día ya se había hecho noche y los apuros diarios incluían entre otras cosas la comidas diarias, la compra de leche, las tareas escolares y los juegos en la explanada. Y erase que se eran tres hermanitos, en estadio dos mayormente (o sea, ni muy niños y bastante pre-adolescentes), divididos en dos bandos, a saber, los dos contra la una y algunas veces con algún cambio de partido. Nada que no se quitara con la edad. Porque no andábamos juntos, oh, no, excepto cuando convencíamos al apá de que no podíamos perdernos ese concierto. En eso, casi siempre, había unanimidad.
Y aquí la memoria selectiva de servidora empieza su febril función vespertina, porque directamente no recuerdo ni cuándo fue, ni más o menos dónde (¿la alberca olímpica, quizá? Mi hermanito me habría echado un cable de inmediato, o para recordármelo o para ahorcarme por olvidadiza, no sé), y fuimos en bola de tres a ver a Procul Harum, que para entonces sólo tenía en la radio aquella de… “Una pálida sombra”. Pero es que luego (¿o antes? sé que me acerco a las llamas del infierno, en fin) vimos a Sangre, Sudor y Lágrimas –o intentamos verlos, mira que estábamos lejos. El caso es que mi memoria lo único que recuerda es la salida a escena de Clayton Thomas, con un grito espeluznante y afinadísimo, que le provocó una cara de sorpresa, pero sobre todo de emoción incontrolable, a mi hermanito ahí de pie a mi lado; quién lo hubiera dicho…
Nosotros no teníamos ni idea de broncas políticas o estudiantiles, y seguramente nos sabíamos de memoria el nombre de nuestro presidente, pero no los de los anteriores. En casa se compraban 4 periódicos diarios (¡cuatro!) pero nosotros no tocábamos ninguno como no fuera por noticias relativas a concursos de belleza (favor de imaginarse quién) o noticias musicales (ídem). Teníamos La Pantera, Radio Éxitos y Radio Capital. Y resulta que vino Chicago, tres-días-tres, al Auditorio Nacional, cuando todavía cabían sólo 5 mil humanos. ¡Ese no nos lo podíamos perder por nada, nada del mundo! ¡Teníamos todos sus discos en casa! –iban por el siete, creo-. ¿Qué pasaría por la mente de mi apá cuando pagó tres boletos en reventa para que sus hijos pudieran ver a su grupo del alma? ¿Con qué cara pagaría el doble de su precio, que igual ya no alcanzaría para la leche a fin de mes? 60 pesotes cada uno, por las patas de mi cama… ¿y qué cuerpo se le quedaría, primero cuando supo que en el concierto anterior rompieron puertas y quemaron un camión en la entrada, y luego cuando se tiró las dos horas del concierto afuera, esperándonos? El concierto fue mágico, absolutamente increíble y eso que los vimos casi desde el techo ¡hasta nos encontramos a los hermanos Makita! Hoy, todos esos años después, el recuerdo del toquín sigue inalterable, es sólo que se adhirieron todas esas preguntas de hace unos renglones.
México todavía andaba en pañales, y pocos artistas internacionales venían a dar grandes conciertos –bueno, por si alguien se acuerda, mis tías sí: ellas fueron a ver a Nat King Cole al auditorio. Así que cuando vinieron los Osmond ¡los Osmond, madredelamorhermoso! Contaba con ir a verlos, aunque fuera sola, que mis hermanos ya se habían encargado de ponerlos por los suelos y prometer vomitar todo el tiempo o de plano caer muertos por aburrimiento en pleno concierto; pero no me importaba ¡iba a verlos! Y pues no, no se armó el numerito, hoy supongo que por falta de lana, y me tuve que conformar con verles por la tele, y aguantarme las ganas de gritar como fan enloquecida –y como hermana furiosa, que éstos no perdían oportunidad de meterse conmigo. En blanco y negro y como en 15 pulgadas, pero les vi… Sin embargo, dos veces los hermanos nos quedamos con las ganas, que visto desde esa infantil perspectiva nos parecía como un crimen contra la humanidad, visto hoy en realidad parece bastante más comprensible: primero vino Joe Cocker al Toreo de Cuatro Caminos y nomás no hubo tu tía; supongo que si mi apá se molestó en ver alguna foto en el periódico del susodicho individuo dijo para sí que aquello garantizaba, como mínimo, un colocón de padre y señor nuestro; como peor, vaya usted a saber. Yo conocía sólo dos canciones, la verdad, pero me hubiera gustado mucho ir con mis hermanos.
Y no hubo poder humano que le hiciera dejarnos ir a ver a Queen a Puebla. Se negó en redondo, y sin importar el hecho de que ya los tres andábamos convirtiéndonos casi en adultos, nadie iba a desobedecer una orden tan directa y tajante, nosotros no hacíamos eso… mas que cuando fuera estrictamente necesario, tema para otro desvarío. Eso, y el hecho de que para ir al sitio donde sí les habían permitido actuar necesitábamos de su coche… y su dinero. Hoy lo pienso, y le añado demasiados nervios, demasiada aventura de dos chatos y su chata hermana ¿en qué estábamos pensando nosotros, pues? Que ya volverían ¿no? Pues no… o bueno, sí, mucho después, pero sin Mercury.
Y seguíamos en pañales –las autoridades, las infraestructuras, etc-etc. Para los años 80 (Queen, por ejemplo) ya parecía que empezaban a despertar, pero sólo un poquito, que el bozal seguía más que instalado… sinceramente, a mí no se me ocurría que pudieran ser ellos, los artistas, los nada interesados en pisar mi país, y es la hora en que todavía tengo debate mental con el tema, sobre todo cuando no hay nada bueno en la televisión. Me acuerdo que ocultaron la estatua de la Diana Cazadora por ir desnuda… o que había que mutilar salvajemente los videos de la MTV si se esbozaban un par de pezones sobre un vestido negro. Si es que debe haber sido un triunfo del espíritu humano y la mota, que se pudiera celebrar Avándaro, que no, por supuesto que no me tocó… Así que cuando llegó el boom del rock en tu idioma, el Rock de los Ochentas –favor de recordar la pared de ladrillo rojo y las palabras en negro-, y reformaron el auditorio, y empezaron a utilizar el entonces –igual hoy- llamado Palacio de los Rebotes, la Alberca Olímpica otra vez, oh, qué gozada. Y la realidad de ver a Hall & Oates, a Paul Simon (elegido por encima de ZZ Top, ya ven), a Billy Joel con un PA que nos dejó sin habla, a INXS (que tengo todos mis boletos y este es de los más especiales ¡costó un millón de pesos!)… en maravillosos momentos donde sus últimos discos todavía eran grandes ventas, no había tantas canas en sus talentosas cabezas y seguramente nada de play back. Porque a los monstruos sagrados todavía había que ir a verlos al gabacho. Paul McCartney en Dallas, alucinante (en paquete que incluía avión, hospedaje y boletos, válgame la virgen de los desarrapados), U2 en San Diego (que por cierto salimos huyendo, me temo que el disco nuevo que tenían no ha sido de los más afortunados ¡y en eso se les fueron casi dos horas!); soñábamos con Madonna, Phil Collins o Peter Gabriel en general; con The Tubes, Eurythmics, Rush, Spyro Gira o Steely Dan entre nosotros. Y sí, Neil Diamond también. San Neil.
