Navidad y año nuevo eran perfectos, allá en el jurásico: poníamos un árbol con esferas de todas formas y colores -era la moda- con una gran estrella en lo alto, y al pie un nacimiento que permanecía sin niño hasta la noche del 24, que lo poníamos antes de irnos a casa de la abue Lupe a cenar. Es que si hubo cenas en casa, yo no me acuerdo. Años después, ya de noche el día, salíamos los 4 a coger un camión que nos llevaría, tarde y cargados de cosas, a la hermana república de Tlane a cenar; a veces esperábamos lo que parecía horas hasta que algún chofer que igual y no tenía nada que celebrar, pasaba con la unidad abarrotada de personal que necesitaba moverse esa noche, gente colgando de las ventanas, la única opción para pasar de la Lindavista al Estado de México sin dejarte la cartera vacía... y eso si conseguías parar un taxi. La vida se ralentizaba conforme avanzaban las fechas.
Escribíamos nuestras cartas desde varias semanas antes, repasando una y otra vez no sólo la lista de peticiones, sino la ortografía y la claridad de ideas -era básico hacerles ver, tanto a santa como a los otros tres, que habíamos sido todo lo buenos que nos fue posible en el año que estaba por acabar. Dejábamos las cartas entre las ramas del árbol y nos dormíamos, a veces cada quien en su cama, a veces todos hechos bola en la de alguno, preparándonos para uno de los pocos días del año en que nadie tendría que despertarnos tan, pero tan temprano.
Así que dividíamos nuestros regalos, porque recibíamos tanto el 25 de diciembre como el 6 de enero. Lo último, lo mejor, eso con lo que nos bombardeaban por la tele en las pasadas semanas. Yo sabía que tenía garantizada la novedad de Lili-Ledy, muñeca que primero caminara de la mano, que le pudieras meter comida por la boca, que luego meara de mentiras, que tuviera sonidos; llegaban Hombres de acción, peluches, coches y autopistas, robots, ¡si es que habíamos sido tan buenos! Y la ronda de más juguetes seguía en casa de los abues Cristi y Arturo, que siempre tenían una muñeca, unos coches y unas monedas para cada uno ¡era total! Luego a comer a casa de los otros abues ¡y más regalitos! Creo...
Pero eran esas mañanas, frías y cálidas a la vez, donde corríamos como tropa desbocada hacia el árbol a ser el primero en cogerlo y luego correr de nuevo como locos a la cama de los apás a enseñarles las maravillas, premios a nuestra buena conducta. ¿La hora? Igual y las seis. Por ahí. A rasgar cajas, romper plásticos, desenrollar tiritas de esas como del pan bimbo. Voila! Todo oliendo a nuevo, a perfecto, a plástico puro y duro...
Y ya. Antes de pensar en salir a presumirlo, de pasear como heredera de los Corcuera y Limantour por los alrededores haciendo como que 'mira lo que me trajeron' y en el fondo un '¡MIRA LO QUE ME TRAJERON!', antes de eso... había que echar a andar los juguetes ¿no? Pues no. Porque funcionaban, en un 99.9%, con pilas. Y no había pilas por ningún lado en casa, lástima, Margarito. Podríamos coger las de la tele ¿no? Pues no. No había tele con control remoto, aún. ¿Del estéreo? Más de lo mismo. Eran los sesentas, por las patas de mi cama, principios de los setentas. Si no comprabas por separado las pilas, o si no tenías una reserva en casa -para sepa dios qué-, pues nada. A esperar.
¿Cómo que a esperar qué? Pues al otro día. En aquellos tiempos nada, absolutamente nada, abría el día 25 de diciembre. Así que a inventarse juegos con la maravillosa mona que hablaba en 2 idiomas pero de momento sólo cerraba los ojos, o con el robot que caminaba y gritaba entre otras cosas '¡Peligro, Will Robinson!' y al que de momento sólo se le podía empujar de adelante para atrás. ¿Que si lo hacíamos? Pues no me acuerdo mucho.
Cuesta creer que semejante despiste se diera en el docto y perfecto Santa, pero nosotros éramos niños y cualquier excusa nos valía. De hecho, no recuerdo frustración o mala onda, simplemente esa sensación de no poder, cómo lo explico, no poder expresar a través de lo que nos habían metido casi por todos los sentidos y ahora se hacía realidad, dejando claro sin lugar a dudas que habíamos sido unos maravillosos escuincles.
Y habría crisis, seguro que las habrían, pero nosotros estábamos camuflados para no enterarnos, dentro de esas obligaciones del pasado que se asumían como normales, los niños no nos enterábamos de si había dinero para los juguetes... vaya usted a saber lo que dejaron mis apás de hacer o tener para que a nosotros tres, luego cuatro, no nos fuera a dejar fuera de la jugada una petición no satisfecha. En qué momento se torcieron las cosas, que a la siguiente generación ya se le hace partícipe de todas las broncas, pues francamente ni me enteré...
La Navidad se acabó cuando se tenía que acabar. Había otras cosas en qué pensar, como seguir adelante. Habíamos todos llegado a un momento en que ya no era necesario tanto secreto, tanta historia, y la sorpresa de la mañana siguiente simplemente se transformó en una sorpresa, ahora sí envuelta en papel de regalo, colocada bajo el árbol días antes del evento. A veces lo pedido, a veces no. Que a quién le dan pan que llore...
miércoles, 29 de diciembre de 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
Modos y maneras - trabajar
Movidos por la desesperación, miles de inmigrantes se deciden a brincar el charco a la búsqueda de un salario que les permita ayudar a los que dejan atrás. Cierran los ojos, tratan de ignorar ese miedo a lo desconocido y se lanzan sin pensar, mayormente influenciados por aquellos que ya lo han logrado y que pueden -luego ni se sabe cuál o cómo es el fondo- mandar algo a sus países de origen.
¿Y qué se encuentran? Con mucha suerte, un contrato de trabajo, uno que les permite ganar el mínimo de los mínimos. Y mil veces ni eso. A limpiar casas, a cuidar niños, a la pizca, y suma y sigue...
La diferencia -si así se pudiera llamar- es que por muy poco que sea el dinero, al cambio permite ayudar a la familia. Así nada más.
El salario mínimo interprofesional en este país, único donde te sirven una ración de lo que sea cuando pides un trago, es varias veces más que cualquiera de los países menos poderosos o de plano pobres, así que si viven hacinados en pequeños departamentos, comen lo indispensable y les dan más para vivir mejor a los chinos -a las tiendas de los chinos, I mean- para poder mandar dinerito a sus familias. A veces, más adelante y con mucha suerte, hasta se los pueden traer con ellos y tratar de iniciar una nueva vida, y el círculo vuelve a empezar.
Ahora sucede que con la crisis no hay trabajo. Antes, hace como unos 8 kilos o así, recuerdo que estaban sumamente marcadas las ocupaciones para los emigrantes y aquellas para los nativos. Más o menos como dije arriba, se sabía quién cuidaba niños y ancianos, quién limpiaba casas y comercios, quien cosechaba la fresa y la aceituna. Y por lo que me cuentan, antes de eso eran nada menos que los españoles los extranjeros en esas labores, específicamente Europa arriba, hacia Alemania, pues. En realidad sólo quiero decir que la vida se repite y no tiene nada de raro; supongo que la diferencia ahora, es que hay montones, montones de españoles que no encuentran nada en qué trabajar y aceptan los que antes desdeñaban sin contemplaciones. Que está la cosa muy dura... y como muchos seguro sabrán, el sólo hecho de tener un título guapo y bien ganado, no garantiza ni con mucho una colocación, ya no digamos buena y con posibilidades, sino segura.
Viniendo de donde vengo, a mí no me sorprende que te contraten de cajera pero también tienes que acomodar, reponer, revisar, contar, recibir, organizar, explicar, ayudar en todo y en nada, por el mismo salario y prestaciones que conllevan exclusivamente el trabajo de cajera. Aquí sucede igual, pero resulta que es motivo de gran escándalo, de ésos que te llevan las manos a la cabeza mientras aprietas los labios y niegas con vehemencia, pensando que, con la pena, jamás aceptarías un trabajo como ése -que sí, que los hay, en serio- mientras cada mes recibes en la cuenta bancaria un pago del estado (el llamado 'paro'), a ver si sale algo mejor. La crisis de la industria inmobiliaria, por si fuera poco, ha mandado a la calle a personal que no tenía más nada para sostener a su familia, aquí y mil veces allá. Chin.
Que ya da igual si el trabajo es gratificante o un horror; si sólo se descansa un día a la semana o tres domingos porque uno de cada mes todo se abre; que si no se puede tomar el mes de vacaciones de corrido en verano; que sólo sean 14 pagas (sí, leyeron bien; reciben un mes extra en verano y otro en navidad); que si las responsabilidades incluyen siempre 'un poquito más' de todo. Ahora la lucha es por conseguir doblegar al gobierno, que se ha instalado en el nada idílico futuro de jubilarse no a los 65, sino a los 67; o de que los contratos sean tan basura que el despido sea más barato que la contratación; o que termines tus estudios y luego no puedas ejercer, porque no hay dónde, pero sí hayas tenido que pagar por tu carrera, una mega lana por cierto, y luego la tengas que devolver que sólo fue un préstamo, oyes.
Aquí alegan y alegan que debe existir libertad religiosa; y luego se tiran de los pelos porque algunos padres luchan -y a veces consiguen- que quiten los crucifijos y demás parafernalias de las escuelas públicas (tristemente, una minoría, sí; por lo general la mayoría gana); y tampoco quieren que en dependencias públicas se presenten mujeres de raza árabe que como menos llevan tapada la cabellera y como más, sólo se les ven los ojos, que por motivos de seguridad. Yo es que no sé si esas mujeres quieren, buscan o necesitan trabajo, lo que veo es que no están ocupadas prácticamente en ningún lado y sí han tenido que sufrir miradas fijas, cuando no aislamiento. Y algo se meten con los chinos: ellos abren todo el año, no festejan nada que les impida trabajar y están al pie del cañón. Que también haya mafias, bueno, pasa; peluquerías con 'happy ending' y cosas así. Y ahora con la migración de grandes colectivos de gitanos y payos procedentes de otros países de por allá arriba con peores situaciones, pues nada, son los poco honrosos merecedores de títulos como el de tener a la policía en jaque por sus redes de prostitución (las traen engañadas para trabajar de sirvientas -asistentas, se les llama aquí, luego les quitan sus pasaportes, las amenazan y cosas terriblemente peores)... y de tener esos vergonzosos trabajos de limpieza, recolección y cuidado de chamacos.
Acaba de pasar el día contra la violencia de género, traduzco por si hace falta: son hasta ahora 69 las mujeres asesinadas por sus parejas, muchas más que todas las del año pasado completo, y cada caso una historia de horror en sí misma. Una vergüenza, porque mi sensación es que a las autoridades se les está yendo de las manos la situación. Y claro, ahora suenan mucho aquellos casos en que una de las partes, o las dos, son de procedencia extranjera... este, como si esto no hubiera pasado nunca antes.
Que razones hay muchas para sentir el orgullo de nacer y/o vivir donde se está; formar parte de un ente solidario y preocupado por reciclar; como en todo, debe de haber surtido rico ¿no? Bueno y malo, ¿no? Dulce y amargo ¿no?
¿Y qué se encuentran? Con mucha suerte, un contrato de trabajo, uno que les permite ganar el mínimo de los mínimos. Y mil veces ni eso. A limpiar casas, a cuidar niños, a la pizca, y suma y sigue...
La diferencia -si así se pudiera llamar- es que por muy poco que sea el dinero, al cambio permite ayudar a la familia. Así nada más.
El salario mínimo interprofesional en este país, único donde te sirven una ración de lo que sea cuando pides un trago, es varias veces más que cualquiera de los países menos poderosos o de plano pobres, así que si viven hacinados en pequeños departamentos, comen lo indispensable y les dan más para vivir mejor a los chinos -a las tiendas de los chinos, I mean- para poder mandar dinerito a sus familias. A veces, más adelante y con mucha suerte, hasta se los pueden traer con ellos y tratar de iniciar una nueva vida, y el círculo vuelve a empezar.
