Corría el año mil novecientos setenta y… setenta y… ¿pico? … que eran los años setenta ¿okay? Mi horizonte empezaba y terminaba en la Unidad Lindavista y mis cuates, en la CET 92 de lunes a sábado, y los domingos a Santa María la Ribera a comer pollo con mole en ca’de mi abue Lupe; el día ya se había hecho noche y los apuros diarios incluían entre otras cosas la comidas diarias, la compra de leche, las tareas escolares y los juegos en la explanada. Y erase que se eran tres hermanitos, en estadio dos mayormente (o sea, ni muy niños y bastante pre-adolescentes), divididos en dos bandos, a saber, los dos contra la una y algunas veces con algún cambio de partido. Nada que no se quitara con la edad. Porque no andábamos juntos, oh, no, excepto cuando convencíamos al apá de que no podíamos perdernos ese concierto. En eso, casi siempre, había unanimidad.
Y aquí la memoria selectiva de servidora empieza su febril función vespertina, porque directamente no recuerdo ni cuándo fue, ni más o menos dónde (¿la alberca olímpica, quizá? Mi hermanito me habría echado un cable de inmediato, o para recordármelo o para ahorcarme por olvidadiza, no sé), y fuimos en bola de tres a ver a Procul Harum, que para entonces sólo tenía en la radio aquella de… “Una pálida sombra”. Pero es que luego (¿o antes? sé que me acerco a las llamas del infierno, en fin) vimos a Sangre, Sudor y Lágrimas –o intentamos verlos, mira que estábamos lejos. El caso es que mi memoria lo único que recuerda es la salida a escena de Clayton Thomas, con un grito espeluznante y afinadísimo, que le provocó una cara de sorpresa, pero sobre todo de emoción incontrolable, a mi hermanito ahí de pie a mi lado; quién lo hubiera dicho…
Nosotros no teníamos ni idea de broncas políticas o estudiantiles, y seguramente nos sabíamos de memoria el nombre de nuestro presidente, pero no los de los anteriores. En casa se compraban 4 periódicos diarios (¡cuatro!) pero nosotros no tocábamos ninguno como no fuera por noticias relativas a concursos de belleza (favor de imaginarse quién) o noticias musicales (ídem). Teníamos La Pantera, Radio Éxitos y Radio Capital. Y resulta que vino Chicago, tres-días-tres, al Auditorio Nacional, cuando todavía cabían sólo 5 mil humanos. ¡Ese no nos lo podíamos perder por nada, nada del mundo! ¡Teníamos todos sus discos en casa! –iban por el siete, creo-. ¿Qué pasaría por la mente de mi apá cuando pagó tres boletos en reventa para que sus hijos pudieran ver a su grupo del alma? ¿Con qué cara pagaría el doble de su precio, que igual ya no alcanzaría para la leche a fin de mes? 60 pesotes cada uno, por las patas de mi cama… ¿y qué cuerpo se le quedaría, primero cuando supo que en el concierto anterior rompieron puertas y quemaron un camión en la entrada, y luego cuando se tiró las dos horas del concierto afuera, esperándonos? El concierto fue mágico, absolutamente increíble y eso que los vimos casi desde el techo ¡hasta nos encontramos a los hermanos Makita! Hoy, todos esos años después, el recuerdo del toquín sigue inalterable, es sólo que se adhirieron todas esas preguntas de hace unos renglones.
México todavía andaba en pañales, y pocos artistas internacionales venían a dar grandes conciertos –bueno, por si alguien se acuerda, mis tías sí: ellas fueron a ver a Nat King Cole al auditorio. Así que cuando vinieron los Osmond ¡los Osmond, madredelamorhermoso! Contaba con ir a verlos, aunque fuera sola, que mis hermanos ya se habían encargado de ponerlos por los suelos y prometer vomitar todo el tiempo o de plano caer muertos por aburrimiento en pleno concierto; pero no me importaba ¡iba a verlos! Y pues no, no se armó el numerito, hoy supongo que por falta de lana, y me tuve que conformar con verles por la tele, y aguantarme las ganas de gritar como fan enloquecida –y como hermana furiosa, que éstos no perdían oportunidad de meterse conmigo. En blanco y negro y como en 15 pulgadas, pero les vi… Sin embargo, dos veces los hermanos nos quedamos con las ganas, que visto desde esa infantil perspectiva nos parecía como un crimen contra la humanidad, visto hoy en realidad parece bastante más comprensible: primero vino Joe Cocker al Toreo de Cuatro Caminos y nomás no hubo tu tía; supongo que si mi apá se molestó en ver alguna foto en el periódico del susodicho individuo dijo para sí que aquello garantizaba, como mínimo, un colocón de padre y señor nuestro; como peor, vaya usted a saber. Yo conocía sólo dos canciones, la verdad, pero me hubiera gustado mucho ir con mis hermanos.
