jueves, 6 de mayo de 2010

ora de madres

¿Creen que nunca sé cuándo es el día de la madre en este honorable país de paellas y tiendas cerradas de 2 a 5? Pos no. Este año cayó -o lo hicieron caer- el domingo 2 de mayo, fecha insigne porque además concurría con el inicio de la guerra de independencia de España (contra los franceses, por cierto). Y como no se comparte el mismo espíritu que allá, osease, saque usté a su madrecita linda a comer a la calle o festival en el colegio, pues nada, el mayor intento es en realidad el de comprarle algo... sí, sí, preferentemente en el Corte Inglés. O de perdis en los chinos.

Este año de gracia, mis cuñados Antonio y Margarita nos requirieron a tomar una especie de merienda-hors d'oeuvres en la casa que tienen y que no ocupan, y que coincidentalmente está situada justo abajito de la mía. Ellos tienen cinco hijos -mis sobrinos políticos-, cada uno con su pareja -¿son algo mío?- y cada uno algunos hijos, mmmh, 7 en total hasta ahora -mis ¿sobrinos-nietos políticos? Cielos-. Pues eso, 6 y media de la tarde y abajo vamos los adultos, que la hija adolescente ya pasa de esos compromisos y había quedado con su búlgaro novio. El caso es que no tengo la menor idea de cómo será en otras casas, con otras familias, pero aquí en la Quesada del actual patriarca se sirve bien, y mucho, y todo el tiempo, y de todo. Como les conté de la navidad. Tienes que aparecer preferentemente en ayuno de varios días, porque no hay modo humano de zamparte siquiera un poquito de todo sin sentir que darás el botonazo al pobre vecino que te toque al lado.

Todo en desechables, cosa que me alegra porque me hace sentir más como allá; pero ciertamente que te tienes que poner el plato en las rodillas, y la servilleta, of course, porque no hay un hueco libre ante la cantidad de viandas que ponen... sólo para merendar. A ver: un plato hasta arriba con almendras, otros con papas fritas, otro más con doritos “picantes” (jajajajaJAJAJA) para servidora sobre todo; con jamón serrano; con cintas de lomo adobado (el adobo aquí es un polvo rojizo con sabor a especias); con salchichón; chorizo; varios con sándwiches comprados en un sitio especialista (Rodilla, franquicia por todo el país) de cangrejo, ensalada rusa, pollo, y queso Filadelfia a las finas hierbas con jamón -del que nosotros comemos, aquí le dicen de York-; otros más con chismes de esos que les encantan a los niños, tipo Cheetos; sardinitas en vinagre y otros moluscos de aspecto, como diría yo ¿baboso? ¿impresentable? y que todos se zampan con un gusto que no veas; botellas de vino, latas de cerveza y refrescos, sobre todo light y sin cafeína -¡la coca más rica del reino, sí!-; sin música, sin tele, con los niños afuera correteando porque el tiempo ya lo permite, y hablando de todo lo que se nos pueda ocurrir. Porque luego vienen los postres, qué dijeron, ¿ya se acabó? oh, no. Preparan café, infusiones (té, amigos y vecinos, aquí las infusiones son manzanilla, hierbabuena etcétera, y el té es eso: hojas de té) y bandejas de dulces maravillosos, ideales para que los diabéticos nos jalemos los pelos... pero sí lo probemos un poquito... y más vino, más refresco, más cerveza.

Y cuando el patriarca así lo indica, se acaba el jolgorio, que hay que volver a sus respectivos hogares. ¿La hora? Antes que anochezca, que no le gusta manejar de noche. Todo el mundo a recoger, besos, abrazos y ala, a su casa. Pero la retroalimentación fue interesante, que siempre lo es, sobre todo porque poco se menciona que se está ahí por el día de la madre, pues la matriarca da vueltas como trompo de un lado al otro sirviendo, recogiendo, rellenando; las hijas que también son madres ídem, y la visita, que soy yo... pues nada, ayudando lo poco que puede, pero más bien tragando y chacoteando. Mañana, todos visitarán a sus madres políticas y santas pascuas, a esperar el siguiente evento.
Yo no me acuerdo del día de la madre en el antes de mi vida, excepto porque en la escuela de las monjas siempre se preparaba el regalo más esmerado y coqueto para ella; seguramente nos íbamos a casa de la inmensa abue Lupe, o nos quedábamos en casa. Que yo recuerde, no era esa locura de atreverse a ir a comer por ahí, a dejar el sueldo del mes y luego volver a casa a hacer... nada. Y como luego ya no hubo más tal día, pues pasó a convertirse en una especie de ejercicio mental el pensar, simplemente, que igual ni había clases, o que se salía a medio día del trabajo; que no teniendo sustituta, madre postiza o putativa, era sólo un día más en general, pero menos laborable, como el 12 de diciembre ¡Y huye de los restaurantes!

Luego yo me volví madre. Y mientras mi hija no podía pedirme -o sacarme- dinero para comprar mi regalo, mi insuperable charro pasaba directamente a no enterarse, de manera que también es un día bastante común, eso sí, algunos años ha, hasta que servidora le recordaba al susodicho individuo que él sí tenía madre, que ya podía ir siquiera llamándole para saludarla. Pero nada de comidas, ni fuera ni en casa. De modo que nunca me cayó bien el veinte de cuándo cae la fecha (es un poco Semana Santa, nunca es fecha exacta), más que cuando ya ni tiempo había de hacer algo.

Y ni darle muchas vueltas al asunto: me convertí en madre cuando mi ciclo de sueño cambió, primero durmiendo a cuentagotas y luego con ese sueño ligero que te permite oír una hoja caer en el cuarto de al lado; porque mi depresión postparto se basaba fundamentalmente en el convencimiento total de que lo haría fatal, y oye, para depresión parece como que duró bastantito ¿no?; porque no tenía la menor idea de lo que me esperaba, y nada se ha parecido ni se parecerá jamás a lo que he vivido desde entonces, ni en el trabajo, ni en mi casa, ni en mi persona. Es una mezcla de inseguridad y terror tan grandes, tan indescriptibles, que seguramente no debe haber nada con qué compararlo. Porque crees que lo sabes todo y no sabes nada de nada; porque no sabes nada y tiene que parecer que lo sabes todo; es un trabajo, una obligación y un gusto; un oficio, una temeridad y una aventura alucinante; un plan sin plan, un sueño con sueños (pero sin dormir mucho, repito); un modo de vida.

Y no muy diferente a todas las demás madres, creo yo. Por eso cuando me hija me reprocha que no le digo nada cuando limpia, yo sólo le pregunto: '¿qué, quieres aplausos, es tu día o qué?'. Y eso mismo me digo: ¡a mí nadie me aplaude si quito el polvo! (que si no lo hago, por cierto, podría sepultarnos. Aquí hay alergia, pero a quitarlo). Y el caso es que también lo hacía -cuando lo hacía- y ni siquiera era madre. Así que no hay diferencia.

Dos besos para mí. ¡Y mañana de compras, qué chingaos!

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