Ahora sucede que con la crisis no hay trabajo. Antes, hace como unos 8 kilos o así, recuerdo que estaban sumamente marcadas las ocupaciones para los emigrantes y aquellas para los nativos. Más o menos como dije arriba, se sabía quién cuidaba niños y ancianos, quién limpiaba casas y comercios, quien cosechaba la fresa y la aceituna. Y por lo que me cuentan, antes de eso eran nada menos que los españoles los extranjeros en esas labores, específicamente Europa arriba, hacia Alemania, pues. En realidad sólo quiero decir que la vida se repite y no tiene nada de raro; supongo que la diferencia ahora, es que hay montones, montones de españoles que no encuentran nada en qué trabajar y aceptan los que antes desdeñaban sin contemplaciones. Que está la cosa muy dura... y como muchos seguro sabrán, el sólo hecho de tener un título guapo y bien ganado, no garantiza ni con mucho una colocación, ya no digamos buena y con posibilidades, sino segura.
Viniendo de donde vengo, a mí no me sorprende que te contraten de cajera pero también tienes que acomodar, reponer, revisar, contar, recibir, organizar, explicar, ayudar en todo y en nada, por el mismo salario y prestaciones que conllevan exclusivamente el trabajo de cajera. Aquí sucede igual, pero resulta que es motivo de gran escándalo, de ésos que te llevan las manos a la cabeza mientras aprietas los labios y niegas con vehemencia, pensando que, con la pena, jamás aceptarías un trabajo como ése -que sí, que los hay, en serio- mientras cada mes recibes en la cuenta bancaria un pago del estado (el llamado 'paro'), a ver si sale algo mejor. La crisis de la industria inmobiliaria, por si fuera poco, ha mandado a la calle a personal que no tenía más nada para sostener a su familia, aquí y mil veces allá. Chin.
Que ya da igual si el trabajo es gratificante o un horror; si sólo se descansa un día a la semana o tres domingos porque uno de cada mes todo se abre; que si no se puede tomar el mes de vacaciones de corrido en verano; que sólo sean 14 pagas (sí, leyeron bien; reciben un mes extra en verano y otro en navidad); que si las responsabilidades incluyen siempre 'un poquito más' de todo. Ahora la lucha es por conseguir doblegar al gobierno, que se ha instalado en el nada idílico futuro de jubilarse no a los 65, sino a los 67; o de que los contratos sean tan basura que el despido sea más barato que la contratación; o que termines tus estudios y luego no puedas ejercer, porque no hay dónde, pero sí hayas tenido que pagar por tu carrera, una mega lana por cierto, y luego la tengas que devolver que sólo fue un préstamo, oyes.
Aquí alegan y alegan que debe existir libertad religiosa; y luego se tiran de los pelos porque algunos padres luchan -y a veces consiguen- que quiten los crucifijos y demás parafernalias de las escuelas públicas (tristemente, una minoría, sí; por lo general la mayoría gana); y tampoco quieren que en dependencias públicas se presenten mujeres de raza árabe que como menos llevan tapada la cabellera y como más, sólo se les ven los ojos, que por motivos de seguridad. Yo es que no sé si esas mujeres quieren, buscan o necesitan trabajo, lo que veo es que no están ocupadas prácticamente en ningún lado y sí han tenido que sufrir miradas fijas, cuando no aislamiento. Y algo se meten con los chinos: ellos abren todo el año, no festejan nada que les impida trabajar y están al pie del cañón. Que también haya mafias, bueno, pasa; peluquerías con 'happy ending' y cosas así. Y ahora con la migración de grandes colectivos de gitanos y payos procedentes de otros países de por allá arriba con peores situaciones, pues nada, son los poco honrosos merecedores de títulos como el de tener a la policía en jaque por sus redes de prostitución (las traen engañadas para trabajar de sirvientas -asistentas, se les llama aquí, luego les quitan sus pasaportes, las amenazan y cosas terriblemente peores)... y de tener esos vergonzosos trabajos de limpieza, recolección y cuidado de chamacos.
Acaba de pasar el día contra la violencia de género, traduzco por si hace falta: son hasta ahora 69 las mujeres asesinadas por sus parejas, muchas más que todas las del año pasado completo, y cada caso una historia de horror en sí misma. Una vergüenza, porque mi sensación es que a las autoridades se les está yendo de las manos la situación. Y claro, ahora suenan mucho aquellos casos en que una de las partes, o las dos, son de procedencia extranjera... este, como si esto no hubiera pasado nunca antes.
Que razones hay muchas para sentir el orgullo de nacer y/o vivir donde se está; formar parte de un ente solidario y preocupado por reciclar; como en todo, debe de haber surtido rico ¿no? Bueno y malo, ¿no? Dulce y amargo ¿no?
domingo, 28 de noviembre de 2010
Fumemos
Hablemos de vicios, pues. Mi abue Lupe fumaba Fiesta, “sua-ve-citos!”; y recuerdo esas cajetillas blancas de Raleigh sin filtro que mi apá consumía día y noche, allá, en aquellos tiempos más bien hippies… como muchos de la edad, empecé a fulminarme las pleuras por imitación, por curiosidad y porque también –válgame santa petronia- porque supuestamente me daba la sensación de ser mayor; además, añadir que el sabor de hacerlo en las profundidades de lo prohibido, en lo oscurito, le daba cierto toque exótico no exento de hilaridad.
Porque una fumaba y se sentía la Gloria Swanson, o la Garbo si no se sabía quién era la Swanson, así que por lo mismo gorronear sin avisar un Fiesta o un Raleigh pues no era plan, le quitaba bastante glamour al tema. Y la idea de comprar una cajetilla de lo que fuera menos esas opciones familiares representaba un gasto ni tan fuera de los bolsillos, pero sí de las neuronas, porque los dineros se gastaban más bien en otras cosas, séase transporte para irme a pasar las tardes en casa de mi muy mejor amiga Mela, o Pingüinos Marinela para compartir con Jesús, ya te digo.
La moda, los que querían estar más in, era fumar Marlboro. Rojos. Aunque sin dinero los sucedáneos pasaban por Viceroy, por ejemplo, y que costaban significativamente menos que los del vaquero. Con sinceridad, no recuerdo a nadie sacando una cajetilla del bolsillo e invitar al personal, recuerdo más bien que los comprábamos sueltos en los mismos puestos donde nos vendían una buena torta de milanesa, con una Chaparrita El naranjo. Que la CocaCola también era para finolis.
Luego empezaron a llegar los de contrabando, los que comprabas en el auténtico top-manta –esto es, a nivel suelo-, atendidos por personal que seguro nunca en su vida había inhalado un chisme de esos, sobre todo en la Zona Rosa y en dirección hacia el todavía no llamado Centro Histórico. Habían Lark y Camel mentolados, y esos largos, delgaditos y color café oscuro ¿John Player?, pero sobre todo Marboro, los mismos rojos que antes se podían comprar hasta en las farmacias pero con sabor yanqui ¡y otros completamente blancos, de sabor más suave aún! ¿Me hubiera yo librado de caer en sus garras si no hubiera asistido a la escuela en plena calle Hamburgo de lunes a viernes? Yo creo que no, pero no está de más que planteara la oración condicional...
Francamente, no me queda claro en qué momento dejé de pensar en que me veía mayor mientras fumaba. Por lo visto, en aquellos ayeres era importante que no sólo ‘disfrutaras’ el sabor y te colgaras de por vida, es que también te duraban en la mano ¡te duraban hasta 20 minutos, que yo lo cronometraba! Hoy día ni siquiera la mitad, mientras son el doble de adictivos. Pero si me preguntan por las porquerías que seguro contienen, servidora, igual que los demás adheridos al club, directamente no tiene la menor idea, no nos hagamos los locos.
¡Guapa, que yo me veía muy guapa con un cigarro en la mano! Y si me podía pagar mis light, más guapa cuando sacaba la cajetilla. Y si no tenía, ni cajetilla ni dinero para comprarla, entonces le podía sustraer al apá, que para entonces ya se había cansado de buscar sus sin filtro y se había cambiado a –a ver, adivinen-, los Marboro rojos. Lo de gorronearle a mi abue Lupe o a mi tío Meme –Delicados sin filtro, por las patas de mi cama-, todavía no. Pero todo se andaría oh, sí.
¿Que cuántas veces he intentado dejar de fumar? Pues contadas con una mano y en temo que sobran dedos: cuando Aquél intentó –sin éxito, obviamente- convencerme de que el tabaco era malísimo, pero los hechos a mano con su toque de marihuana no -ya avanzaré ese desvarío otro día, es que se lo merece-; o aquel medio inusual gesto solidario con el apá cuando lo dejó, y que luego se apagó con la misma alegría, una vez que él declaró abiertamente que no le provocaba nada ver a sus hijos echar humo como chimeneas de Londres en los años 30; ah, y cuando tuve a bien parir a mi primogénita ¡que estaba tirada en un hospital, oyes! Pues nada, el personal fumador que me visitaba se tardó, aproximadamente, 6 minutos en convencerme de echar unas caladitas en la ventana del baño –sabor a prohibido, remember?-; y cuando estuve una semana en el hospital, dándole quehacer a los de terapia intensiva y pensé que ya me había limpiado cerebro y pulmones… pos no. Fue llegar a casa ¿o antes, saliendo de la clínica? ni me acuerdo, para prenderme con sumo placer un marboro que además me supo a gloria.
Ahora la vida me deja las cajetillas no tanto fuera del alcance del monedero ¡es que me parece un insulto pagar lo que piden en euros! Igual y forma parte de la campaña orquestada por los que odian que lo hagamos, el caso es que la solución fue, simplemente, comprar una maquinita, tabaco suelto –de marca, claro- y hacérmelos en casita. Eso sí, reconociendo y esperando los aplausos por sólo fumar la mitad de lo que antes me consumía.
De modo que formo parte del grupo de los ahora acosados ¡cada vez tenemos menos lugares donde fumigar! Aunque les entiendo, también me fastidia, a ver: cada quien toma sus decisiones y nadie me empujó a fumar, pero el debate se pone tan jodido, tan visceral, que francamente termino por caerme de la flojera. Terminaremos refundidos en nuestras casas y nuestros coches hasta que alguien se invente un artilugio que no eche humo –que lo hay, pero es puro cuento- pero que de verdad sepa a cigarro.
Mientras, ‘pérenme que apago a esta colilla para poder seguir tecleando…
Porque una fumaba y se sentía la Gloria Swanson, o la Garbo si no se sabía quién era la Swanson, así que por lo mismo gorronear sin avisar un Fiesta o un Raleigh pues no era plan, le quitaba bastante glamour al tema. Y la idea de comprar una cajetilla de lo que fuera menos esas opciones familiares representaba un gasto ni tan fuera de los bolsillos, pero sí de las neuronas, porque los dineros se gastaban más bien en otras cosas, séase transporte para irme a pasar las tardes en casa de mi muy mejor amiga Mela, o Pingüinos Marinela para compartir con Jesús, ya te digo.
La moda, los que querían estar más in, era fumar Marlboro. Rojos. Aunque sin dinero los sucedáneos pasaban por Viceroy, por ejemplo, y que costaban significativamente menos que los del vaquero. Con sinceridad, no recuerdo a nadie sacando una cajetilla del bolsillo e invitar al personal, recuerdo más bien que los comprábamos sueltos en los mismos puestos donde nos vendían una buena torta de milanesa, con una Chaparrita El naranjo. Que la CocaCola también era para finolis.
Luego empezaron a llegar los de contrabando, los que comprabas en el auténtico top-manta –esto es, a nivel suelo-, atendidos por personal que seguro nunca en su vida había inhalado un chisme de esos, sobre todo en la Zona Rosa y en dirección hacia el todavía no llamado Centro Histórico. Habían Lark y Camel mentolados, y esos largos, delgaditos y color café oscuro ¿John Player?, pero sobre todo Marboro, los mismos rojos que antes se podían comprar hasta en las farmacias pero con sabor yanqui ¡y otros completamente blancos, de sabor más suave aún! ¿Me hubiera yo librado de caer en sus garras si no hubiera asistido a la escuela en plena calle Hamburgo de lunes a viernes? Yo creo que no, pero no está de más que planteara la oración condicional...
Francamente, no me queda claro en qué momento dejé de pensar en que me veía mayor mientras fumaba. Por lo visto, en aquellos ayeres era importante que no sólo ‘disfrutaras’ el sabor y te colgaras de por vida, es que también te duraban en la mano ¡te duraban hasta 20 minutos, que yo lo cronometraba! Hoy día ni siquiera la mitad, mientras son el doble de adictivos. Pero si me preguntan por las porquerías que seguro contienen, servidora, igual que los demás adheridos al club, directamente no tiene la menor idea, no nos hagamos los locos.