Me acuerdo de mi hermanita diciéndome un bonito día de verano que ella y su marido tenían que decidir sobre a cuál concierto irían ese mes, que el presupuesto no les daba para todos: Madonna, Michael Jackson o Paul McCartney. Madredelamorhermosoyamigosqueleacompañan.
lunes, 28 de marzo de 2011
domingo, 20 de marzo de 2011
De aspirantes y otras cosas
Se cumplen ya los suficientes años de experiencia y sabiduría (también de edad, bueno) como para poder estar incluida en un tomo de memorias. ¡Que no, que no son muchos! Es simplemente que han sido tan ricos...
En aquellos años de nuestra ya un poquito lejana post-adolescencia el rock and roll... uy, perdón, del Rock en tu Idioma, era una realidad que nos había atrapado y que prometía permanecer siempre deambulando alrededor. Contábamos ya con importantes estaciones de radio, ¡con las discográficas, que sistemáticamente habían pasado de todo eso poco tiempo antes!, prácticamente levantabas una piedra y salían cuatro o cinco grupos de distinta movida y estilo -y no que antes no los hubiera, es que salían y luego eran como cohetes quemados, una pena-; y los lugares donde ver en vivo a los nuevos personajes de la escena daban todo de sí, a pesar de la todavía muy evidente falta de medios. Los músicos aspiraban a la fama y fortuna; los managers aspiraban a ser los elegidos, los que tuvieran los mejores contactos; el antro a ser la referencia, el no va más; mientras la plebe aspiraba a algo más que aullar todas las rolas concierto, a ver, un autógrafo, a ver, una foto, mientras las chatas aspiraban/suspiraban a ser algo más que fans, y las novias a ser algo más que novias. Todo se resumía en la aspiración. En ser aspirante.
Una, que iba de “m'reina”, poco pensaba en eso. La bendición de no tener que hacer laaaargas colas o contentarte con la mesa que te asignaran no formaba parte de mis preocupaciones, vamos, que siempre me pareció de lo más natural; porque en ese entonces, en realidad creo que ha sido siempre, era más importante conocer antes que al dueño del antro, al de la puerta; o llevarte de a cuartos con los meseros que con los guaruas; y que el 'viene-viene' también te ubicara, no fuera que te dejaran sobre ladrillos al potente vocho, el maravilloso Sófocles de lámina con el que habíamos llegado. (Es que además, había que pensar que, al menos en nuestro caso, la vuelta a casa desde el más sur representaba, barato, 40 minutos de periférico, si no había parada obligatoria de molletes en el Vips de Plaza).
Pues eso, que éramos del grupo de los elegidos (más bien yo, porque iba de su manita como buena niña y las puertas se abrían mágicamente). Y por ahí apareció ella. La prueba viviente, la verdad con patas de que el rock and roll unía sin mirar, de manera más bien natural a güeritos y morenitos, altos y bajos, chidos y no tanto. Para cuando nos dimos cuenta de que nuestros 40 minutos de periférico -sin molletes- eran para ella tres cuartas partes de lo que le tocaba recorrer -y no porque se fuera a ningún cerro para luego ser bajada a tamborazos, nada de eso sino todo lo contrario; mira que bien mirado, habida cuenta de la potencia del carrazo que cargaba (negro, de la Chrysler, más allá no llego), igual y llegaba antes que nosotros, vaya usted a saber-; el caso es que empezó a circular entre el personal con buena onda, con don de gentes... era normal que la acogieran con cariño, con neta... sinceramente, no me acuerdo cómo, ni cuándo, pero naturalmente pasamos los unos a actuar en rotación de los otros.
Aunque lo primero es lo primero: ¡qué requeteguapa que estaba siempre! Muchos nos creíamos que tenía pacto con el diablo ¡no era posible ese cutis! Y que había hecho algún arreglo divino para que le tocara ese color de ojos; pero éso sólo eran detalles, detallitos de nada comparados con la sencillez de su alma. Con el cariño sin esquinas que pasó a darnos. Efectivamente, tuvimos la suerte de encontrarnos con una de esas personas que siempre, siempre está disponible, aún si la necesitaras para una nadería, que nunca lo era para ella; que siempre se daba tiempo para oírte, para reírse contigo, para darte un consejo desinteresado o zamparse a la velocidad del rayo unos estupendos... sí, adivinaron, molletes, aún cuando esas dos horitas podían haber significado la diferencia entre dormir un poquito más y no llegar a la oficina con cara de lechuza destanteada.
Uno se acuerda de los momentos puntuales porque a veces la mente decide que ésos son los que hay que recordar; en mi caso, pasándome de honesta, igual es que mi mente no da ahora mismo para mucho más: así que del baúl nunca polvoso, nunca mohoso, saco imágenes y momentos como cuando gracias a ella, Alberto Cortés tuvo la fortuna de conocer a mi hermanita; de su disfraz de niña; de sus pantalones de piel negros con una blusa tipo leopardo; de su melena, mil veces más chula que la de Farrah; de su estampa ahí, sosteniendo el paraguas bajo la lluvia veraniega mientras el apá preparaba las carnes asadas ¡de la vida! en casa de las chicas Romo; de las despedidas; de todas las llegadas; de la noche fría de septiembre, apoltronadas ella, servidora y la Urtu en el más incómodo sofá que mueblera alguna haya fabricado y hermano babas haya comprado, mirando durante siete horas sin parar y llorando como magdalenas mientras lady di se iba para siempre-siempre; de una gloriosa cena allá en Sayavedra, apá incluido; de cómo un soda stereo cayó rendido a sus pies, teléfono con larga distancia incluido; de su devoción por el buen Bosé; de esa foto, ya histórica, con el difuntito M. Hutchence; ¡de su horario de trabajo en la disquera ésta, cómo se llamaba, ubicada en relación con su honorable casa nada menos que en el más allá!; de amores y desamores; de su triunfo mayor, hoy adolescente. Y como los panes y los pescados (o churros y chocolates, es que siempre me confundo...) multiplicarlo por cien, o por mil, o por mil ocho mil...
Aquí todos somos afortunados: servidora porque, dado el nivel de desastre con que la naturaleza me dotó para corresponder a tanto cariño, el suyo resulta que sigue ahí, firme y fiel; y ella porque encontró a una panda de personajes especiales, dispuestos a recibir todo lo que una amistad desinteresada y buena podía ofrecer. Vamos, que salimos ganando, pero no hace la necesidad de hacer reparto de ello... este... igual y porque de este lado salimos ganando de una manera tan abrumadora que... bueno.... éso.
Apagando velitas; trabajando; viviendo el rock and roll con intensidad, trabajando; dando a cada amigo su lugar en la vida; trabajando; poniendo el diario e indispensable granito de arena; trabajando. Difícil será encontrar los adjetivos que la describan, pero lo bueno es que ella lo sabe, lo ha sabido siempre. Quiero aquí y ahora decirle a la Aspirante a la Blanca Mano de...
