martes, 25 de mayo de 2010

Aquí y allá. Estaciones robadas y cosas del diario.

Primero, pido paciencia. Es difícil expresar en pocas palabras las experiencias tan, pero tan diferentes que se pueden vivir a tan ¿sólo? 5 mil kilómetros de mi siempre amada capital más poblada del mundo. Luego pido clemencia: es que cuando me arranco, ya me cuesta poco más de un ovario y dos mechones de pelo parar.

Los cambios bruscos de temperatura me provocan molestias, a ver: a veces me duele la cabeza, o me cae gordísimo el mundo, o simplemente me irrita la luz. Acostumbrada como estaba a pasar medio año de mi vida con calor en la mañana y lluvia por la tarde con el consiguiente fresquito, y el otro resto con menos calor, a veces algo de frío ¡pero sin lluvia casi! Bueno, no me parecía lo más cercano a un oasis hasta que tuve la oportunidad de comparar. Y mira por dónde, con el viejo mundo. A lo largo de muchos años, allá cuando acababa de aterrizar, España me parecía dividida en las provincias donde el agua no llegaba ni bailando danzas indias o sacando a los santitos en procesión, y sitios donde el verde de sus campos -y de sus billetes, los de antes- mostraban la bonanza de ser áreas donde la lluvia más bien dejaba un hueco para que saliera el sol. Nunca he entendido qué andaban haciendo por allá arriba los que luego fueron gallegos, por ejemplo. Si te fijas en la sección del tiempo de los telediarios -secciones, por cierto, que pueden ser líderes de audiencia en este país-, resulta que por allá muy al norte las lluvias duran más, caen más y son seguidas o acompañadas generalmente por nieve, chingos de nieve que, por dar un ejemplo en este año, han seguido cayendo ¡ya entrado mayo! O sea, ganas de sufrir, digo yo, porque si tienes que rogarle al altísimo que te mande unos días de sol para siquiera poder tender la ropa afuera, pues mal lo llevas.

Otras son provincias como Extremadura, al oeste, más secas que gaznate de Clinton durante su impeachment y donde la lluvia, bien católica ella, llegaba como de milagro. Ahí los veranos no son cálidos, son abrasadores, y los inviernos te calan hasta lo más profundo de los huesos. Por el estilo andaba Andalucía, al sur, que no les llovía ni yendo a bailar a Chalma y este último invierno, justamente, están ya tan pasados por agua que ya no saben si reír, llorar o rezar -ja, mentira, de cualquier manera rezarían. En Madrid sabías que a partir de primeros de octubre a taparse por el frío, y a partir de la segunda quincena de junio a destaparte; el caso es que el común denominador es, me parece, que ya no se aprecia tanto como antes la existencia de la primavera y el otoño. Si antes eran 30 días o así, hoy ya se pasa directamente de andar con abrigo y bufanda a sacar las chanclas y ponerse morada de helados; la conclusión es que aquí se han robado las estaciones, y como nos sigamos despistando, ya pronto nos sentiremos o viviendo en medio de un glaciar o viviendo en pleno Sahara (pronúnciese Sájara en por acá) ¡que está aquí abajito, oye!

Gracias a la santa patrona de las rebajas pre-temporada, una se puede mercar trapitos simples y sin complicaciones para pasar el verano... porque el calor es seco, así que se aparcan los pantalones de algo más que finísima tela, y todas las ventanas de las casas se abren de noche, que se cerrarán al día siguiente, tempranito en la mañana, para que la casa se quede lo más fresquita posible, bajando al completo las persianas y de ese modo durante más o menos dos meses, dentro de casa, vives como en una cueva. Con luz encendida la mayor parte del tiempo. Si a tu patio o terraza no le da el sol de mediodía ¡albricias! Puedes organizar 'barbacoas' con los cuates, pero ojo, que aquí le llaman barbacoa al aparato donde rostizas cosas, las más de las veces -eso sí, hablando en propia experiencia- son ni más ni menos que de... pescado. Con chorizos y eso, también, pero pescado: sardinitas y demás exóticos animalitos sin patas, o con tentáculos, o babosos y de color bien sospechoso. La verdad es que pena me da reconocer que siempre que recibo invitación pregunto, y si el menú viene del mar pues nada, parada técnica en el burguer King para luego llegar y zamparme todos los aperitivos y el pan...

Muchísimos españoles tienen casa chica... eh, no de ésa, sino segunda, me explico: aquí se trabaja por 14 pagas al año (extra en vacaciones de verano y en navidad), y se trabajan 11 meses por uno de descanso, que la gran mayoría divide en 15 días para el sol y 15 para santa claus y los reyes. Así que a muchos les merece la pena pagar en paralelo otra hipoteca para tener un departamentito, departamentito recalco, donde irse a pasar esas dos semanas de verano -y el resto del tiempo alquilarlo, si listos bien que son. Así que la gente que no tiene otra casa alquila una y así se hace el círculo. Además, cuando se jubilan ¡se van a pasar temporadas enteras, mira qué rico! En julio se vacían bastante las ciudades y se llenan las playas, y en agosto... bueno, lo raro es encontrar un puesto de periódicos abierto o una buena película en la tele. Si no sales, hasta ganas te dan de meterte a los museos y no por un súbito amor a la cultura y el arte, sino porque el aire acondicionado es maravilloso.

Las playas son topless, osease que con igual alegría se pueden ver a criaturas espectaculares, jóvenes y bien hechas... y a sus abuelitas, ambas enseñando la repisa. El show de los chicos es tan variado como divertido, porque los auténticos papacitos no se ven por ahí exhibiendo musculatura o torso de lavadero, y son en general tan babosos, tan, tan babosos, que realmente el taco de ojo ni vale tanto la pena. Supongo que los socorristas se salvan, porque además están ahí para que los veas ¿no? Y bueno, como en mi piscina municipal también lo tengo, pues ahí es que me doy el gustito de admirarlo.

¿Que si yo he hecho topless? Pues... no. Me temo que a pesar de lo que hay, me da vergüencita... Y este año, con esta crisis, dudo mucho que haya paseo por la playa. Mis cuñadísimos tienen un mini mini departamento en una playa de Valencia, pero está tan abarrotada de edificios de apartamentos que en verano tienes que caminar con silbato, avisando que ahí vas o esperando que nadie por favor te pise el cuerpo en su andadura hacia el mar. Y eso no me gusta mucho, ya veremos. Si pasa, cumplida cuenta daré de la experiencia. Además, algo me meto al mar, pero nada más algo. Perdón por tenerle más respeto y tirria que ganas... mi alocada cabeza se monta historias de barcos hundidos, pececitos cagando y muriendo, ¡humanos! Que no, que no, que aunque sigo defendiendo la teoría de que aunque el agua sea de uso tópico, el mar está ahí para navegarlo, para mirarlo, para oírlo y remojarse los pies. Que cada quien tiene sus fobias bien montadas.

Así que seguramente habrá que buscar algo qué hacer... aparte de trabajo. Vivir metida en casa en semi penumbra, con un aparato de aire fresco casi cargado en la espalda no suena a plan. Me sacaré el 'carné' de la piscina (si entendieron, ¿no?), que la abren el próximo sábado y acudiré todas las mañanas a nadar unos anchos -los largos nomás no son mi especialidad, ¡no llego!-; a tomar el sol y criticar al personal, incluidas las topless, qué chihuahuas. Así hasta finales de septiembre, si el clima lo permite, o hasta mi cumpleaños, si todo sale mejor. Si sale como dicen los que creen que saben, bueno, yo por si las moscas dejo colgado a mano mi abriguín... al lado de mi pareo.

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