¡Guapa, que yo me veía muy guapa con un cigarro en la mano! Y si me podía pagar mis light, más guapa cuando sacaba la cajetilla. Y si no tenía, ni cajetilla ni dinero para comprarla, entonces le podía sustraer al apá, que para entonces ya se había cansado de buscar sus sin filtro y se había cambiado a –a ver, adivinen-, los Marboro rojos. Lo de gorronearle a mi abue Lupe o a mi tío Meme –Delicados sin filtro, por las patas de mi cama-, todavía no. Pero todo se andaría oh, sí.
¿Que cuántas veces he intentado dejar de fumar? Pues contadas con una mano y en temo que sobran dedos: cuando Aquél intentó –sin éxito, obviamente- convencerme de que el tabaco era malísimo, pero los hechos a mano con su toque de marihuana no -ya avanzaré ese desvarío otro día, es que se lo merece-; o aquel medio inusual gesto solidario con el apá cuando lo dejó, y que luego se apagó con la misma alegría, una vez que él declaró abiertamente que no le provocaba nada ver a sus hijos echar humo como chimeneas de Londres en los años 30; ah, y cuando tuve a bien parir a mi primogénita ¡que estaba tirada en un hospital, oyes! Pues nada, el personal fumador que me visitaba se tardó, aproximadamente, 6 minutos en convencerme de echar unas caladitas en la ventana del baño –sabor a prohibido, remember?-; y cuando estuve una semana en el hospital, dándole quehacer a los de terapia intensiva y pensé que ya me había limpiado cerebro y pulmones… pos no. Fue llegar a casa ¿o antes, saliendo de la clínica? ni me acuerdo, para prenderme con sumo placer un marboro que además me supo a gloria.
Ahora la vida me deja las cajetillas no tanto fuera del alcance del monedero ¡es que me parece un insulto pagar lo que piden en euros! Igual y forma parte de la campaña orquestada por los que odian que lo hagamos, el caso es que la solución fue, simplemente, comprar una maquinita, tabaco suelto –de marca, claro- y hacérmelos en casita. Eso sí, reconociendo y esperando los aplausos por sólo fumar la mitad de lo que antes me consumía.
De modo que formo parte del grupo de los ahora acosados ¡cada vez tenemos menos lugares donde fumigar! Aunque les entiendo, también me fastidia, a ver: cada quien toma sus decisiones y nadie me empujó a fumar, pero el debate se pone tan jodido, tan visceral, que francamente termino por caerme de la flojera. Terminaremos refundidos en nuestras casas y nuestros coches hasta que alguien se invente un artilugio que no eche humo –que lo hay, pero es puro cuento- pero que de verdad sepa a cigarro.
Mientras, ‘pérenme que apago a esta colilla para poder seguir tecleando…
viernes, 12 de noviembre de 2010
Mesmamente, hoy en tu día.
Así, mesmamente.
Verán, es que cuando confluyen los astros y los signos, cuando es el día y la hora y el minuto exactos y el lugar correspondiente, las cosas simplemente caen por su propio peso. O lo que es lo mismo: nunca, pero que nunca sabes cuándo vas a caer en la vida de alguien que te cambiará, o que marcará un antes y un después... es que si lo supiéramos, supongo que algunas hubiéramos buscado conocer a San Sting antes de que fuera santo, o cosas así.
Así que el tiempo se encarga de acomodarse y acomodarnos, y una situación así me pasó cuando todavía peinaba trenzas -es un decir-, no había estrenado unos zapatos de tacón -que eso sí me moría por probar-, y mis formas anatómicas tenían un sospechoso parecido con la mesa del comedor.
La que sí peinaba trenzas era ella, mesmamente. Era más pequeña en edad y estatura que servidora y su en-proceso-de-crearse pandilla, pero ahí andaba siempre, queriendo y participando en todos los juegos, por muy 'mayores' que fueran (o idiotas, que había de todo), rondando y riéndose ¡riéndose! Ahí tenemos, señoras y señores, una característica que siempre la ha acompañado: una risa franca, fuerte y llena de energía. Una risa buena, pues.
En su casa se organizaban unas fiestas sabatinas ¡buenísimas! Porque podíamos bailar apretaditos apretaditos y con la luz apagada, éso hasta que papá salía del pasillo diciendo “A ver, a ver, que las visitas ya tienen sueño”. Mandaban todos los muebles del salón a las recámaras y tenían una consola que, bueno, hoy, a saber, pero en ese momento sonaba total; y nunca nadie tuvo que decir 'uy, que ésta está muy chamaca, a la cama'. Ahí tenemos, pues, otra más: formó parte del todo desde el principio porque así era ella, una persona sensible, sencilla y divertida que se integraba sin problema a todos los ambientes.
Fuimos cómplices de un montón de aventuras, y siempre volverá a la memoria, como disco rayado, aquella vez en mi casa cuando ella y Griss llegaron algo más que contentitas, y yo tuve que esconderlas en mi recámara porque mi papá había llegado. Griss estaba más pa'llá que pa'cá y se quedó desmadejada en la cama, mientras yo me hacía cruces tratando de inventar una excusa más o menos creíble. ¿Y qué pasa cuando ya casi lo consigo? Pues que mi sisterna postiza va y sale, y le da un show de aquí no pasa nada, que si me caigo no es porque esté mareada sino porque todo se mueve, que ya me voy a mi casa, nada más déjeme encontrar la puerta ¿esto es una puerta?; saludando militarmente a mi apá, que estaba a cuadros. Si es que no me dio un ataque de risa loca nada más de pensar en lo que pasaría después que mis dos amigas del alma se hubieran ido a sus respectivas...
Siendo la penúltima de la estirpe, cuántos ejemplos había para seguir ¿verdad? Pues otra más: tomó lo mejor de todos, no me cabe duda. Estudió su carrera, trabajó en su carrera y luego demostró un espíritu aventurero tan emocionante que lo natural era que siguiera buscando, buscando, hasta que encontrara aquéllo que realmente la llenara. A mí me da mucho orgullo saber de todos sus logros.
Y también siento con intensidad todas sus penas. Aquél tiempo cuando amó con locura al descerebrado que no la merecía, y que incluso la alejó de nosotros... surgió la valiente, apoyada por todos los que la queremos, y salió adelante, pasando miedo y viviendo temerosa de las sombras, hasta que al fin todo pasó. Y cuando juntas, sentadas junto a su tumba y sin lágrimas, hablamos de la persona en común más importante de nuestras vidas. Con qué ilusión habíamos planeado su fiesta de cumpleaños...
Es una de las personas más valientes que he conocido. De esa rara especie de las que no sólo saben lo que no quieren, sino mucho de lo que quieren; de las que su concepto de estar feliz está siempre en función a que los que la rodean lo estén y se prodiga sin dudarlo. De las que han tenido que apechugar pérdidas tan terribles en la distancia, y aún así, sacar fuerzas para consolarnos a los demás.
Y como corresponde a los humanos de mi especie, me he pasado años y años sin decirle feliz cumpleaños, ahora mismo a n mil kilómetros de distancia. Y ya va siendo hora de que me ponga seria. Porque como todas las personas que son buenas, buenas de corazón, me sigue queriendo un montón y ni se le pasa por la cabeza que soy, no una desmemoriada, sino una desordenada. Pero sabe que la quiero mucho. Muchísimo. Y aquí y ahora lo dejo constar en actas.
Sisterna de la vida ¡cuántos buenos años! ¡y los que te faltan! Que sigas siendo feliz como tú sabes, que la vida te siga poniendo retos ¡que tú mesmamente sabes bien como tratarlos!
Tú ya sabes donde estoy.
Verán, es que cuando confluyen los astros y los signos, cuando es el día y la hora y el minuto exactos y el lugar correspondiente, las cosas simplemente caen por su propio peso. O lo que es lo mismo: nunca, pero que nunca sabes cuándo vas a caer en la vida de alguien que te cambiará, o que marcará un antes y un después... es que si lo supiéramos, supongo que algunas hubiéramos buscado conocer a San Sting antes de que fuera santo, o cosas así.
Así que el tiempo se encarga de acomodarse y acomodarnos, y una situación así me pasó cuando todavía peinaba trenzas -es un decir-, no había estrenado unos zapatos de tacón -que eso sí me moría por probar-, y mis formas anatómicas tenían un sospechoso parecido con la mesa del comedor.
La que sí peinaba trenzas era ella, mesmamente. Era más pequeña en edad y estatura que servidora y su en-proceso-de-crearse pandilla, pero ahí andaba siempre, queriendo y participando en todos los juegos, por muy 'mayores' que fueran (o idiotas, que había de todo), rondando y riéndose ¡riéndose! Ahí tenemos, señoras y señores, una característica que siempre la ha acompañado: una risa franca, fuerte y llena de energía. Una risa buena, pues.
En su casa se organizaban unas fiestas sabatinas ¡buenísimas! Porque podíamos bailar apretaditos apretaditos y con la luz apagada, éso hasta que papá salía del pasillo diciendo “A ver, a ver, que las visitas ya tienen sueño”. Mandaban todos los muebles del salón a las recámaras y tenían una consola que, bueno, hoy, a saber, pero en ese momento sonaba total; y nunca nadie tuvo que decir 'uy, que ésta está muy chamaca, a la cama'. Ahí tenemos, pues, otra más: formó parte del todo desde el principio porque así era ella, una persona sensible, sencilla y divertida que se integraba sin problema a todos los ambientes.
Fuimos cómplices de un montón de aventuras, y siempre volverá a la memoria, como disco rayado, aquella vez en mi casa cuando ella y Griss llegaron algo más que contentitas, y yo tuve que esconderlas en mi recámara porque mi papá había llegado. Griss estaba más pa'llá que pa'cá y se quedó desmadejada en la cama, mientras yo me hacía cruces tratando de inventar una excusa más o menos creíble. ¿Y qué pasa cuando ya casi lo consigo? Pues que mi sisterna postiza va y sale, y le da un show de aquí no pasa nada, que si me caigo no es porque esté mareada sino porque todo se mueve, que ya me voy a mi casa, nada más déjeme encontrar la puerta ¿esto es una puerta?; saludando militarmente a mi apá, que estaba a cuadros. Si es que no me dio un ataque de risa loca nada más de pensar en lo que pasaría después que mis dos amigas del alma se hubieran ido a sus respectivas...
Siendo la penúltima de la estirpe, cuántos ejemplos había para seguir ¿verdad? Pues otra más: tomó lo mejor de todos, no me cabe duda. Estudió su carrera, trabajó en su carrera y luego demostró un espíritu aventurero tan emocionante que lo natural era que siguiera buscando, buscando, hasta que encontrara aquéllo que realmente la llenara. A mí me da mucho orgullo saber de todos sus logros.
Y también siento con intensidad todas sus penas. Aquél tiempo cuando amó con locura al descerebrado que no la merecía, y que incluso la alejó de nosotros... surgió la valiente, apoyada por todos los que la queremos, y salió adelante, pasando miedo y viviendo temerosa de las sombras, hasta que al fin todo pasó. Y cuando juntas, sentadas junto a su tumba y sin lágrimas, hablamos de la persona en común más importante de nuestras vidas. Con qué ilusión habíamos planeado su fiesta de cumpleaños...
Es una de las personas más valientes que he conocido. De esa rara especie de las que no sólo saben lo que no quieren, sino mucho de lo que quieren; de las que su concepto de estar feliz está siempre en función a que los que la rodean lo estén y se prodiga sin dudarlo. De las que han tenido que apechugar pérdidas tan terribles en la distancia, y aún así, sacar fuerzas para consolarnos a los demás.
Y como corresponde a los humanos de mi especie, me he pasado años y años sin decirle feliz cumpleaños, ahora mismo a n mil kilómetros de distancia. Y ya va siendo hora de que me ponga seria. Porque como todas las personas que son buenas, buenas de corazón, me sigue queriendo un montón y ni se le pasa por la cabeza que soy, no una desmemoriada, sino una desordenada. Pero sabe que la quiero mucho. Muchísimo. Y aquí y ahora lo dejo constar en actas.
Sisterna de la vida ¡cuántos buenos años! ¡y los que te faltan! Que sigas siendo feliz como tú sabes, que la vida te siga poniendo retos ¡que tú mesmamente sabes bien como tratarlos!