¿Qué se le dice a alguien que siempre ha sido como es? ¿Sigue así? ¿Gracias por ser así? ¿Como para qué, eh? ¿No es obvio? ¿Qué otra cosa puede significar que después de toda una gama de experiencias siga siendo así, sólo un poquito más sabia? Entonces ¿qué se le dice? Se le dice que se le quiere, que se le quiere muchísimo, que sepa que aunque luego no lo parezca, aquí estamos. Se le trata de decir que una es afortunada, que una no va a dilucidar si se merece o no todo ese cariño, pero que lo acepta y lo atesora, y que quiere seguir teniéndolo... aunque luego pasen temporadas sin actualizarlo. El momento de apretar el F5 y ponerlo al día vale tanto, pero tanto la pena...
Pues éso. Así.
Ten un abrazo, espinacas. Feliz nuevo cumple.
L
En aquellos años de nuestra ya un poquito lejana post-adolescencia el rock and roll... uy, perdón, del Rock en tu Idioma, era una realidad que nos había atrapado y que prometía permanecer siempre deambulando alrededor. Contábamos ya con importantes estaciones de radio, ¡con las discográficas, que sistemáticamente habían pasado de todo eso poco tiempo antes!, prácticamente levantabas una piedra y salían cuatro o cinco grupos de distinta movida y estilo -y no que antes no los hubiera, es que salían y luego eran como cohetes quemados, una pena-; y los lugares donde ver en vivo a los nuevos personajes de la escena daban todo de sí, a pesar de la todavía muy evidente falta de medios. Los músicos aspiraban a la fama y fortuna; los managers aspiraban a ser los elegidos, los que tuvieran los mejores contactos; el antro a ser la referencia, el no va más; mientras la plebe aspiraba a algo más que aullar todas las rolas concierto, a ver, un autógrafo, a ver, una foto, mientras las chatas aspiraban/suspiraban a ser algo más que fans, y las novias a ser algo más que novias. Todo se resumía en la aspiración. En ser aspirante.
Una, que iba de “m'reina”, poco pensaba en eso. La bendición de no tener que hacer laaaargas colas o contentarte con la mesa que te asignaran no formaba parte de mis preocupaciones, vamos, que siempre me pareció de lo más natural; porque en ese entonces, en realidad creo que ha sido siempre, era más importante conocer antes que al dueño del antro, al de la puerta; o llevarte de a cuartos con los meseros que con los guaruas; y que el 'viene-viene' también te ubicara, no fuera que te dejaran sobre ladrillos al potente vocho, el maravilloso Sófocles de lámina con el que habíamos llegado. (Es que además, había que pensar que, al menos en nuestro caso, la vuelta a casa desde el más sur representaba, barato, 40 minutos de periférico, si no había parada obligatoria de molletes en el Vips de Plaza).
Pues eso, que éramos del grupo de los elegidos (más bien yo, porque iba de su manita como buena niña y las puertas se abrían mágicamente). Y por ahí apareció ella. La prueba viviente, la verdad con patas de que el rock and roll unía sin mirar, de manera más bien natural a güeritos y morenitos, altos y bajos, chidos y no tanto. Para cuando nos dimos cuenta de que nuestros 40 minutos de periférico -sin molletes- eran para ella tres cuartas partes de lo que le tocaba recorrer -y no porque se fuera a ningún cerro para luego ser bajada a tamborazos, nada de eso sino todo lo contrario; mira que bien mirado, habida cuenta de la potencia del carrazo que cargaba (negro, de la Chrysler, más allá no llego), igual y llegaba antes que nosotros, vaya usted a saber-; el caso es que empezó a circular entre el personal con buena onda, con don de gentes... era normal que la acogieran con cariño, con neta... sinceramente, no me acuerdo cómo, ni cuándo, pero naturalmente pasamos los unos a actuar en rotación de los otros.
Aunque lo primero es lo primero: ¡qué requeteguapa que estaba siempre! Muchos nos creíamos que tenía pacto con el diablo ¡no era posible ese cutis! Y que había hecho algún arreglo divino para que le tocara ese color de ojos; pero éso sólo eran detalles, detallitos de nada comparados con la sencillez de su alma. Con el cariño sin esquinas que pasó a darnos. Efectivamente, tuvimos la suerte de encontrarnos con una de esas personas que siempre, siempre está disponible, aún si la necesitaras para una nadería, que nunca lo era para ella; que siempre se daba tiempo para oírte, para reírse contigo, para darte un consejo desinteresado o zamparse a la velocidad del rayo unos estupendos... sí, adivinaron, molletes, aún cuando esas dos horitas podían haber significado la diferencia entre dormir un poquito más y no llegar a la oficina con cara de lechuza destanteada.
Uno se acuerda de los momentos puntuales porque a veces la mente decide que ésos son los que hay que recordar; en mi caso, pasándome de honesta, igual es que mi mente no da ahora mismo para mucho más: así que del baúl nunca polvoso, nunca mohoso, saco imágenes y momentos como cuando gracias a ella, Alberto Cortés tuvo la fortuna de conocer a mi hermanita; de su disfraz de niña; de sus pantalones de piel negros con una blusa tipo leopardo; de su melena, mil veces más chula que la de Farrah; de su estampa ahí, sosteniendo el paraguas bajo la lluvia veraniega mientras el apá preparaba las carnes asadas ¡de la vida! en casa de las chicas Romo; de las despedidas; de todas las llegadas; de la noche fría de septiembre, apoltronadas ella, servidora y la Urtu en el más incómodo sofá que mueblera alguna haya fabricado y hermano babas haya comprado, mirando durante siete horas sin parar y llorando como magdalenas mientras lady di se iba para siempre-siempre; de una gloriosa cena allá en Sayavedra, apá incluido; de cómo un soda stereo cayó rendido a sus pies, teléfono con larga distancia incluido; de su devoción por el buen Bosé; de esa foto, ya histórica, con el difuntito M. Hutchence; ¡de su horario de trabajo en la disquera ésta, cómo se llamaba, ubicada en relación con su honorable casa nada menos que en el más allá!; de amores y desamores; de su triunfo mayor, hoy adolescente. Y como los panes y los pescados (o churros y chocolates, es que siempre me confundo...) multiplicarlo por cien, o por mil, o por mil ocho mil...
Aquí todos somos afortunados: servidora porque, dado el nivel de desastre con que la naturaleza me dotó para corresponder a tanto cariño, el suyo resulta que sigue ahí, firme y fiel; y ella porque encontró a una panda de personajes especiales, dispuestos a recibir todo lo que una amistad desinteresada y buena podía ofrecer. Vamos, que salimos ganando, pero no hace la necesidad de hacer reparto de ello... este... igual y porque de este lado salimos ganando de una manera tan abrumadora que... bueno.... éso.
Apagando velitas; trabajando; viviendo el rock and roll con intensidad, trabajando; dando a cada amigo su lugar en la vida; trabajando; poniendo el diario e indispensable granito de arena; trabajando. Difícil será encontrar los adjetivos que la describan, pero lo bueno es que ella lo sabe, lo ha sabido siempre. Quiero aquí y ahora decirle a la Aspirante a la Blanca Mano de...
¿Qué se le dice a alguien que siempre ha sido como es? ¿Sigue así? ¿Gracias por ser así? ¿Como para qué, eh? ¿No es obvio? ¿Qué otra cosa puede significar que después de toda una gama de experiencias siga siendo así, sólo un poquito más sabia? Entonces ¿qué se le dice? Se le dice que se le quiere, que se le quiere muchísimo, que sepa que aunque luego no lo parezca, aquí estamos. Se le trata de decir que una es afortunada, que una no va a dilucidar si se merece o no todo ese cariño, pero que lo acepta y lo atesora, y que quiere seguir teniéndolo... aunque luego pasen temporadas sin actualizarlo. El momento de apretar el F5 y ponerlo al día vale tanto, pero tanto la pena...
