Se cumplen ya los suficientes años de experiencia y sabiduría (también de edad, bueno) como para poder estar incluida en un tomo de memorias. ¡Que no, que no son muchos! Es simplemente que han sido tan ricos...
En aquellos años de nuestra ya un poquito lejana post-adolescencia el rock and roll... uy, perdón, del Rock en tu Idioma, era una realidad que nos había atrapado y que prometía permanecer siempre deambulando alrededor. Contábamos ya con importantes estaciones de radio, ¡con las discográficas, que sistemáticamente habían pasado de todo eso poco tiempo antes!, prácticamente levantabas una piedra y salían cuatro o cinco grupos de distinta movida y estilo -y no que antes no los hubiera, es que salían y luego eran como cohetes quemados, una pena-; y los lugares donde ver en vivo a los nuevos personajes de la escena daban todo de sí, a pesar de la todavía muy evidente falta de medios. Los músicos aspiraban a la fama y fortuna; los managers aspiraban a ser los elegidos, los que tuvieran los mejores contactos; el antro a ser la referencia, el no va más; mientras la plebe aspiraba a algo más que aullar todas las rolas concierto, a ver, un autógrafo, a ver, una foto, mientras las chatas aspiraban/suspiraban a ser algo más que fans, y las novias a ser algo más que novias. Todo se resumía en la aspiración. En ser aspirante.
Una, que iba de “m'reina”, poco pensaba en eso. La bendición de no tener que hacer laaaargas colas o contentarte con la mesa que te asignaran no formaba parte de mis preocupaciones, vamos, que siempre me pareció de lo más natural; porque en ese entonces, en realidad creo que ha sido siempre, era más importante conocer antes que al dueño del antro, al de la puerta; o llevarte de a cuartos con los meseros que con los guaruas; y que el 'viene-viene' también te ubicara, no fuera que te dejaran sobre ladrillos al potente vocho, el maravilloso Sófocles de lámina con el que habíamos llegado. (Es que además, había que pensar que, al menos en nuestro caso, la vuelta a casa desde el más sur representaba, barato, 40 minutos de periférico, si no había parada obligatoria de molletes en el Vips de Plaza).
Pues eso, que éramos del grupo de los elegidos (más bien yo, porque iba de su manita como buena niña y las puertas se abrían mágicamente). Y por ahí apareció ella. La prueba viviente, la verdad con patas de que el rock and roll unía sin mirar, de manera más bien natural a güeritos y morenitos, altos y bajos, chidos y no tanto. Para cuando nos dimos cuenta de que nuestros 40 minutos de periférico -sin molletes- eran para ella tres cuartas partes de lo que le tocaba recorrer -y no porque se fuera a ningún cerro para luego ser bajada a tamborazos, nada de eso sino todo lo contrario; mira que bien mirado, habida cuenta de la potencia del carrazo que cargaba (negro, de la Chrysler, más allá no llego), igual y llegaba antes que nosotros, vaya usted a saber-; el caso es que empezó a circular entre el personal con buena onda, con don de gentes... era normal que la acogieran con cariño, con neta... sinceramente, no me acuerdo cómo, ni cuándo, pero naturalmente pasamos los unos a actuar en rotación de los otros.
Aunque lo primero es lo primero: ¡qué requeteguapa que estaba siempre! Muchos nos creíamos que tenía pacto con el diablo ¡no era posible ese cutis! Y que había hecho algún arreglo divino para que le tocara ese color de ojos; pero éso sólo eran detalles, detallitos de nada comparados con la sencillez de su alma. Con el cariño sin esquinas que pasó a darnos. Efectivamente, tuvimos la suerte de encontrarnos con una de esas personas que siempre, siempre está disponible, aún si la necesitaras para una nadería, que nunca lo era para ella; que siempre se daba tiempo para oírte, para reírse contigo, para darte un consejo desinteresado o zamparse a la velocidad del rayo unos estupendos... sí, adivinaron, molletes, aún cuando esas dos horitas podían haber significado la diferencia entre dormir un poquito más y no llegar a la oficina con cara de lechuza destanteada.
Uno se acuerda de los momentos puntuales porque a veces la mente decide que ésos son los que hay que recordar; en mi caso, pasándome de honesta, igual es que mi mente no da ahora mismo para mucho más: así que del baúl nunca polvoso, nunca mohoso, saco imágenes y momentos como cuando gracias a ella, Alberto Cortés tuvo la fortuna de conocer a mi hermanita; de su disfraz de niña; de sus pantalones de piel negros con una blusa tipo leopardo; de su melena, mil veces más chula que la de Farrah; de su estampa ahí, sosteniendo el paraguas bajo la lluvia veraniega mientras el apá preparaba las carnes asadas ¡de la vida! en casa de las chicas Romo; de las despedidas; de todas las llegadas; de la noche fría de septiembre, apoltronadas ella, servidora y la Urtu en el más incómodo sofá que mueblera alguna haya fabricado y hermano babas haya comprado, mirando durante siete horas sin parar y llorando como magdalenas mientras lady di se iba para siempre-siempre; de una gloriosa cena allá en Sayavedra, apá incluido; de cómo un soda stereo cayó rendido a sus pies, teléfono con larga distancia incluido; de su devoción por el buen Bosé; de esa foto, ya histórica, con el difuntito M. Hutchence; ¡de su horario de trabajo en la disquera ésta, cómo se llamaba, ubicada en relación con su honorable casa nada menos que en el más allá!; de amores y desamores; de su triunfo mayor, hoy adolescente. Y como los panes y los pescados (o churros y chocolates, es que siempre me confundo...) multiplicarlo por cien, o por mil, o por mil ocho mil...
Aquí todos somos afortunados: servidora porque, dado el nivel de desastre con que la naturaleza me dotó para corresponder a tanto cariño, el suyo resulta que sigue ahí, firme y fiel; y ella porque encontró a una panda de personajes especiales, dispuestos a recibir todo lo que una amistad desinteresada y buena podía ofrecer. Vamos, que salimos ganando, pero no hace la necesidad de hacer reparto de ello... este... igual y porque de este lado salimos ganando de una manera tan abrumadora que... bueno.... éso.
Apagando velitas; trabajando; viviendo el rock and roll con intensidad, trabajando; dando a cada amigo su lugar en la vida; trabajando; poniendo el diario e indispensable granito de arena; trabajando. Difícil será encontrar los adjetivos que la describan, pero lo bueno es que ella lo sabe, lo ha sabido siempre. Quiero aquí y ahora decirle a la Aspirante a la Blanca Mano de...
¿Qué se le dice a alguien que siempre ha sido como es? ¿Sigue así? ¿Gracias por ser así? ¿Como para qué, eh? ¿No es obvio? ¿Qué otra cosa puede significar que después de toda una gama de experiencias siga siendo así, sólo un poquito más sabia? Entonces ¿qué se le dice? Se le dice que se le quiere, que se le quiere muchísimo, que sepa que aunque luego no lo parezca, aquí estamos. Se le trata de decir que una es afortunada, que una no va a dilucidar si se merece o no todo ese cariño, pero que lo acepta y lo atesora, y que quiere seguir teniéndolo... aunque luego pasen temporadas sin actualizarlo. El momento de apretar el F5 y ponerlo al día vale tanto, pero tanto la pena...
Pues éso. Así.
Ten un abrazo, espinacas. Feliz nuevo cumple.
L
domingo, 20 de marzo de 2011
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