Tú ya sabes donde estoy.
martes, 9 de noviembre de 2010
Rock en mi idioma
Para cuando mi mundo mundial –es decir, mi colonia, mi ciudad y luego mi país- vino a soltar expresiones como: ‘¿Conoces a Charly García? Buenísimo!!!!”; “Estos, los de Soda Estereo…”, ‘Nene-ne ¿qué vas a hacer, cuando seas grande?’, por mi casa ya habían pasado en el orden correspondiente y a todo volumen prácticamente todas las rolas de Sui Géneris, más el orden correcto (y no el que se sacó la manga la disquera) de Cerati y compañía. Ellos y muchos más, conformándose de hecho un santoral donde Fito Páez pasaría a ser una versión decente y extraordinaria del Papa para mi hermanito, y los soda para servidora, doble si puede ser.
Eran tiempos de continuar con la rebeldía, y la moda tanto en la ropa como en las costumbres desvariaba en todas direcciones, llenando las hombreras de kilos de relleno, los cabellos de toneladas de gel. Que sí, pues, que los que hablaban español tarareaban a los embotellados de origen Mecano y Alaska (el día y la noche en cuanto a éxitos, todo hay que decirlo) mientras que el México más ¿juvenil? ¿despistado? ¿fácil de convencer? se embobaba con Flans, Fresas con Crema y veían despegar a Luis Miguel. Pero digo yo que está muy bien: si es que tiene que haber de todo en este mundo ¿no?; hubo un tiempo en que yo sólo escuchaba música en inglés –cosa que ninguna de las amigas hacía, mucho me temo-, y luego tuve un periodo oscuro –y recalco oscuro, porque nadie debía enterarse, a ver- donde ponía la XEDF y otras donde sonaban… donde sonaban… cielos, Manoella Torres o Estelita Núñez, que ya no puedo mencionar más.
Ya. Ya lo he dicho. Avancemos en el desvarío.
Retomar el asunto de música en español se demoró hasta entrados los ochenta, cuando por ni se sabe qué vez la industria del disco volvió sus ávidos ojos hacia los grupos que intentaban, tampoco se sabe el número de ocasiones, demostrar que sí que valían la pena. Así que a la vez que conocíamos a Van Halen y las glorias solistas de San Sting, la Rockola de los Kerygma empezaba su andadura. Y vaya si lo era, que estaban ubicados allá donde Villa perdió los huaraches, Coyoacán para más señas.
Así que era natural que empezaran a proliferar como hongos, hasta debajo de las piedras, grupos de todos los tones, sones y canciones, es que vivíamos mezclados con el punk, el rock, el heavy metal y la fresez, perdonando el palabro. Argentina nos llevaba mucho la delantera, de modo que era natural que García o Mateos y todos los demás, invariablemente llegaran y se apoderaran de la escena. Gracias a los dioses que la respuesta azteca fue de igual o mejor calibre. Si sólo era cuestión de tiempo…
El personal se volvió una piña, todos para todos sin mala onda, todos echándose la mano, los que ya tenían suficiente antigüedad como para pensar en una honrosa jubilación y los recién llegados. De nuevo, sólo era cuestión de tiempo para que, de abrirle conciertos a Mateos allá en el Toreo, remember? pasaran a volverse estelares, con contratos y giras y promociones y merchandising. Salían en todos los espacios de aquel esbozo de noticiario ECO, y tenían que aguantar los esperpentos verbales, auténticas burradas coronadas de ignorancia de Talina, la Veros, el Gallo, el Stanley, y encima en muchos casos haciendo playback.
Vendrían los estadios llenos, la incapacidad de caminar tranquilamente por la calle, las entrevistas a deshoras y desdías con otros países ansiosos por conocer qué los había inspirado tanto, los viajes, las vacas gordas, asquerosamente gordas para muchos.
Y aparte de la Rockola, también teníamos el Rockotitlán, y luego el Rock Stock…sinceramente, me declaro absolutamente incapaz de escribir todos los nombres, todos los que, de Jalisco, Santa María la Ribera, Tlalnepantla o San Ángel pasaron a formar parte de ese espectáculo deslumbrante de músicos talentosos haciendo lo que les gustaba ¡y cobrando! con clubes de fans e incondicionales, en realidad sólo quería recordarlos un poquito en grupo, en montón y me temo que bastante revueltos, porque me apetecía mucho escucharlos de nuevo y mirarlos con los ojos cerrados.
Supongo que me dio mucha tristeza saber que Mr. Keller ya no está entre nosotros… será eso.
Eran tiempos de continuar con la rebeldía, y la moda tanto en la ropa como en las costumbres desvariaba en todas direcciones, llenando las hombreras de kilos de relleno, los cabellos de toneladas de gel. Que sí, pues, que los que hablaban español tarareaban a los embotellados de origen Mecano y Alaska (el día y la noche en cuanto a éxitos, todo hay que decirlo) mientras que el México más ¿juvenil? ¿despistado? ¿fácil de convencer? se embobaba con Flans, Fresas con Crema y veían despegar a Luis Miguel. Pero digo yo que está muy bien: si es que tiene que haber de todo en este mundo ¿no?; hubo un tiempo en que yo sólo escuchaba música en inglés –cosa que ninguna de las amigas hacía, mucho me temo-, y luego tuve un periodo oscuro –y recalco oscuro, porque nadie debía enterarse, a ver- donde ponía la XEDF y otras donde sonaban… donde sonaban… cielos, Manoella Torres o Estelita Núñez, que ya no puedo mencionar más.
Ya. Ya lo he dicho. Avancemos en el desvarío.
Retomar el asunto de música en español se demoró hasta entrados los ochenta, cuando por ni se sabe qué vez la industria del disco volvió sus ávidos ojos hacia los grupos que intentaban, tampoco se sabe el número de ocasiones, demostrar que sí que valían la pena. Así que a la vez que conocíamos a Van Halen y las glorias solistas de San Sting, la Rockola de los Kerygma empezaba su andadura. Y vaya si lo era, que estaban ubicados allá donde Villa perdió los huaraches, Coyoacán para más señas.
Así que era natural que empezaran a proliferar como hongos, hasta debajo de las piedras, grupos de todos los tones, sones y canciones, es que vivíamos mezclados con el punk, el rock, el heavy metal y la fresez, perdonando el palabro. Argentina nos llevaba mucho la delantera, de modo que era natural que García o Mateos y todos los demás, invariablemente llegaran y se apoderaran de la escena. Gracias a los dioses que la respuesta azteca fue de igual o mejor calibre. Si sólo era cuestión de tiempo…
El personal se volvió una piña, todos para todos sin mala onda, todos echándose la mano, los que ya tenían suficiente antigüedad como para pensar en una honrosa jubilación y los recién llegados. De nuevo, sólo era cuestión de tiempo para que, de abrirle conciertos a Mateos allá en el Toreo, remember? pasaran a volverse estelares, con contratos y giras y promociones y merchandising. Salían en todos los espacios de aquel esbozo de noticiario ECO, y tenían que aguantar los esperpentos verbales, auténticas burradas coronadas de ignorancia de Talina, la Veros, el Gallo, el Stanley, y encima en muchos casos haciendo playback.
Vendrían los estadios llenos, la incapacidad de caminar tranquilamente por la calle, las entrevistas a deshoras y desdías con otros países ansiosos por conocer qué los había inspirado tanto, los viajes, las vacas gordas, asquerosamente gordas para muchos.
Y aparte de la Rockola, también teníamos el Rockotitlán, y luego el Rock Stock…sinceramente, me declaro absolutamente incapaz de escribir todos los nombres, todos los que, de Jalisco, Santa María la Ribera, Tlalnepantla o San Ángel pasaron a formar parte de ese espectáculo deslumbrante de músicos talentosos haciendo lo que les gustaba ¡y cobrando! con clubes de fans e incondicionales, en realidad sólo quería recordarlos un poquito en grupo, en montón y me temo que bastante revueltos, porque me apetecía mucho escucharlos de nuevo y mirarlos con los ojos cerrados.
Supongo que me dio mucha tristeza saber que Mr. Keller ya no está entre nosotros… será eso.
lunes, 1 de noviembre de 2010
¡FESTEJOS! festejos...
En parte porque no quisiera que nada se me olvidara; pero mayormente porque ya saben, no me quedo callada ni dormida, llega el estelar momento de compartir el desvarío correspondiente a la cincuentenaria onomástica, acaecida hace pocos días nada menos que en la más británica de las capitales.
Pensé, lo primero, que no era mal momento climático para lanzarse y estrenar decenio; luego pensé que no saldría tan caro, a ver, si nada más son dos horas de avión y ya no es temporada de patos y/o conejos; y más adelante se me ocurrió que siempre se podría comprarme algo chulo y diferente –y que de preferencia se pudiera ver, porque ir a comprar chones, por muy diferentes que fueran, pues mira, no-. Total, que Londres fue la opción, la primogénita la afortunada acompañante y la fecha elegida mi cumplemenos.
Por eso, y en bien del medio ambiente de la colonia Roma, estos pequeños y sencillos consejos y anécdotas tienen que ver la luz. Queda dicho.
EL AVIÓOOOON…
Una vez vencido el miedo de dar datos en la red, convencida de que la agencia de viajes más cercana me daba mucha flojera y negándome en redondo a pagar por esperar en la línea ‘que todos nuestros agentes están ocupados, aguante hasta que le salgan raíces’, la búsqueda terminó en dos aerolíneas de las llamadas ‘low cost’ (que sí, el plan era ahorrar lo más posible para gastárselo en trapitos). Así que empecé a buscar una que llegara a un aeropuerto que no fuera casi capital de otro país por lo lejos, que Londres tiene cinco.
En el inter, se buscaron opciones de avión+ hotel. Resultado: cero por chapucero.
¿Dónde andaban mis neuronas cuando reservamos un vuelo por la noche? Espero que no muriéndose, pero por ahí cerca pues no andaban. Mira que pagar una noche por el puro gusto de llegar a la cama… Sin comentarios. Sigo.
La experiencia de una línea de bajo coste es, por decirlo en una palabra… espeluznante. Los boletos de avión fueron muy pero que muy baratos, mas sin embargo los gastos de gestión fueron exactamente el 75% del mismo precio (¿¿??); además las condiciones y restricciones son más largas que la constitución española, por ejemplo: una maleta por pasajero en cabina, de medidas exactas y peso límite, o pagar 30 euros. Solución: una para cada una, con dos calcetines y algo más, para que regresaran bien llenitas…
HOTEL, DULCE HOTEL…
A buscar acomodancia. Pensé en un albergue, porque no llevábamos nada de valor y, no sé, más dinerito al shopping… sorpresa: ni la heredera ni yo entrábamos en sus políticas… por la edad. Pues un hostal, que fue la hija quien dijo que ni de broma se iba a una habitación con baño compartido. ¿Cuántas páginas recorrí? N mil. Pero lo hallé. A 9.7 kilómetros del centro. O bueno, sí, pero en línea recta, así qué padre…
LUGARES PARA VISITAR
San Google al rescate. Rutas, metros, tiempos, autobuses, ideas… Pensaba que de ahí a guía turística especializada era media hora. Fascinarme otra vez y fascinar a la hija. Ya hasta me imaginaba estrenando mis modelitos en una cena de cumpleaños…
INICIA LA CUENTA ATRÁS
Llegar 3 horas antes. Sellar el boleto –impreso en una hoja DINA4, no de otra medida- en el mostrador. ¿Dónde? Exactamente al final del todo, en el último despacho de la terminal.
Comprobar que las maletas cumplen con sus medidas. La mía se pasaba un centímetro, pero me dijeron que sí pasaba. Chido.
Pasar seguridad: a la basura el gel del pelo, la botella de agua, fuera botas, yo que sé…
La puerta de embarque. ¿Dónde? Pues dónde iba a ser: al final de todas –llegar echando el bofe es señal inequívoca de que se es primeriza en estas aerolíneas parientas de Mr. Donald.
No, el bolso de mano no se puede llevar aparte. Ni la cámara, la computadora o el abrigo. Sólo un bulto por persona ¿Qué, no entendemos los nuevos?
¿Asientos? No, ninguno. El que caches, cuando lo caches y si lo cachas. Y que con suerte tu maleta no quede a 7 filas de la tuya.
Oh, la puerta no cierra. Es mi maleta, el maldito centímetro. Va para abajo. Pero no me cobran.