Pues éso. Así.
Ten un abrazo, espinacas. Feliz nuevo cumple.
L
miércoles, 16 de marzo de 2011
Seis y contando. Para el niño Alex.
Mi querido, único y especial chamaco:
Por si tu madre no te lo ha contado, el inicio de tu vida entre nosotros, rocambolesco y divertido a morir una vez pasadas las sorpresas, en realidad se había iniciado mucho antes. Y por si tu madre tampoco te lo ha contado, la cigüeña que te trajo resultó que se había ido de parranda, allá adonde las cigüeñas se lo pasan bomba, y cuando llegaste a nosotros tan hermosote, tan callado, tan güerito, vamos, que pensamos que cualquier día se presentaría Brad Pitt a reclamarte. Bueno, venga, pregúntale a tu madre quién es el tal Brad Pitt, yo espero...
Verás, chamaco mío: tu mamá ya soñaba contigo, sin conocerte.
Deja te digo que tú no eras una nube con forma de bebé, ni una sonrosada y sonriente cara emergiendo de una rosa azul (esa exclusiva la tiene tu tío); ni mucho menos llevabas estampado tatuaje alguno que dijera algo de una torta bajo el brazo, un milagro o vete a saber qué: tú eras el resultado de una aventura mágica sin superhéroes, villanos o humildes ciudadanos rescatados de garras opresoras.
Como jamás me he sacado la lotería, no te puedo comparar; y si ya entrados en gastos, resulta que lo más que he ganado en sorteo alguno es una colcha que -supongo- sigue en la cama de tu abuelo, mira, mejor ni empezar ese ejercicio ¿no crees? Efectivamente, eres un premio... pero sin cobrar.
¡La vida que te espera!
Tus antecesores, o sea nosotros, querido, eran llevados al cine a ver la última de Walt Disney, y luego ya no quedaba de otra más que repetir en el mismo cine o en otro, caso de que no te hubieras enterado bien de la trama o que mucho te hubiera gustado la peli. Los que reteníamos alguna escena nos teníamos que regodear usando sólo la mente -a ver, sí, yo me quedo con el beso a Aurora, te imaginarás-, y ni en nuestras más remotas y locas fantasías nos imaginábamos que algún día podríamos, no sólo verlas a tamaño casi de reloj de pulsera, o en la sala de casa, sino en tercera dimensión detrás de las gafas más ridículas que se hayan inventado (espero que éso mejore).
La música mayormente provenía de la radio -dile a tu madre que te hable de Radio Chapultepec, o la Sabrosita, la XEDF o Radio Mil; y pídele a tu tío que te enseñe esa radio con onda corta que durante ¡años! estuvo en casa de tu hoy bisabuela. Y sí, ahí en el cuarto de servicio de tu casa, y en el mueble de madera de las chicas, ahí están los vinilos que ellas y nosotros escuchábamos y que, sobre todo a tu edad, no podíamos ni tocar con nuestras manos de niños ¡no nos dejaban y tampoco teníamos muchos en propiedad!
¿Si sabes los años que le saco a tu madre, verdad? Así que yo te puedo hablar de Cachirulo o las 'comedias' de media tarde, y ella te hablará de otras caricaturas, aunque sí llegamos a compartir Los Munster o Los Locos Addams... en blanco y negro, también.
Nosotros, chamaco, estrenábamos trapitos cuando nos tocaba estrenar, es decir, de fijo en cumpleaños y grandes eventos, y conforme crecíamos, surtiéndonos de tiendas, mercados y súpers, pero no heredando, igualito que tú, que nosotros no teníamos mayores de quien recibirlo -y tampoco sé si lo hubiéramos recibido, ya ves-.
Pero también entrábamos a la primaria con seis años, más miedosos e inseguros que nadie, porque ese temor a lo desconocido no tiene nada que ver con conocer qué hay dentro de ese simpático enchufe en la pared, o por qué la plancha hace ese ruidito como un quejido; era visceral, intenso y agridulce. Nos presentábamos sin leer ni escribir apenas, llenos de orgullo por estrenar zapatos, y mochila, y cuadernos, bien peinados y limpitos, pero con unas ganas locas de mirar, para luego echar a correr a los brazos de nuestra mamá. Y luego pasaba un día. Y otro. Y otro más. Y cuando nos dábamos cuenta, ya nos habíamos integrado ¡y hasta nos encantaba la maestra!
A los seis años se esperaba que ya no se nos derramara nada de líquido ni en la mesa ni en nuestras personas, mucho menos en los demás; que no gritáramos como locos cuando la emoción nos desbordaba; que ya admiráramos al futbolista de moda; que conociéramos al mundo entero cuando llama al teléfono; y que saludáramos con educación y respeto a toooooodos los mayores.
Bueno, chamaco, conforme los mayores nos hacemos más mayores tenemos menos tolerancia a los gritos, excepto cuando somos nosotros quienes los lanzamos; y muchas de las cosas que se nos caen también iban hacia la boca, pero por lo visto nos da como un poco de más vergüenza. No sé: en el fondo secreto de mi corazón, donde tú ocupas sitio de honor, ahí cuento con que sigas siendo natural y espontáneo, y que expreses siempre tu verdad, bien medida y sopesada, que ya sabes, aunque defiendas con uñas y garras tu punto de vista, tienes todavía más o menos el tiempo que irás a la escuela en que la opinión que cuenta, mayormente, es la de tu abnegada madre. Igual que nos pasó a nosotros. Cierra los ojos y obedece, mi niño. Es sorprendente cómo siempre estarán esos brazos, extensiones de esa boca que nos regaña o nos ordena, listos a cogernos si tropezamos y caemos. Y dile a tu madre que te explique esto, si es que ella logra entenderme a mí.
Mientras, te mando un abrazo inmenso como las nubes de donde no viniste, y besos tantos como las flores de las que no saliste. Que la realidad de tus grandes ojos y tus risas ya valen chorro mil millones más. Tú dale muchos besos y abrazos a tu mama, chamaco, mírala y apriétala, pellízcala pero no la muerdas, y dile que la quieres con tu corazón y tu estómago. A veces los mayores necesitamos un pequeño rescate cuando la vida decide ponerse especialmente trabajosa.
¿Yo? Yo te quiero un chingo. O 'cuchingo' como alcanzaste a decir. Feliz cumpleaños, niño Alejandro.
Por si tu madre no te lo ha contado, el inicio de tu vida entre nosotros, rocambolesco y divertido a morir una vez pasadas las sorpresas, en realidad se había iniciado mucho antes. Y por si tu madre tampoco te lo ha contado, la cigüeña que te trajo resultó que se había ido de parranda, allá adonde las cigüeñas se lo pasan bomba, y cuando llegaste a nosotros tan hermosote, tan callado, tan güerito, vamos, que pensamos que cualquier día se presentaría Brad Pitt a reclamarte. Bueno, venga, pregúntale a tu madre quién es el tal Brad Pitt, yo espero...
Verás, chamaco mío: tu mamá ya soñaba contigo, sin conocerte.