Y no hubo poder humano que le hiciera dejarnos ir a ver a Queen a Puebla. Se negó en redondo, y sin importar el hecho de que ya los tres andábamos convirtiéndonos casi en adultos, nadie iba a desobedecer una orden tan directa y tajante, nosotros no hacíamos eso… mas que cuando fuera estrictamente necesario, tema para otro desvarío. Eso, y el hecho de que para ir al sitio donde sí les habían permitido actuar necesitábamos de su coche… y su dinero. Hoy lo pienso, y le añado demasiados nervios, demasiada aventura de dos chatos y su chata hermana ¿en qué estábamos pensando nosotros, pues? Que ya volverían ¿no? Pues no… o bueno, sí, mucho después, pero sin Mercury.
Y seguíamos en pañales –las autoridades, las infraestructuras, etc-etc. Para los años 80 (Queen, por ejemplo) ya parecía que empezaban a despertar, pero sólo un poquito, que el bozal seguía más que instalado… sinceramente, a mí no se me ocurría que pudieran ser ellos, los artistas, los nada interesados en pisar mi país, y es la hora en que todavía tengo debate mental con el tema, sobre todo cuando no hay nada bueno en la televisión. Me acuerdo que ocultaron la estatua de la Diana Cazadora por ir desnuda… o que había que mutilar salvajemente los videos de la MTV si se esbozaban un par de pezones sobre un vestido negro. Si es que debe haber sido un triunfo del espíritu humano y la mota, que se pudiera celebrar Avándaro, que no, por supuesto que no me tocó… Así que cuando llegó el boom del rock en tu idioma, el Rock de los Ochentas –favor de recordar la pared de ladrillo rojo y las palabras en negro-, y reformaron el auditorio, y empezaron a utilizar el entonces –igual hoy- llamado Palacio de los Rebotes, la Alberca Olímpica otra vez, oh, qué gozada. Y la realidad de ver a Hall & Oates, a Paul Simon (elegido por encima de ZZ Top, ya ven), a Billy Joel con un PA que nos dejó sin habla, a INXS (que tengo todos mis boletos y este es de los más especiales ¡costó un millón de pesos!)… en maravillosos momentos donde sus últimos discos todavía eran grandes ventas, no había tantas canas en sus talentosas cabezas y seguramente nada de play back. Porque a los monstruos sagrados todavía había que ir a verlos al gabacho. Paul McCartney en Dallas, alucinante (en paquete que incluía avión, hospedaje y boletos, válgame la virgen de los desarrapados), U2 en San Diego (que por cierto salimos huyendo, me temo que el disco nuevo que tenían no ha sido de los más afortunados ¡y en eso se les fueron casi dos horas!); soñábamos con Madonna, Phil Collins o Peter Gabriel en general; con The Tubes, Eurythmics, Rush, Spyro Gira o Steely Dan entre nosotros. Y sí, Neil Diamond también. San Neil.
Me acuerdo de mi hermanita diciéndome un bonito día de verano que ella y su marido tenían que decidir sobre a cuál concierto irían ese mes, que el presupuesto no les daba para todos: Madonna, Michael Jackson o Paul McCartney. Madredelamorhermosoyamigosqueleacompañan.
lunes, 28 de marzo de 2011
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Yo tecuerdo mucho el concierto de los Osmond en Mexico, fue en mayo de 1976. De locura, gritos, caras fascinadas, y ellos espectaculares, lo mejor de ese momento. NUNCA olvidare esa experiencia!!!
ResponderEliminarYo tecuerdo mucho el concierto de los Osmond en Mexico, fue en mayo de 1976. De locura, gritos, caras fascinadas, y ellos espectaculares, lo mejor de ese momento. NUNCA olvidare esa experiencia!!!
ResponderEliminarYo recuerdo mucho el concierto de los Osmond en Mexico, fue en mayo de 1976. De locura, gritos, caras fascinadas, y ellos espectaculares, lo mejor de ese momento. NUNCA olvidare esa experiencia!!!
ResponderEliminarYo recuerdo mucho el concierto de los Osmond en Mexico, fue en mayo de 1976. De locura, gritos, caras fascinadas, y ellos espectaculares, lo mejor de ese momento. NUNCA olvidare esa experiencia!!!
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