¿Los asientos? Resumiendo, hay más espacio en cualquier microbús del Periférico…
Y te hablan todo el tiempo. Todo el tiempo. ¡Hasta te venden lotería! ¡Y cigarros sin humo! Y claro está, toda la comida o bebida que quieras, incluida el agua…
A la heredera y a mí nos daba la risa loca, y eso que apenas había empezado el tour.
LONDRES A LAS 10 DE LA NOCHE.
Después de mirar el Canal del Tiempo por semanas, compré paraguas, chubasqueros y orejeras, que según esto así nos recibiría la ciudad. Nada de eso. De hecho, ningún día fue como lo previnieron los que según esto saben… peor para ellos.
También, muy lista, compré transporte desde el aeropuerto a la ciudad. Por mucha ilusión que me hiciera un tren ata velocidad o un taxi, prefería mercar botones de I-love-London. E imprimí mapas del metro, el autobús y los trenes, y saqué la info de las rutas a seguir.
¡FALACIAS, QUE DIRIA MI HERMANA CARNALA!
Así que tomen nota con su manota: si Google dice que son 6 minutos andando, para nada, son más de 10. Y si dice 20, como de la estación de metro al hotel, ¡naranjas! Porque entre 20 y 35 minutos como que sí hay diferencia… Aunque después de las carreras para llegar al avión y eso, ya nada nos sorprendía, la verdad.
Y debo reconocer, con mi sentido de la organización doliéndose cual muela cariada, que no me enteré en absoluto de cómo funciona el metro de Londres ¿de dónde saqué que sería igual al de Madrid, al de México? Una parada de inicio y otra de final ¿no? Pos no. Lleno de mapas y pantallas, y ni aún así se impidió que dos veces dos, nos equivocáramos de tren y vuelta a empezar. Como canicas en caja grande, diría el apá. Más risas locas. Con borracho incluido, aunque por lo menos tuvo la delicadeza de salir del vagón a des-beber y luego entrar muy digno…
Muy tarde, cansadas pero ya no hambrientas, llegamos al hotel. ¿Alguien sabía que las escaleras de las casas y hoteles en Londres son como las de la película ‘Nothing Hill’? Oh, sí. Angostas, estrechas y empínadísimas, la madre que los parió. Reto a todo aquel que mida más de 1.50 que suba dos pisos sin sentir raro, y vértigo al bajarlas.
Pero algo bueno de esa nuestra habitación es que me recordó a cosas de España y México… era tan pequeña como mi coche, y el baño más o menos del tamaño de uno normal en cualquier VIPS. Pero el plan sólo era estar ahí para dormir ¿no? ¿Qué más daba que si entraba el sol tuviéramos que salirnos nosotras? Sí noté que no pusieron una buena lupa para ver la tele, que era casi tamaño transistor, pero cuando nos acostamos, la verdad es que no pesó, estábamos tan cerca de ella, tan cerca la hija de la madre…
Al día siguiente empezaba Londres formalmente. ¡De compras!
Y el mero y señalado día ¡de paseo por la ciudad!
Y el último ¡pa’ lo que alcanzara!
Pensé, lo primero, que no era mal momento climático para lanzarse y estrenar decenio; luego pensé que no saldría tan caro, a ver, si nada más son dos horas de avión y ya no es temporada de patos y/o conejos; y más adelante se me ocurrió que siempre se podría comprarme algo chulo y diferente –y que de preferencia se pudiera ver, porque ir a comprar chones, por muy diferentes que fueran, pues mira, no-. Total, que Londres fue la opción, la primogénita la afortunada acompañante y la fecha elegida mi cumplemenos.
Por eso, y en bien del medio ambiente de la colonia Roma, estos pequeños y sencillos consejos y anécdotas tienen que ver la luz. Queda dicho.
EL AVIÓOOOON…
Una vez vencido el miedo de dar datos en la red, convencida de que la agencia de viajes más cercana me daba mucha flojera y negándome en redondo a pagar por esperar en la línea ‘que todos nuestros agentes están ocupados, aguante hasta que le salgan raíces’, la búsqueda terminó en dos aerolíneas de las llamadas ‘low cost’ (que sí, el plan era ahorrar lo más posible para gastárselo en trapitos). Así que empecé a buscar una que llegara a un aeropuerto que no fuera casi capital de otro país por lo lejos, que Londres tiene cinco.
En el inter, se buscaron opciones de avión+ hotel. Resultado: cero por chapucero.
¿Dónde andaban mis neuronas cuando reservamos un vuelo por la noche? Espero que no muriéndose, pero por ahí cerca pues no andaban. Mira que pagar una noche por el puro gusto de llegar a la cama… Sin comentarios. Sigo.
La experiencia de una línea de bajo coste es, por decirlo en una palabra… espeluznante. Los boletos de avión fueron muy pero que muy baratos, mas sin embargo los gastos de gestión fueron exactamente el 75% del mismo precio (¿¿??); además las condiciones y restricciones son más largas que la constitución española, por ejemplo: una maleta por pasajero en cabina, de medidas exactas y peso límite, o pagar 30 euros. Solución: una para cada una, con dos calcetines y algo más, para que regresaran bien llenitas…
HOTEL, DULCE HOTEL…
A buscar acomodancia. Pensé en un albergue, porque no llevábamos nada de valor y, no sé, más dinerito al shopping… sorpresa: ni la heredera ni yo entrábamos en sus políticas… por la edad. Pues un hostal, que fue la hija quien dijo que ni de broma se iba a una habitación con baño compartido. ¿Cuántas páginas recorrí? N mil. Pero lo hallé. A 9.7 kilómetros del centro. O bueno, sí, pero en línea recta, así qué padre…
LUGARES PARA VISITAR
San Google al rescate. Rutas, metros, tiempos, autobuses, ideas… Pensaba que de ahí a guía turística especializada era media hora. Fascinarme otra vez y fascinar a la hija. Ya hasta me imaginaba estrenando mis modelitos en una cena de cumpleaños…
INICIA LA CUENTA ATRÁS
Llegar 3 horas antes. Sellar el boleto –impreso en una hoja DINA4, no de otra medida- en el mostrador. ¿Dónde? Exactamente al final del todo, en el último despacho de la terminal.
Comprobar que las maletas cumplen con sus medidas. La mía se pasaba un centímetro, pero me dijeron que sí pasaba. Chido.
Pasar seguridad: a la basura el gel del pelo, la botella de agua, fuera botas, yo que sé…
La puerta de embarque. ¿Dónde? Pues dónde iba a ser: al final de todas –llegar echando el bofe es señal inequívoca de que se es primeriza en estas aerolíneas parientas de Mr. Donald.
No, el bolso de mano no se puede llevar aparte. Ni la cámara, la computadora o el abrigo. Sólo un bulto por persona ¿Qué, no entendemos los nuevos?
¿Asientos? No, ninguno. El que caches, cuando lo caches y si lo cachas. Y que con suerte tu maleta no quede a 7 filas de la tuya.
Oh, la puerta no cierra. Es mi maleta, el maldito centímetro. Va para abajo. Pero no me cobran.
¿Los asientos? Resumiendo, hay más espacio en cualquier microbús del Periférico…
Y te hablan todo el tiempo. Todo el tiempo. ¡Hasta te venden lotería! ¡Y cigarros sin humo! Y claro está, toda la comida o bebida que quieras, incluida el agua…
A la heredera y a mí nos daba la risa loca, y eso que apenas había empezado el tour.
LONDRES A LAS 10 DE LA NOCHE.
Después de mirar el Canal del Tiempo por semanas, compré paraguas, chubasqueros y orejeras, que según esto así nos recibiría la ciudad. Nada de eso. De hecho, ningún día fue como lo previnieron los que según esto saben… peor para ellos.
También, muy lista, compré transporte desde el aeropuerto a la ciudad. Por mucha ilusión que me hiciera un tren ata velocidad o un taxi, prefería mercar botones de I-love-London. E imprimí mapas del metro, el autobús y los trenes, y saqué la info de las rutas a seguir.
¡FALACIAS, QUE DIRIA MI HERMANA CARNALA!
Así que tomen nota con su manota: si Google dice que son 6 minutos andando, para nada, son más de 10. Y si dice 20, como de la estación de metro al hotel, ¡naranjas! Porque entre 20 y 35 minutos como que sí hay diferencia… Aunque después de las carreras para llegar al avión y eso, ya nada nos sorprendía, la verdad.
Y debo reconocer, con mi sentido de la organización doliéndose cual muela cariada, que no me enteré en absoluto de cómo funciona el metro de Londres ¿de dónde saqué que sería igual al de Madrid, al de México? Una parada de inicio y otra de final ¿no? Pos no. Lleno de mapas y pantallas, y ni aún así se impidió que dos veces dos, nos equivocáramos de tren y vuelta a empezar. Como canicas en caja grande, diría el apá. Más risas locas. Con borracho incluido, aunque por lo menos tuvo la delicadeza de salir del vagón a des-beber y luego entrar muy digno…
Muy tarde, cansadas pero ya no hambrientas, llegamos al hotel. ¿Alguien sabía que las escaleras de las casas y hoteles en Londres son como las de la película ‘Nothing Hill’? Oh, sí. Angostas, estrechas y empínadísimas, la madre que los parió. Reto a todo aquel que mida más de 1.50 que suba dos pisos sin sentir raro, y vértigo al bajarlas.
Pero algo bueno de esa nuestra habitación es que me recordó a cosas de España y México… era tan pequeña como mi coche, y el baño más o menos del tamaño de uno normal en cualquier VIPS. Pero el plan sólo era estar ahí para dormir ¿no? ¿Qué más daba que si entraba el sol tuviéramos que salirnos nosotras? Sí noté que no pusieron una buena lupa para ver la tele, que era casi tamaño transistor, pero cuando nos acostamos, la verdad es que no pesó, estábamos tan cerca de ella, tan cerca la hija de la madre…
Al día siguiente empezaba Londres formalmente. ¡De compras!
Y el mero y señalado día ¡de paseo por la ciudad!
Y el último ¡pa’ lo que alcanzara!
miércoles, 27 de octubre de 2010
Festejos. En el mero día, pero con retraso.
Radio-patito retoma sus transmisiones después de un parón obligado por las circunstancias -onomástica, pues-, y a continuación publica una carta a la directora, recibida por el más fiel de sus ¿blog-escuchas? Lo que sea...
Octubre 25, 2010
Lula querida,
Qué gusto tan grande, tan intenso, volverte a ver después de tanto tiempo. Me alegra especialmente que ahora se cumple una fecha tan, pero tan señalada, ¡mira que cumplir medio siglo!
Perdón, no quería abochornarte. O sacarte de onda, gran frase ésta, como pocas que surgieron en tu niñez y que hoy día se siguen usando casi con la misma frescura... Y qué vida ¿verdad, mi estimada? Qué vida esta… porque siempre serán más las cosas que no quieras o no puedas contar que aquellas que servirían para llenar tomos y tomos, intentando por todos los medios usar seudónimos, figuras retóricas y demás trucos para que el personal no se entere de que: a) vas a balconearlos, b) vas a balconearte, y c) las dos cosas. De aquellos días de televisión del tamaño de una consola, de baño maría en lugar de microondas y ropa arrugada rociada a mano vil, planchando con un total de… una sola temperatura; a estos días de pantallas led, lcd o plasma –que yo tampoco me entero de lo que son, ya ves-, aparatos para picar, moler, amasar, ¡computadoras! ¿Te acuerdas que siempre se perdía la pesa de la olla express? Mejor, que tú le tenías terrorcito… ¿y que conociste las bondades de una aspiradora hasta entrados los años ochenta?
Tú viviste el furor de la minifalda cuando todavía no tenías nada que lucir ¿a que no te imaginabas que la vida te regalaría unas piernas así de largas? Para cuando las criaturas de este siglo se ponen los hoy ‘super modernos’ pantalones a la cadera, tú ya los habías portado con orgullo ingenuo, con patas de elefante tan anchas que más bien parecían faldones, y envidiando que Griss tuviera tantos y tan bonitos.
No, no pienses que era malo envidiar. Envidiabas porque no era tuyo, o porque nunca lo sería. Y eso tiende a ser natural, porque también envidias las alas o las braquias, por muy poco guapas que te parezcan: y, siempre llegaba tu cumpleaños ¡el gran evento! Y ahí tu amá te compraba lo que quisieras, y te daban muchos regalos y éso. Más Navidad y Reyes, hasta que, claro, fueron balconeados. ‘Tons ya no tenía chiste.