Deja te digo que tú no eras una nube con forma de bebé, ni una sonrosada y sonriente cara emergiendo de una rosa azul (esa exclusiva la tiene tu tío); ni mucho menos llevabas estampado tatuaje alguno que dijera algo de una torta bajo el brazo, un milagro o vete a saber qué: tú eras el resultado de una aventura mágica sin superhéroes, villanos o humildes ciudadanos rescatados de garras opresoras.
Como jamás me he sacado la lotería, no te puedo comparar; y si ya entrados en gastos, resulta que lo más que he ganado en sorteo alguno es una colcha que -supongo- sigue en la cama de tu abuelo, mira, mejor ni empezar ese ejercicio ¿no crees? Efectivamente, eres un premio... pero sin cobrar.
¡La vida que te espera!
Tus antecesores, o sea nosotros, querido, eran llevados al cine a ver la última de Walt Disney, y luego ya no quedaba de otra más que repetir en el mismo cine o en otro, caso de que no te hubieras enterado bien de la trama o que mucho te hubiera gustado la peli. Los que reteníamos alguna escena nos teníamos que regodear usando sólo la mente -a ver, sí, yo me quedo con el beso a Aurora, te imaginarás-, y ni en nuestras más remotas y locas fantasías nos imaginábamos que algún día podríamos, no sólo verlas a tamaño casi de reloj de pulsera, o en la sala de casa, sino en tercera dimensión detrás de las gafas más ridículas que se hayan inventado (espero que éso mejore).
La música mayormente provenía de la radio -dile a tu madre que te hable de Radio Chapultepec, o la Sabrosita, la XEDF o Radio Mil; y pídele a tu tío que te enseñe esa radio con onda corta que durante ¡años! estuvo en casa de tu hoy bisabuela. Y sí, ahí en el cuarto de servicio de tu casa, y en el mueble de madera de las chicas, ahí están los vinilos que ellas y nosotros escuchábamos y que, sobre todo a tu edad, no podíamos ni tocar con nuestras manos de niños ¡no nos dejaban y tampoco teníamos muchos en propiedad!
¿Si sabes los años que le saco a tu madre, verdad? Así que yo te puedo hablar de Cachirulo o las 'comedias' de media tarde, y ella te hablará de otras caricaturas, aunque sí llegamos a compartir Los Munster o Los Locos Addams... en blanco y negro, también.
Nosotros, chamaco, estrenábamos trapitos cuando nos tocaba estrenar, es decir, de fijo en cumpleaños y grandes eventos, y conforme crecíamos, surtiéndonos de tiendas, mercados y súpers, pero no heredando, igualito que tú, que nosotros no teníamos mayores de quien recibirlo -y tampoco sé si lo hubiéramos recibido, ya ves-.
Pero también entrábamos a la primaria con seis años, más miedosos e inseguros que nadie, porque ese temor a lo desconocido no tiene nada que ver con conocer qué hay dentro de ese simpático enchufe en la pared, o por qué la plancha hace ese ruidito como un quejido; era visceral, intenso y agridulce. Nos presentábamos sin leer ni escribir apenas, llenos de orgullo por estrenar zapatos, y mochila, y cuadernos, bien peinados y limpitos, pero con unas ganas locas de mirar, para luego echar a correr a los brazos de nuestra mamá. Y luego pasaba un día. Y otro. Y otro más. Y cuando nos dábamos cuenta, ya nos habíamos integrado ¡y hasta nos encantaba la maestra!
A los seis años se esperaba que ya no se nos derramara nada de líquido ni en la mesa ni en nuestras personas, mucho menos en los demás; que no gritáramos como locos cuando la emoción nos desbordaba; que ya admiráramos al futbolista de moda; que conociéramos al mundo entero cuando llama al teléfono; y que saludáramos con educación y respeto a toooooodos los mayores.
Bueno, chamaco, conforme los mayores nos hacemos más mayores tenemos menos tolerancia a los gritos, excepto cuando somos nosotros quienes los lanzamos; y muchas de las cosas que se nos caen también iban hacia la boca, pero por lo visto nos da como un poco de más vergüenza. No sé: en el fondo secreto de mi corazón, donde tú ocupas sitio de honor, ahí cuento con que sigas siendo natural y espontáneo, y que expreses siempre tu verdad, bien medida y sopesada, que ya sabes, aunque defiendas con uñas y garras tu punto de vista, tienes todavía más o menos el tiempo que irás a la escuela en que la opinión que cuenta, mayormente, es la de tu abnegada madre. Igual que nos pasó a nosotros. Cierra los ojos y obedece, mi niño. Es sorprendente cómo siempre estarán esos brazos, extensiones de esa boca que nos regaña o nos ordena, listos a cogernos si tropezamos y caemos. Y dile a tu madre que te explique esto, si es que ella logra entenderme a mí.
Mientras, te mando un abrazo inmenso como las nubes de donde no viniste, y besos tantos como las flores de las que no saliste. Que la realidad de tus grandes ojos y tus risas ya valen chorro mil millones más. Tú dale muchos besos y abrazos a tu mama, chamaco, mírala y apriétala, pellízcala pero no la muerdas, y dile que la quieres con tu corazón y tu estómago. A veces los mayores necesitamos un pequeño rescate cuando la vida decide ponerse especialmente trabajosa.
¿Yo? Yo te quiero un chingo. O 'cuchingo' como alcanzaste a decir. Feliz cumpleaños, niño Alejandro.
miércoles, 9 de marzo de 2011
Ser o no ser... un Caifán.
Fíjate que lo más fácil resulta ser decidir lo que no quieres, antes de lo que realmente quieres ¿por qué será? He llegado a la conclusión de que sólo unos pocos, igual y privilegiados, pueden hacer lo contrario. Y luego da mucho gusto conocer, tener cerca a alguien así.
Cuando mi hermanito dio la campanada y dijo 'nada de escuela', nosotros a su alrededor todavía creíamos que, aunque la letra con sangre no entra, sí que habían otras opciones menos desconsoladoras y a lo mejor hasta útiles, para que la inteligencia, que no brillaba por su ausencia, tuviera su momento y su lugar en un aula, con compañeros, maestros y todas las broncas y felicidades inherentes. Craso error. Efectivamente, él sabía que eso no lo quería, pero es que al mismo tiempo sabía clarísimo lo que sí.
See the picture, que cantaba la Cher: una de tutora de un elemento que más tardaba en traspasar las rejas de la entrada principal del colegio, que brincarse las del otro lado y tomar las de villadiego; ah, la de veces que me senté a hablar con el maestro Tello (¡el maestro Tello de la 92, sí!) para que le dieran 'otro chancecito, porfis-porfis'. Como muchas otras cosas, una formaba parte de esa escuela, en sentido general, en la que todos creemos que hay que seguir a rajatabla o no hay nada más que un nublado futuro. El pequeño, diminuto, enanito y mínimo detalle era que el susodicho no entraba en razón ni a la de tres.