En tu día han estado presentes y ausentes por igual, ya ves, la vida es quien decide; me gusta que lo tengas asumido y que hayas decidido, al fin, que hay que tratar a cada día como ambos se merecen, él y tú: que las angustias saben bien con tequila y los orgasmos… pues también. ¡Porque has amado mucho, oye! Loca, irresponsable, irremediable, interminable, intermitente, agobiada, diferente, completamente. Y no te quejarás de que no te hayan querido, que has tenido entre tus brazos sueños con acento alemán, con infinita paciencia, con alegría infantil, con la certeza de la primera vez de muchas cosas. Nada que te quitara el sueño lo suficiente, nada para película en blanco y negro con Bogart. Pero siempre habrá un brindis para ellos.
Porque en tu cumpleaños brindas, que siempre lo he sabido, porque las personas que necesitas casi tanto como respirar sigan a tu lado: el apá, el invencible pilar de toda tu vida adulta, los hermanos carnales ¡los reyes de tu corazoncito! Tu hermanote ¿se acordará de la foto titulada “Uf!”? Y aquella vez emocionante, con el Auditorio Nacional hasta los topes, teniendo que salir en silencio que el trabajo te reclamaba mientras el personal babeaba y tu hermanito se amarraba a una escoba y volaba lejos?¿Y es que existe una persona con la que cada salida, ya fuera al mercadito, a escuchar temitas o al megaevento no fuera sino divertida, entrañable e inolvidable? ¡Sí, tu hermanita! Lástima que te perdieras su viaje de regreso de luna de miel ¡habría estado de risa loca y no de pánico, lo sé!
Y los postizos, que fueron elegidos sin que tú te dieras cuenta porque, como dice aquél que dijo, tiene que haber de todo en este mundo: gente generosa, llena de luz y de devoción que te aceptan sin chistar con tus manías, tus paranoias, tus fantasías y tus decisiones, las en serio y las desequilibradas. Porque no tuviste voz ni voto en el día que se hizo noche, y brindas como siempre, en silencio, como si a través de la mente fuera posible conectar con ella y decirle que ya es otro año más, otro, y que es alucinante que ella no se haya perdido de nada y que todo, batacazos incluidos, ha valido la pena.
Ahora mismo te estoy abrazando: estás cumpliendo no un año más, sino varios años después de pensar que nunca conocerías a ésa persona que transformaría todo tu ser; o que nunca tendrías un trabajo tan estupendo, que te llenara tanto y, bueno, sí, con poco sueldo –a ver si encima ibas a ser tan exigente-; que nunca serías la actriz secundaria en un parto.
Me alegro mucho por ti. Me alegra que aunque sea una vez en tu vida hayas escrito un hijo, plantado un libro y tenido un árbol, y que hayas visto jugar a Pelé y a Maradona, que hayas comprado tu primer coche y tenido unos ovarios que sirvieron mientras sirvieron. Que hayas visto a Neil Armstrong y comprado todos esos discos de Neil Diamond. Que te hayas subido por primera vez a un avión con tu gordo; que hayas vivido las bodas de tu hermanote y tu hermanita como de los más grandes eventos de toda tu vida; me alegra que puedas disfrutar, sin distancia que valga, de la amistad de tanta gente que te ha acompañado en tantas andanzas, obras de teatro para los niños, conciertos maravillosos, viajes alucinantes, lágrimas de pérdida y de orgullo…
Ojalá te pudiera decir cuántos más vas a cumplir, pero yo mismo no lo sé: en realidad, sólo tengo la certeza de que, si te toca, aquí estaré en 2011 como siempre, muy probablemente recordando más y más cosas y tratando de unirlas en un todo, labor bastante improbable de completar por cuanto no se puede resumir ese tiempo sin matar por aburrimiento al personal, es posible que tú incluida.
Vete a festejar, pues, como lo has decidido en este año: brinda como lo has venido haciendo el último titipuchal de años y cómprate algo muy bonito. Yo es que creo que la vida sí cumple lo que promete, es sólo que a veces no nos acomoda lo que nos da.
Que el día 26 empieza otra cuenta atrás..
Con mucho cariño,
Tu Cumpleaños.
Octubre 25, 2010
Lula querida,
Qué gusto tan grande, tan intenso, volverte a ver después de tanto tiempo. Me alegra especialmente que ahora se cumple una fecha tan, pero tan señalada, ¡mira que cumplir medio siglo!
Perdón, no quería abochornarte. O sacarte de onda, gran frase ésta, como pocas que surgieron en tu niñez y que hoy día se siguen usando casi con la misma frescura... Y qué vida ¿verdad, mi estimada? Qué vida esta… porque siempre serán más las cosas que no quieras o no puedas contar que aquellas que servirían para llenar tomos y tomos, intentando por todos los medios usar seudónimos, figuras retóricas y demás trucos para que el personal no se entere de que: a) vas a balconearlos, b) vas a balconearte, y c) las dos cosas. De aquellos días de televisión del tamaño de una consola, de baño maría en lugar de microondas y ropa arrugada rociada a mano vil, planchando con un total de… una sola temperatura; a estos días de pantallas led, lcd o plasma –que yo tampoco me entero de lo que son, ya ves-, aparatos para picar, moler, amasar, ¡computadoras! ¿Te acuerdas que siempre se perdía la pesa de la olla express? Mejor, que tú le tenías terrorcito… ¿y que conociste las bondades de una aspiradora hasta entrados los años ochenta?
Tú viviste el furor de la minifalda cuando todavía no tenías nada que lucir ¿a que no te imaginabas que la vida te regalaría unas piernas así de largas? Para cuando las criaturas de este siglo se ponen los hoy ‘super modernos’ pantalones a la cadera, tú ya los habías portado con orgullo ingenuo, con patas de elefante tan anchas que más bien parecían faldones, y envidiando que Griss tuviera tantos y tan bonitos.
No, no pienses que era malo envidiar. Envidiabas porque no era tuyo, o porque nunca lo sería. Y eso tiende a ser natural, porque también envidias las alas o las braquias, por muy poco guapas que te parezcan: y, siempre llegaba tu cumpleaños ¡el gran evento! Y ahí tu amá te compraba lo que quisieras, y te daban muchos regalos y éso. Más Navidad y Reyes, hasta que, claro, fueron balconeados. ‘Tons ya no tenía chiste.
En tu día han estado presentes y ausentes por igual, ya ves, la vida es quien decide; me gusta que lo tengas asumido y que hayas decidido, al fin, que hay que tratar a cada día como ambos se merecen, él y tú: que las angustias saben bien con tequila y los orgasmos… pues también. ¡Porque has amado mucho, oye! Loca, irresponsable, irremediable, interminable, intermitente, agobiada, diferente, completamente. Y no te quejarás de que no te hayan querido, que has tenido entre tus brazos sueños con acento alemán, con infinita paciencia, con alegría infantil, con la certeza de la primera vez de muchas cosas. Nada que te quitara el sueño lo suficiente, nada para película en blanco y negro con Bogart. Pero siempre habrá un brindis para ellos.
Porque en tu cumpleaños brindas, que siempre lo he sabido, porque las personas que necesitas casi tanto como respirar sigan a tu lado: el apá, el invencible pilar de toda tu vida adulta, los hermanos carnales ¡los reyes de tu corazoncito! Tu hermanote ¿se acordará de la foto titulada “Uf!”? Y aquella vez emocionante, con el Auditorio Nacional hasta los topes, teniendo que salir en silencio que el trabajo te reclamaba mientras el personal babeaba y tu hermanito se amarraba a una escoba y volaba lejos?¿Y es que existe una persona con la que cada salida, ya fuera al mercadito, a escuchar temitas o al megaevento no fuera sino divertida, entrañable e inolvidable? ¡Sí, tu hermanita! Lástima que te perdieras su viaje de regreso de luna de miel ¡habría estado de risa loca y no de pánico, lo sé!
Y los postizos, que fueron elegidos sin que tú te dieras cuenta porque, como dice aquél que dijo, tiene que haber de todo en este mundo: gente generosa, llena de luz y de devoción que te aceptan sin chistar con tus manías, tus paranoias, tus fantasías y tus decisiones, las en serio y las desequilibradas. Porque no tuviste voz ni voto en el día que se hizo noche, y brindas como siempre, en silencio, como si a través de la mente fuera posible conectar con ella y decirle que ya es otro año más, otro, y que es alucinante que ella no se haya perdido de nada y que todo, batacazos incluidos, ha valido la pena.
Ahora mismo te estoy abrazando: estás cumpliendo no un año más, sino varios años después de pensar que nunca conocerías a ésa persona que transformaría todo tu ser; o que nunca tendrías un trabajo tan estupendo, que te llenara tanto y, bueno, sí, con poco sueldo –a ver si encima ibas a ser tan exigente-; que nunca serías la actriz secundaria en un parto.
Me alegro mucho por ti. Me alegra que aunque sea una vez en tu vida hayas escrito un hijo, plantado un libro y tenido un árbol, y que hayas visto jugar a Pelé y a Maradona, que hayas comprado tu primer coche y tenido unos ovarios que sirvieron mientras sirvieron. Que hayas visto a Neil Armstrong y comprado todos esos discos de Neil Diamond. Que te hayas subido por primera vez a un avión con tu gordo; que hayas vivido las bodas de tu hermanote y tu hermanita como de los más grandes eventos de toda tu vida; me alegra que puedas disfrutar, sin distancia que valga, de la amistad de tanta gente que te ha acompañado en tantas andanzas, obras de teatro para los niños, conciertos maravillosos, viajes alucinantes, lágrimas de pérdida y de orgullo…
Ojalá te pudiera decir cuántos más vas a cumplir, pero yo mismo no lo sé: en realidad, sólo tengo la certeza de que, si te toca, aquí estaré en 2011 como siempre, muy probablemente recordando más y más cosas y tratando de unirlas en un todo, labor bastante improbable de completar por cuanto no se puede resumir ese tiempo sin matar por aburrimiento al personal, es posible que tú incluida.
Vete a festejar, pues, como lo has decidido en este año: brinda como lo has venido haciendo el último titipuchal de años y cómprate algo muy bonito. Yo es que creo que la vida sí cumple lo que promete, es sólo que a veces no nos acomoda lo que nos da.
Que el día 26 empieza otra cuenta atrás..
Con mucho cariño,
Tu Cumpleaños.
viernes, 15 de octubre de 2010
Festejos -entre la 2 y la 3. Toledo
Una de las muchísimas ventajas de ir cumpliendo años, es que puedes hacer realidad cualquier cantidad de oscuros deseos: siempre se puede achacar a la edad que te salgan barbaridades vocales, incluso ruidos extraños, y te puedes dar el lujo de pasar olímpicamente del personal si tu atuendo te gusta a ti y sólo a ti. Que sí, que hay quien lo hace desde siempre, pero yo no fui de ésas, qué le vamos a hacer. ¿Que no combina? Y qué. ¿Que suena ligeramente antiguo? Y qué-y qué.
Sé que no puedes evitar la multa por exceso de velocidad alegando que si no llegas pronto igual se te olvida adónde carambas ibas, pero una, con irreverente nueva edad, puede intentarlo, aunque a ver si la respuesta es una ida sin escalas al centro de salud en lugar de al destino final. Y que Memorias de una Pulga pudiera no ser considerado como lectura ligera, pero ahí el truco es que nadie te cache. O si sientes que no tienes la condición física, pero decides que sí te puedes pegar una paliza andando todo un día por un lugar hermoso, pues bienvenidos sean los dolores musculares, agujetas por aquí.
Y otra cosa emocionante es que veas a las amigas que no tienes cerca, aunque sea un ratito, y puedas fungir de guía turística... para las dos.
Me explico: vivo en las Europas ¿no? De perdida tendría que conocer lo más básico ¿no? Debería poder recitar casi de memoria nombres y lugares de este país ¿no? Pos no, pa'qué más que la verdad. Allá en el siglo pasado, mi suegra me llevó a pasear a pie -y bueno, es que de otra manera no se puede- a Toledo, enseñándome lo que no se ve en rutas turísticas y abriéndome los ojos a sus historias de cuando la guerra; luego, cada cuenta-gotas vez que me caía alguien de las Américas, era visita obligada: dado lo pequeño del pueblo, lo lógico era no sólo no perderse, sino hacerlo con los ojos cerrados.