¿Las cosas que pasaron en ese inter, mientras mi hermanito tomaba el camino que quería seguir? Esas ya las escribió Xavier Velasco, que lo sepas, y lo podrás leer si tienes la inmensa suerte de conseguir un ejemplar de ese libro que forma parte de su historia, y que dejó al apá y a uno que otro con la boca más que abierta... y que incluso hasta podría ser el mío, que misteriosamente desapareció de mi oficina un bonito día de verano. Yo lo que sé son de las veces que caminé con él, corrí detrás de las combis con él, esperé por él, hablé con él... y que no son pocas. En aquellos días sólo se soñaba con tener un cochecito, con no llegar muy tarde o demasiado temprano, con entender por qué a él le salían las cosas tan bonitas desde el primer intento y los demás iban más que rezagados...es que como no tenía la menor duda de lo que iba a hacer, allá fue mi apá a buscarle una guitarra acústica, sí, esa que cuelga en todas las paredes de todas las casas que han sido su hogar; y las sesiones maratonianas, eteeernas, donde mi apá y mi hermanote y servidora nos quedábamos idiotas viéndole tocar, una y otra vez, la más singular canción de la película Tommy; y ensayando por encima de las rolas, que se gastaban en vinilo hasta sonar cual aguacero de abril.
Dependiendo de la perspectiva, a veces parecía que las cosas corrían a velocidad desaforada, que desde aquellas sesiones Cherry-Manhattan se pasó en chinga a hacer Ruido Blanco o mostrar el Método del Ritmo (ensayos incluidos en la sala de la casa, gracias por participar); y que su medio cuerpo vestido en rojo escandaloso, con corbata finita, finita y los encrespados pelos alzados hacia los cielos, a todo color, aparecerían en un vinilo ¡todo un álbum, por las cenizas de mi padre!
Y el tiempo seguía corriendo, corriendo, teletransportándolo a él y a su singular ¿slang? ¿así se llama? al Séptimo Aire, a otra portada, a toquines en cualquier antro, que muchos había, buenos, malos, la mayoría regulares. Palomazos y paros muchos, pregúntale a Ricardo Ochoa o a la Botella...
¿Las cenizas de mi padre? Ah, es que es ex fumador...
Espera, que sigo: así conocí un estudio de grabación; entendí la labor de los inges de sonido y me confundí más con la de los managers; aprendí a valorar la chamba de un secre; de viajar a León en coche de lujo, todos apretados y a cinco horas de la tocada y llegar en menos de tres; o en autobús a Colima, en avión a Tijuana y San Luis Río Colorado y Mexicali, tres días-tres ciudades-tres. Cielos. De hoteles pato y más que pato con chinches que me dejaron como recuerdo un mes de baja por tifo y unas fiebres que pa'qué te cuento, a depas a todo lujo en los United. Camerinos con forma de baños y baños con forma de camerinos. Toneladas de gel. ¡Postizos! Caifanes. No Los Caifanes, por favor. Caifanes.
La puerta se estaba abriendo más ¿el Oso Pavón? ¿un cassette? ¿una estación de radio? ¿unos ejecutivos que ya le veían poderío y potencial al rock mexicano? (que no es que antes no se lo vieran, es que la opinión de los de antes no contaba para nada...). Mientras, mi hermanito y yo nos salíamos juntos por la mañana, tomábamos la combi hacia nuestros trabajos, yo me bajaba en Polanco, él seguía hasta la hermana república de Coyoacán, yo tecleaba en una de las primeras computadoras que hubo en Cablevisión la información de sus conciertos, para quien pudiera interesarse... luego, en la noche, molletes o sopa de tortilla del Vips con café y a casa, y a la mañana siguiente de nuevo, y la que seguía, y la que seguía otra vez igual. Pero no igual.
Dicen que si se dice tres veces se recuerda con detalle todo, a ver: Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks; Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks; Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks.
Uy, claro que había más, muchos más lugares. Pero ahí se reunía la familia, la sanguínea y la postiza. Los egos seguían en su sitio, gracias los dioses; ya luego bailarían al son de hormonas compuestas principalmente por talento, depósitos en el banco y la adoración de los fans (y al que diga que miento, que lance la siguiente mentira).
Y ahí estábamos en primera fila, ahora ya con la hermanita en edad de merecer -novio y nos cuantos rockanroles, como no-, tratadas como m'reinitas (que vip's ni qué nada, éso siempre me ha parecido harto mamón, sorry).
Que sí, que siempre me dio mucho gusto. Que fue una etapa absolutamente imborrable.
Y que no son veinte años después. O no para todos. O no en todo. Que la diferencia no fue nada más pasar de 200 oyentes, entre gorrones, desconocidos y empleados, a 20 mil almas cantando cada una con toda la voz y el corazón desafinados en el Palacio de los Deportes, o en el Wilthern, o en el Auditorio Nacional.
He ahí el dilema.
Mientras, y por si las moscas:
Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks,
Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks,
Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks.
Cuando mi hermanito dio la campanada y dijo 'nada de escuela', nosotros a su alrededor todavía creíamos que, aunque la letra con sangre no entra, sí que habían otras opciones menos desconsoladoras y a lo mejor hasta útiles, para que la inteligencia, que no brillaba por su ausencia, tuviera su momento y su lugar en un aula, con compañeros, maestros y todas las broncas y felicidades inherentes. Craso error. Efectivamente, él sabía que eso no lo quería, pero es que al mismo tiempo sabía clarísimo lo que sí.
See the picture, que cantaba la Cher: una de tutora de un elemento que más tardaba en traspasar las rejas de la entrada principal del colegio, que brincarse las del otro lado y tomar las de villadiego; ah, la de veces que me senté a hablar con el maestro Tello (¡el maestro Tello de la 92, sí!) para que le dieran 'otro chancecito, porfis-porfis'. Como muchas otras cosas, una formaba parte de esa escuela, en sentido general, en la que todos creemos que hay que seguir a rajatabla o no hay nada más que un nublado futuro. El pequeño, diminuto, enanito y mínimo detalle era que el susodicho no entraba en razón ni a la de tres.
¿Las cosas que pasaron en ese inter, mientras mi hermanito tomaba el camino que quería seguir? Esas ya las escribió Xavier Velasco, que lo sepas, y lo podrás leer si tienes la inmensa suerte de conseguir un ejemplar de ese libro que forma parte de su historia, y que dejó al apá y a uno que otro con la boca más que abierta... y que incluso hasta podría ser el mío, que misteriosamente desapareció de mi oficina un bonito día de verano. Yo lo que sé son de las veces que caminé con él, corrí detrás de las combis con él, esperé por él, hablé con él... y que no son pocas. En aquellos días sólo se soñaba con tener un cochecito, con no llegar muy tarde o demasiado temprano, con entender por qué a él le salían las cosas tan bonitas desde el primer intento y los demás iban más que rezagados...es que como no tenía la menor duda de lo que iba a hacer, allá fue mi apá a buscarle una guitarra acústica, sí, esa que cuelga en todas las paredes de todas las casas que han sido su hogar; y las sesiones maratonianas, eteeernas, donde mi apá y mi hermanote y servidora nos quedábamos idiotas viéndole tocar, una y otra vez, la más singular canción de la película Tommy; y ensayando por encima de las rolas, que se gastaban en vinilo hasta sonar cual aguacero de abril.
Dependiendo de la perspectiva, a veces parecía que las cosas corrían a velocidad desaforada, que desde aquellas sesiones Cherry-Manhattan se pasó en chinga a hacer Ruido Blanco o mostrar el Método del Ritmo (ensayos incluidos en la sala de la casa, gracias por participar); y que su medio cuerpo vestido en rojo escandaloso, con corbata finita, finita y los encrespados pelos alzados hacia los cielos, a todo color, aparecerían en un vinilo ¡todo un álbum, por las cenizas de mi padre!