Oh, jaja, jajajojojojojajaja, jajajajojojojajajajaaaaaaaaa
Pero esta última visita salió muy bien, requete bien, de hecho. Resulta que Emi viene de primera vez, se pasa dos semanas locas visitando los más países posibles, caminando horas y babeando más, y me dedica a mí un día, para que nos vayamos como dos adolescentes con mochila a perdernos. Y le apetecía un montón Toledo, lugar de este hermoso país donde el pan de los hot dogs viene cerrado y el bimbo se vende sin orilla.
Gracias por tu paciencia, amiga: mira que ofrecerte el paseo en coche y luego aparecer sin él -las llantas rompieron su romance con la carretera... pero valió la pena probar el Alta Velocidad ¿no? Y luego todas mis lagunas... ¡Si es que parecía que hasta me lo habían cambiado de lugar el dichoso Toledo! Gracias a los dioses es pequeño, circular y está en alto, de modo que sólo era cosa de caminar para arriba como burros con carga, y luego bajar cuidando la velocidad, no fuera que agarráramos carrera y termináramos haciendo chuza contra algo o alguien. Las calles son tan angostas, tan angostas, que se camina más seguro uno detrás del otro para no sentir que tenemos que torear a los coches, aunque en realidad están en mayoría estacionados que circulando. Todo es empedrado, calles y la mayoría de las casas y si subes la mirada te saludan balcones de madera y cristal y tiestos con flores de un rojo tan intenso que parecen pintadas a mano.
Ahí sentadas en la Plaza de Zocodover (es que tenía que escribirlo, me encanta cómo suena), reviviendo tiempos no tan lejanos pero sí con telarañas, estuvimos poniéndonos al día hasta que la garganta pidió auxilio y no a gritos; riendo como locas con montones de recuerdos de épocas en que los hijos eran ni más ni menos que éso, hijos -que ahora son entes independientes cuya suprema inteligencia e intuición nos hacen ver constantemente lo ignorantes e inútiles que somos sus madres; ¡si hasta el día estuvo radiante, a ver! Primero metidas en un Museo del Ejército, muy guapo sí, muchas espadas y armaduras y pelucas, pero fuera se estaba mejor, con permiso. ¿Cuánto caminamos? Horas: favor de recordar que Toledo se compone, o eso parece cuando llegas, de pequeñas cuestas y callejones, y cuando ya llevas un rato, todo parecen subidas tipo el Everest. Y también nos emocionamos: favor de recordar que nuestra amistad inició como las clásicas madres de escuelita privada cuyos hijos están en el mismo salón (que luego saliéramos consuegras a esa temprana edad sólo le vino a dar más sabor al caldo). Intercambiamos nuevas opiniones -que no crecemos en vano, no, que nuestras vidas han ido un poco como Toledo, para arriba y para abajo. Ahhh, y nos sorprendimos la una a la otra, primero porque compartimos vitalidad, luego porque tenemos muchas ganas de hacer muchas cosas. ¡Qué bien viene eso cuando estamos de festejos de este lado del charco!
Lamento que no lo esté pasando bien con respecto a las otras. Yo he sentido eso en mis carnes (ya, bueno, se acaban de reír y sigo; es que es una expresión que también me gusta usar, charros) y es más bien feo. A nadie le gusta sentirse separado de un grupo al que quiere entrañablemente, y más si las razones ni siquiera son muy claras, o no tienen nada que ver con una. Y no se vale decir que las cosas son como son, o que ya pasará, o que para todo tiene que haber una razón: el sentimiento es ése, y no se quita como apagando un botón. Yo sólo espero que la cosa mejore, que se metan en el baúl las malas vibras y que todo se retome de la mejor manera.
Mientras, espero que se lleve en la memoria (ambas cabeza y cámara de fotos, of course) un recuerdo especial como el que a mí me ha dejado. Porque todas las visitas son distintas, el lazo que nos une porque hablamos con el mismo acento, o decimos las mismas babosadas, se matiza y profundiza porque compartimos cosas y gente, pero cada quien tiene su lugar. En esta ocasión, solemne por los festejos quincua..narios, o como se diga, le tocó a Emi.
Seguimos de celebración. Aquí nada más consta en actas.
Sé que no puedes evitar la multa por exceso de velocidad alegando que si no llegas pronto igual se te olvida adónde carambas ibas, pero una, con irreverente nueva edad, puede intentarlo, aunque a ver si la respuesta es una ida sin escalas al centro de salud en lugar de al destino final. Y que Memorias de una Pulga pudiera no ser considerado como lectura ligera, pero ahí el truco es que nadie te cache. O si sientes que no tienes la condición física, pero decides que sí te puedes pegar una paliza andando todo un día por un lugar hermoso, pues bienvenidos sean los dolores musculares, agujetas por aquí.
Y otra cosa emocionante es que veas a las amigas que no tienes cerca, aunque sea un ratito, y puedas fungir de guía turística... para las dos.
Me explico: vivo en las Europas ¿no? De perdida tendría que conocer lo más básico ¿no? Debería poder recitar casi de memoria nombres y lugares de este país ¿no? Pos no, pa'qué más que la verdad. Allá en el siglo pasado, mi suegra me llevó a pasear a pie -y bueno, es que de otra manera no se puede- a Toledo, enseñándome lo que no se ve en rutas turísticas y abriéndome los ojos a sus historias de cuando la guerra; luego, cada cuenta-gotas vez que me caía alguien de las Américas, era visita obligada: dado lo pequeño del pueblo, lo lógico era no sólo no perderse, sino hacerlo con los ojos cerrados.
Oh, jaja, jajajojojojojajaja, jajajajojojojajajajaaaaaaaaa
Pero esta última visita salió muy bien, requete bien, de hecho. Resulta que Emi viene de primera vez, se pasa dos semanas locas visitando los más países posibles, caminando horas y babeando más, y me dedica a mí un día, para que nos vayamos como dos adolescentes con mochila a perdernos. Y le apetecía un montón Toledo, lugar de este hermoso país donde el pan de los hot dogs viene cerrado y el bimbo se vende sin orilla.
Gracias por tu paciencia, amiga: mira que ofrecerte el paseo en coche y luego aparecer sin él -las llantas rompieron su romance con la carretera... pero valió la pena probar el Alta Velocidad ¿no? Y luego todas mis lagunas... ¡Si es que parecía que hasta me lo habían cambiado de lugar el dichoso Toledo! Gracias a los dioses es pequeño, circular y está en alto, de modo que sólo era cosa de caminar para arriba como burros con carga, y luego bajar cuidando la velocidad, no fuera que agarráramos carrera y termináramos haciendo chuza contra algo o alguien. Las calles son tan angostas, tan angostas, que se camina más seguro uno detrás del otro para no sentir que tenemos que torear a los coches, aunque en realidad están en mayoría estacionados que circulando. Todo es empedrado, calles y la mayoría de las casas y si subes la mirada te saludan balcones de madera y cristal y tiestos con flores de un rojo tan intenso que parecen pintadas a mano.
Ahí sentadas en la Plaza de Zocodover (es que tenía que escribirlo, me encanta cómo suena), reviviendo tiempos no tan lejanos pero sí con telarañas, estuvimos poniéndonos al día hasta que la garganta pidió auxilio y no a gritos; riendo como locas con montones de recuerdos de épocas en que los hijos eran ni más ni menos que éso, hijos -que ahora son entes independientes cuya suprema inteligencia e intuición nos hacen ver constantemente lo ignorantes e inútiles que somos sus madres; ¡si hasta el día estuvo radiante, a ver! Primero metidas en un Museo del Ejército, muy guapo sí, muchas espadas y armaduras y pelucas, pero fuera se estaba mejor, con permiso. ¿Cuánto caminamos? Horas: favor de recordar que Toledo se compone, o eso parece cuando llegas, de pequeñas cuestas y callejones, y cuando ya llevas un rato, todo parecen subidas tipo el Everest. Y también nos emocionamos: favor de recordar que nuestra amistad inició como las clásicas madres de escuelita privada cuyos hijos están en el mismo salón (que luego saliéramos consuegras a esa temprana edad sólo le vino a dar más sabor al caldo). Intercambiamos nuevas opiniones -que no crecemos en vano, no, que nuestras vidas han ido un poco como Toledo, para arriba y para abajo. Ahhh, y nos sorprendimos la una a la otra, primero porque compartimos vitalidad, luego porque tenemos muchas ganas de hacer muchas cosas. ¡Qué bien viene eso cuando estamos de festejos de este lado del charco!
Lamento que no lo esté pasando bien con respecto a las otras. Yo he sentido eso en mis carnes (ya, bueno, se acaban de reír y sigo; es que es una expresión que también me gusta usar, charros) y es más bien feo. A nadie le gusta sentirse separado de un grupo al que quiere entrañablemente, y más si las razones ni siquiera son muy claras, o no tienen nada que ver con una. Y no se vale decir que las cosas son como son, o que ya pasará, o que para todo tiene que haber una razón: el sentimiento es ése, y no se quita como apagando un botón. Yo sólo espero que la cosa mejore, que se metan en el baúl las malas vibras y que todo se retome de la mejor manera.
Mientras, espero que se lleve en la memoria (ambas cabeza y cámara de fotos, of course) un recuerdo especial como el que a mí me ha dejado. Porque todas las visitas son distintas, el lazo que nos une porque hablamos con el mismo acento, o decimos las mismas babosadas, se matiza y profundiza porque compartimos cosas y gente, pero cada quien tiene su lugar. En esta ocasión, solemne por los festejos quincua..narios, o como se diga, le tocó a Emi.
Seguimos de celebración. Aquí nada más consta en actas.
lunes, 11 de octubre de 2010
Festejos, parte 2
Las opciones de celebrar tan dichoso acontecimiento empezaron a reducirse cada vez más y más, conforme avanzaban los meses y bajaban las finanzas, mira qué combinación más murphiana; pensé que podría cambiar de guardarropa, o de sofás (que a gritos lo piden ambos), y al final sólo voy a cambiar de aire, que no es moco de pavo, habida cuenta de que, aunque gratis hasta las puñaladas -mi apá dixit-, aquí directamente no había manera de conseguir cruzar ese pequeño charco de violín.
Aunque he estado meses preguntándome cómo iría a festejarlo, también confieso que me he preguntado cómo no lo fastidiaría, repasando mentalmente que no hace falta contarme las arrugas, vamos, ni las medidas, que despúes de todo aún sigo midendo 1,69, ¿no? Pues ya con eso. Luego: aquí no es lo mismo. Aquí no se va a Sanborns por un pastel ya fuera encargado o en el último minuto, aquí se va al Corte Inglés y se deja de señal un riñón; mi ambiente es de pocas –buenas, muy buenas- amigas pero no de las que se van a la fiesta y dejan al marido y a los chamacos que se hagan bolas solitos, y para qué me hago la loca: me hace falta la familia, toda ella, la consanguínea y la postiza. Así que se me ocurrió simplemente empezar otra decena respirando los grises aires londinenses, comprándome una taza que diga “I-corazón-London” y un llavero, y regalándome la cara de mi hija cuando se empiece a comprar cosita tras cosita… en los mercadillos, que de Harrod’s sólo veremos escaparates.
Me voy a dar otro tipo de regalos, supongo: en estos momentos en que un curriculum en mis manos vale menos que un billete con Cuauhtémoc, quisiera sentir que llegan las horas en que las decisiones más trascendentales tengan que ver algo más que con el número de días que me tardo en cambiar las toallas en casa; como que decir ‘no, gracias, no me apetece’ o ‘no, gracias, en otra ocasión’ no conlleven sentimiento de culpa… ¡que no es muy seguido, aclaro! Decidir, con plena conciencia, que aunque sigan habiendo piedras en el camino, baches, hoyos o banquetas malhechas, yo ya estaré más allá de todo eso, por la sencilla razón de que todos los trancazos ya me los he dado. Y tomando en cuenta que mis huesos ya avisan mejor del clima que los noticieros, espero y confío que me permitan seguir bailando las rolas de los ochenta que tanto me gustan, o hacer malabares nocturnos, o ponerme traje de baño sin sentir que me fugado del museo de Antropología.