Y el tiempo seguía corriendo, corriendo, teletransportándolo a él y a su singular ¿slang? ¿así se llama? al Séptimo Aire, a otra portada, a toquines en cualquier antro, que muchos había, buenos, malos, la mayoría regulares. Palomazos y paros muchos, pregúntale a Ricardo Ochoa o a la Botella...
¿Las cenizas de mi padre? Ah, es que es ex fumador...
Espera, que sigo: así conocí un estudio de grabación; entendí la labor de los inges de sonido y me confundí más con la de los managers; aprendí a valorar la chamba de un secre; de viajar a León en coche de lujo, todos apretados y a cinco horas de la tocada y llegar en menos de tres; o en autobús a Colima, en avión a Tijuana y San Luis Río Colorado y Mexicali, tres días-tres ciudades-tres. Cielos. De hoteles pato y más que pato con chinches que me dejaron como recuerdo un mes de baja por tifo y unas fiebres que pa'qué te cuento, a depas a todo lujo en los United. Camerinos con forma de baños y baños con forma de camerinos. Toneladas de gel. ¡Postizos! Caifanes. No Los Caifanes, por favor. Caifanes.
La puerta se estaba abriendo más ¿el Oso Pavón? ¿un cassette? ¿una estación de radio? ¿unos ejecutivos que ya le veían poderío y potencial al rock mexicano? (que no es que antes no se lo vieran, es que la opinión de los de antes no contaba para nada...). Mientras, mi hermanito y yo nos salíamos juntos por la mañana, tomábamos la combi hacia nuestros trabajos, yo me bajaba en Polanco, él seguía hasta la hermana república de Coyoacán, yo tecleaba en una de las primeras computadoras que hubo en Cablevisión la información de sus conciertos, para quien pudiera interesarse... luego, en la noche, molletes o sopa de tortilla del Vips con café y a casa, y a la mañana siguiente de nuevo, y la que seguía, y la que seguía otra vez igual. Pero no igual.
Dicen que si se dice tres veces se recuerda con detalle todo, a ver: Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks; Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks; Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks.
Uy, claro que había más, muchos más lugares. Pero ahí se reunía la familia, la sanguínea y la postiza. Los egos seguían en su sitio, gracias los dioses; ya luego bailarían al son de hormonas compuestas principalmente por talento, depósitos en el banco y la adoración de los fans (y al que diga que miento, que lance la siguiente mentira).
Y ahí estábamos en primera fila, ahora ya con la hermanita en edad de merecer -novio y nos cuantos rockanroles, como no-, tratadas como m'reinitas (que vip's ni qué nada, éso siempre me ha parecido harto mamón, sorry).
Que sí, que siempre me dio mucho gusto. Que fue una etapa absolutamente imborrable.
Y que no son veinte años después. O no para todos. O no en todo. Que la diferencia no fue nada más pasar de 200 oyentes, entre gorrones, desconocidos y empleados, a 20 mil almas cantando cada una con toda la voz y el corazón desafinados en el Palacio de los Deportes, o en el Wilthern, o en el Auditorio Nacional.
He ahí el dilema.
Mientras, y por si las moscas:
Rockola, Rockotitlán, LUCC, Rock Stock, Satélite Rocks,
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martes, 1 de marzo de 2011
Londres en febrero
Esto es un sentido y sencillo homenaje al padre, las madres y los alumnos que se armaron de un valor inconmensurable para irse de fin de semana con la teacher a Londres... y viven para contarlo.
1. Hay que conocer internet, de otra manera te toca bailar con el más feo.
Los augurios empezaron muy buenos, que el avión estaba barato y era cuestión de llevarse al alumnado casi casi mochilero; pero cuando eres inútil con internet, pues mal asunto... que buscar un paquete es labor endemoniada, porque cada 10 minutos nos cambiaba la oferta. De modo que lo que empezó como dos pesos (o euros, vamos a ver) se convirtió en 10 para cuando ya habían avanzado varios días, vamos, una pasada. Pedí ayuda a profesionales pero oh, sorpresa, tampoco era más económico: que si ésto sin transporte, que si aquello pero hospedados allá donde cristo perdió la voz de tanto llamar a sus fans, que los carburantes se habían subido hasta máximos históricos... terminamos sacándolo en paquete entre dos (¡los Carrero!) y aún así, haciéndolo simultáneamente que a la vez y together -mi apá dixit- nomás no conseguimos que costaran lo mismo. Pero nadie se rajó. Oh, no.
2. Aeropuertos, ay, aeropuertos.
Ya en ello, y revisando el clima -también por internet, of course-, supimos que haría un frío del carajo: a cargar con todo lo polar, pues. Y todo muy bien si llegas, facturas, te metes, te formas y te instalas en el avión. Pero cuando te dicen que tiene retraso de una hora y estás cociéndote en tu jugo, tapado por abrigos, suéteres, chamarras, bufandas, gorros y guantes ¿qué haces? Ir al baño a empezar el striptease... y esperar. Luego, ya instalado en tu asiento, decidir si pagarás por un par de buches de agua porque no se te ocurrió comprarlo antes, o aguantarse hasta llegar, que sólo son dos horas. Intentar dormir.
Cuando eres ciudadano europeo vas y te formas con los de tu especie, pasas tan sólo presentando tu identificación y nada de pasaporte... una, que lleva lo mexicano en la sangre y en los documentos, se forma aparte con los gringos y demás no europeizados y espera, espera, espera y espera....
Más de una hora, por las patas de mi cama.
Vengo de paseo. No, no vengo sola. Los demás son españoles. De Madrid, sí. Sólo dos días. A pasear, como dije antes. Sí, tengo marido. Español, sí. Él se quedó. Porque no quería venir. Soy maestra, ellos mis alumnos. Oh, hace mucho. Sus nombres están en esta lista, esta reserva que está a mi nombre, sabe. Hace mucho que nos conocemos, sí.
Madre mía.
3. Cuando el hospedaje puede ser como película de terror.
Oh, craso error en lo del hospedaje, que nunca tendrán un nivel elementalmente parecido al de este hermoso país, donde un dos estrellas se equipara una estancia bastante pancha... aquí aprovechan todos los centímetros cuadrados, y son capaces de meter dos camas, un mueble, un armario y hasta tener baño privado en un espacio no mayor que la cocina de una casa de obra social. Si tomamos en cuenta que era poco tiempo, y que sólo era un espacio para dormir y ducharse, pues mira, pasar brincando entre maletas y no poder estar más que uno a la vez en el baño no parecía gran detalle. Que luego no saliera mucha agua caliente, o que la alfombra de la habitación pareciera traída directamente del Egipto en conflicto, bueno... el desayuno hasta podría pasar por bueno, que no sólo era pan tostado y café ¡había leche, y jugo de naranja industrial, y cereales marca pato, y huevos preparados no sé cómo!
3. Aprovecha el tiempo y aprende a echar el bofe sin quejarte.
De modo que a la llegada perdimos medio día ¡había que recuperarlo! ¿recuperarlo he escrito? Bueno, tratar de que rindiera más. Andemos, pues. Caminemos. Paseemos. Y eso fue las primeras horas.
Qué bonito Hyde Park. Muy chulo Saint James. Oh, y Regent Park. Y ya chole de parks, ¿no? Fuimos a visitar a Chavela a su palacio, y aunque sí estaba, ni las narices asomó, igual estaba tomando el té... Caminamos. Caminamos como posesos. Horas y horas.
¿Quién se quejó? Realmente nadie, como no se tomen en cuenta los riñones, muslos, gemelos y espaldas, de lo demás nada. Hermosos niños, aguantaron todo, se hicieron fotos, se rieron, y sobre todo participaron, intentando comunicarse con el personal de todas razas que ocupa esa ciudad. Que esperar dos horas para cenar en Hard Rock café hasta valió la pena.
4. No dejar de leer NUNCA la letra pequeña.
El transporte estuvo chulo de bonito, camioneta única y de buen tamaño para todos (recordar por favor que eran dos grupos). La de llegada nos tuvo que esperar hasta que yo terminara mi conferencia de prensa donde los pasaportes, y luego de entregarnos en el hotel, en calidad de bultos, se piró sin que nos diéramos cuenta. Calculando que salíamos de Londres a las 10 y estábamos a una hora del aeropuerto, ingenuamente pensé que con tres horas de antelación estaba más que suficiente, es decir, recogernos a las 7 y llegar a las 8 a facturar. Favor de imaginarse la sorpresa cuando tocan a la puerta de la habitación y me informan que mi transporte ha llegado ¡a las 5 y media de la mañana! Y ni cómo quejarse, la letra pequeña decía, clarísimamente luego de verlo con lupa, que el transporte se presenta por ti cuatro horas y media antes de la salida... o sea. Y a correr, a levantar a todos los demás y salir sin haberse quitado las lagañas.
Así que, después de todo, el que me digan que 'conmigo hasta el fin del mundo' vale más que oro en paño.
1. Hay que conocer internet, de otra manera te toca bailar con el más feo.
Los augurios empezaron muy buenos, que el avión estaba barato y era cuestión de llevarse al alumnado casi casi mochilero; pero cuando eres inútil con internet, pues mal asunto... que buscar un paquete es labor endemoniada, porque cada 10 minutos nos cambiaba la oferta. De modo que lo que empezó como dos pesos (o euros, vamos a ver) se convirtió en 10 para cuando ya habían avanzado varios días, vamos, una pasada. Pedí ayuda a profesionales pero oh, sorpresa, tampoco era más económico: que si ésto sin transporte, que si aquello pero hospedados allá donde cristo perdió la voz de tanto llamar a sus fans, que los carburantes se habían subido hasta máximos históricos... terminamos sacándolo en paquete entre dos (¡los Carrero!) y aún así, haciéndolo simultáneamente que a la vez y together -mi apá dixit- nomás no conseguimos que costaran lo mismo. Pero nadie se rajó. Oh, no.
2. Aeropuertos, ay, aeropuertos.
Ya en ello, y revisando el clima -también por internet, of course-, supimos que haría un frío del carajo: a cargar con todo lo polar, pues. Y todo muy bien si llegas, facturas, te metes, te formas y te instalas en el avión. Pero cuando te dicen que tiene retraso de una hora y estás cociéndote en tu jugo, tapado por abrigos, suéteres, chamarras, bufandas, gorros y guantes ¿qué haces? Ir al baño a empezar el striptease... y esperar. Luego, ya instalado en tu asiento, decidir si pagarás por un par de buches de agua porque no se te ocurrió comprarlo antes, o aguantarse hasta llegar, que sólo son dos horas. Intentar dormir.
Cuando eres ciudadano europeo vas y te formas con los de tu especie, pasas tan sólo presentando tu identificación y nada de pasaporte... una, que lleva lo mexicano en la sangre y en los documentos, se forma aparte con los gringos y demás no europeizados y espera, espera, espera y espera....
Más de una hora, por las patas de mi cama.
Vengo de paseo. No, no vengo sola. Los demás son españoles. De Madrid, sí. Sólo dos días. A pasear, como dije antes. Sí, tengo marido. Español, sí. Él se quedó. Porque no quería venir. Soy maestra, ellos mis alumnos. Oh, hace mucho. Sus nombres están en esta lista, esta reserva que está a mi nombre, sabe. Hace mucho que nos conocemos, sí.
Madre mía.
3. Cuando el hospedaje puede ser como película de terror.
Oh, craso error en lo del hospedaje, que nunca tendrán un nivel elementalmente parecido al de este hermoso país, donde un dos estrellas se equipara una estancia bastante pancha... aquí aprovechan todos los centímetros cuadrados, y son capaces de meter dos camas, un mueble, un armario y hasta tener baño privado en un espacio no mayor que la cocina de una casa de obra social. Si tomamos en cuenta que era poco tiempo, y que sólo era un espacio para dormir y ducharse, pues mira, pasar brincando entre maletas y no poder estar más que uno a la vez en el baño no parecía gran detalle. Que luego no saliera mucha agua caliente, o que la alfombra de la habitación pareciera traída directamente del Egipto en conflicto, bueno... el desayuno hasta podría pasar por bueno, que no sólo era pan tostado y café ¡había leche, y jugo de naranja industrial, y cereales marca pato, y huevos preparados no sé cómo!
3. Aprovecha el tiempo y aprende a echar el bofe sin quejarte.
De modo que a la llegada perdimos medio día ¡había que recuperarlo! ¿recuperarlo he escrito? Bueno, tratar de que rindiera más. Andemos, pues. Caminemos. Paseemos. Y eso fue las primeras horas.
Qué bonito Hyde Park. Muy chulo Saint James. Oh, y Regent Park. Y ya chole de parks, ¿no? Fuimos a visitar a Chavela a su palacio, y aunque sí estaba, ni las narices asomó, igual estaba tomando el té... Caminamos. Caminamos como posesos. Horas y horas.
¿Quién se quejó? Realmente nadie, como no se tomen en cuenta los riñones, muslos, gemelos y espaldas, de lo demás nada. Hermosos niños, aguantaron todo, se hicieron fotos, se rieron, y sobre todo participaron, intentando comunicarse con el personal de todas razas que ocupa esa ciudad. Que esperar dos horas para cenar en Hard Rock café hasta valió la pena.
4. No dejar de leer NUNCA la letra pequeña.
El transporte estuvo chulo de bonito, camioneta única y de buen tamaño para todos (recordar por favor que eran dos grupos). La de llegada nos tuvo que esperar hasta que yo terminara mi conferencia de prensa donde los pasaportes, y luego de entregarnos en el hotel, en calidad de bultos, se piró sin que nos diéramos cuenta. Calculando que salíamos de Londres a las 10 y estábamos a una hora del aeropuerto, ingenuamente pensé que con tres horas de antelación estaba más que suficiente, es decir, recogernos a las 7 y llegar a las 8 a facturar. Favor de imaginarse la sorpresa cuando tocan a la puerta de la habitación y me informan que mi transporte ha llegado ¡a las 5 y media de la mañana! Y ni cómo quejarse, la letra pequeña decía, clarísimamente luego de verlo con lupa, que el transporte se presenta por ti cuatro horas y media antes de la salida... o sea. Y a correr, a levantar a todos los demás y salir sin haberse quitado las lagañas.
Así que, después de todo, el que me digan que 'conmigo hasta el fin del mundo' vale más que oro en paño.
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