Después de todos estos años disfrutando y presumiendo de vista de águila, naturalmente mis ojitos soñadores me avisan que se están empezando a cansar después de haber leído millones de revistas –desde Lágrimas y Risas hasta Cosmopolitan, pasando por Muy Interesante, Mad o la Pequeña lulú, además de cientos de repasos a las Selecciones de mediados del siglo pasado, oh, sí-, miles de libros, obligada en la escuela y fascinada en casa, encontrando al gurú Stephen King y acompañándole 42 obras después. Una vez leí que se puede vivir sin sexo, pero no sin gafas… ya veremos.
Sigo y seguiré temiendo a los avechuchos, a los animales que reptan tipo lombriz o culebra, o que brincan tipo saltamontes –que aquí hay ¡muchos! en primavera y verano-;y cumpliré los que cumplo y los que queden sin ver ésa escena de “El Exorcista” donde el chamuco pasa a ocupar al buen cura: simplemente no quiero verla, y por lo mismo no creo que pueda. Seguiré fantaseando, que es gratis; y seguiré prefiriendo unos buenos molletes con café a la más sibarita de las ensaladas. Una sesión de fuegos artificiales; noches de velas; desodorante de bolita; si es que da igual, eso ya no va a cambiar.
La temporada de festejos de Lula por cumplir un chingo de años ha empezado sin planear, trabajando con chamacos igual que hace varios lustros. Termina la veda.
Aunque he estado meses preguntándome cómo iría a festejarlo, también confieso que me he preguntado cómo no lo fastidiaría, repasando mentalmente que no hace falta contarme las arrugas, vamos, ni las medidas, que despúes de todo aún sigo midendo 1,69, ¿no? Pues ya con eso. Luego: aquí no es lo mismo. Aquí no se va a Sanborns por un pastel ya fuera encargado o en el último minuto, aquí se va al Corte Inglés y se deja de señal un riñón; mi ambiente es de pocas –buenas, muy buenas- amigas pero no de las que se van a la fiesta y dejan al marido y a los chamacos que se hagan bolas solitos, y para qué me hago la loca: me hace falta la familia, toda ella, la consanguínea y la postiza. Así que se me ocurrió simplemente empezar otra decena respirando los grises aires londinenses, comprándome una taza que diga “I-corazón-London” y un llavero, y regalándome la cara de mi hija cuando se empiece a comprar cosita tras cosita… en los mercadillos, que de Harrod’s sólo veremos escaparates.
Me voy a dar otro tipo de regalos, supongo: en estos momentos en que un curriculum en mis manos vale menos que un billete con Cuauhtémoc, quisiera sentir que llegan las horas en que las decisiones más trascendentales tengan que ver algo más que con el número de días que me tardo en cambiar las toallas en casa; como que decir ‘no, gracias, no me apetece’ o ‘no, gracias, en otra ocasión’ no conlleven sentimiento de culpa… ¡que no es muy seguido, aclaro! Decidir, con plena conciencia, que aunque sigan habiendo piedras en el camino, baches, hoyos o banquetas malhechas, yo ya estaré más allá de todo eso, por la sencilla razón de que todos los trancazos ya me los he dado. Y tomando en cuenta que mis huesos ya avisan mejor del clima que los noticieros, espero y confío que me permitan seguir bailando las rolas de los ochenta que tanto me gustan, o hacer malabares nocturnos, o ponerme traje de baño sin sentir que me fugado del museo de Antropología.
Después de todos estos años disfrutando y presumiendo de vista de águila, naturalmente mis ojitos soñadores me avisan que se están empezando a cansar después de haber leído millones de revistas –desde Lágrimas y Risas hasta Cosmopolitan, pasando por Muy Interesante, Mad o la Pequeña lulú, además de cientos de repasos a las Selecciones de mediados del siglo pasado, oh, sí-, miles de libros, obligada en la escuela y fascinada en casa, encontrando al gurú Stephen King y acompañándole 42 obras después. Una vez leí que se puede vivir sin sexo, pero no sin gafas… ya veremos.
Sigo y seguiré temiendo a los avechuchos, a los animales que reptan tipo lombriz o culebra, o que brincan tipo saltamontes –que aquí hay ¡muchos! en primavera y verano-;y cumpliré los que cumplo y los que queden sin ver ésa escena de “El Exorcista” donde el chamuco pasa a ocupar al buen cura: simplemente no quiero verla, y por lo mismo no creo que pueda. Seguiré fantaseando, que es gratis; y seguiré prefiriendo unos buenos molletes con café a la más sibarita de las ensaladas. Una sesión de fuegos artificiales; noches de velas; desodorante de bolita; si es que da igual, eso ya no va a cambiar.
La temporada de festejos de Lula por cumplir un chingo de años ha empezado sin planear, trabajando con chamacos igual que hace varios lustros. Termina la veda.
jueves, 7 de octubre de 2010
Festejos, parte 1
Houston, no tenemos un problema. Empezamos la cuenta atrás y la mezcla de sensaciones tiene algo de normal, de obligada, de espontánea y de impredecible. Todo lo anterior, además, mezclado con una extraña alegría y la necesidad imperiosa de soltar lo que mi cerebro genera hora tras hora, de día y de noche. Me gusta mucho la idea de cumplir años. Y me gusta que sean 50. Pero también me deja un poco aterrada, por no decir alelada, a ver.
¿Por qué no iba a poder contabilizar lo bueno y lo malo? ¿Porque aburro al personal? Queda todo el mundo relevado de enterarse de mis desvaríos sin resentimientos; ¿o quizá porque pocos lo entenderían? Aplica el mismo principio de antes: o, como me hizo notar mi amiga González, porque empiezan y parece que nunca acaban. Pues más de lo mismo. Por alguna razón más bien animal, algo en mis tripas que no tiene nada que ver con estreñimiento o los dolores menstruales, me avisa que es hora de hacerlo, y es más, que hay que hacerlo; la razón o razones no quedan claras, y no tengo ganas de hurgar a ver si les hallo orden y concierto.
El concepto principalmente aplica como un flash, así de instantáneo pero bien intenso y en panavision, hacia aquellas memorables fiestas de cumpleaños con niños que no volví a ver y adultos con peinados de cubeta y corbatas delgaditas; o las mini-olimpiadas que nos montamos las de este lado contra las del otro lado de la 3 y que nosotras, las de 'este', les partimos su mandarina en gajos; que había mucho humo y mi amá nos sacó de la cama en plena noche; o cuando me avisó mi apá, a las altas de la madrugada, que 'ya nació, hija, ya nació'. El Topo bailando a Billy Preston... los muñequitos en columpios que había en casa de mi abues... el olor de mi Osi, su manta blanca con rayas azul claro, y mis lágrimas cuando la chacha lo tiró al tomarlo por trapo viejo; el día que la agria profesora de mecanografía me exhibió delante de mis compañeras porque yo tenía... ya no importa, sólo prometí que yo jamás trataría a nadie así; ahhh, los veintiunos, que cambiábamos por besos en lo oscuro, en lo lejos, y muchas, muchas veces en sueños porque el guapo jamás pondría sus guapos ojos en servidora... o el día que le dieron una pedrada en la frente a mi hermanote, y todos llorábamos como si lo mismo a nosotros, mientras mi amá llegaba, descalza y sofocada, a saber qué le dijeron que parecía viento caliente... ese día que la olla express redecoró la cocina en tono frijol bayo y a mí me metió un susto en el cuerpo que no se me quitó sino hasta hace bien poco... Javier 'el Güero' diciendo que la profesión de músico era para vagos -para luego forrarse de y con los garibaldis, cielos-; ¡las trenzas de Martha!; los domingos de arroz con mole en casa de la abue Lupe -arroz con un huevo y un tequila para mi abue Poncho-; a Jesús depilándome las cejas, escogiéndome la ropa, acompañándome a recibir mi diploma; la vez que hice coros ¡sí! Pero, ¿era Manhattan o Cherry?; y esas llamadas del apá: ¡Tacos! Y corriendo a la parada para luego visitar a Neo, o a las gorditas de frijoles del local de al lado... el Kabubi, el Chilaquil, el Topo y el Pomponio; la Burbuja; el Huevo y su hermana la Hueva; su primo Miguel el Vampiro; Cheji y el Porón; el Cambujo y el Sebas...
Que no es igual decir que he visto y he vivido cosas alucinantes. Y me da exactamente igual si opinan que las 15 temporadas de Urgencias no lo son, que a estas alturas de la película... Ahora, que si me pongo seria, las cosas saldrían a borbotones, verás: vi agonizar a mi abue, o cómo removían escombros de “El Cisne”; o cómo mis cosas, envueltas en cobijas, se quedaban en la puerta...este...¿me han seducido, o era esto lo que quería desde el principio?; pesadillas tras la última escena de Carrie -sí, sí, la manita ésa que sale de entre las piedras. O cuando quise sacar previa 'mordida' unas actas de nacimiento y luego tuve que huir, dar el auténtico esquinazo, al cretino que se quería cobrar a lo chino ¡si me siguió hasta mi casa, allá en Montiel! Auch, cuando el mayor de los Ornelas se rajó el brazo, contra una ventana: todos mirábamos como estúpidos la ventana rota y los pedacitos de carne y vidrio que quedaron colgados...
Recuerdo con precisión acalambrante el momento en me dijeron que me querían y era verdad, y cuando me dijeron que ya no me querían y también era verdad. Me pregunto si mis biógrafos recordarán esa peda monumental en Monterrey con Caifanes, porque yo la recuerdo bien clarita, y ¿por qué diablos iba a ser importante para mi memoria el día en que tuve mi primer CD en mis manos? Ni idea, pero es así. A ver, si la primera vez que me senté ante una pantalla de ordenador ¡no sabía ni encenderlo! Estuve fingiendo demencia durante varios días, tomando nota mental hasta que finalmente aprendí lo más básico. Por eso cuando me dieron las instrucciones de mi primera cuenta en hotmail -por supuesto, alguien la abrió por mí-, yo tomé nota concisa de todo, pero luego me dio vergüenza preguntar qué, en nombre de los dioses, era eso de hotmail...
Hoy me divido entre lo que quiero que viva mi heredera por ella misma y todo lo que le querría evitar: que le rompan el corazón, o algún hueso -y no, ya ven, dos se ha roto en su corta vida-; que no se sienta nunca desengañada, decepcionada, desesperada; que la vida, selectiva ella, la premie con todo lo bueno y dulce y completo que pueda haber. Y en cambio me sulfuro ante el área de desastre que es su recámara, olvidando por completo que la mía, en su tiempo, hacía que los bombardeos a Londres parecieran Chapultepec en domingo. No recuerdo mi primer día de trabajo, pero sí la emoción, durante 14 días, de que iba a ganar una millonada... misma que se evaporó el día 15, en más o menos 10 minutos, tras gastármelo todo en un león de peluche, lo único para lo que me alcanzó. Y el de ella, más su primer sueldo, se quedan indelebles en mi memoria.
Así es como una festeja, supongo. Ahora que hay tanto que recordar y plasmar... y sólo acaba de empezar. A ver lo que dura.
¿Por qué no iba a poder contabilizar lo bueno y lo malo? ¿Porque aburro al personal? Queda todo el mundo relevado de enterarse de mis desvaríos sin resentimientos; ¿o quizá porque pocos lo entenderían? Aplica el mismo principio de antes: o, como me hizo notar mi amiga González, porque empiezan y parece que nunca acaban. Pues más de lo mismo. Por alguna razón más bien animal, algo en mis tripas que no tiene nada que ver con estreñimiento o los dolores menstruales, me avisa que es hora de hacerlo, y es más, que hay que hacerlo; la razón o razones no quedan claras, y no tengo ganas de hurgar a ver si les hallo orden y concierto.
El concepto principalmente aplica como un flash, así de instantáneo pero bien intenso y en panavision, hacia aquellas memorables fiestas de cumpleaños con niños que no volví a ver y adultos con peinados de cubeta y corbatas delgaditas; o las mini-olimpiadas que nos montamos las de este lado contra las del otro lado de la 3 y que nosotras, las de 'este', les partimos su mandarina en gajos; que había mucho humo y mi amá nos sacó de la cama en plena noche; o cuando me avisó mi apá, a las altas de la madrugada, que 'ya nació, hija, ya nació'. El Topo bailando a Billy Preston... los muñequitos en columpios que había en casa de mi abues... el olor de mi Osi, su manta blanca con rayas azul claro, y mis lágrimas cuando la chacha lo tiró al tomarlo por trapo viejo; el día que la agria profesora de mecanografía me exhibió delante de mis compañeras porque yo tenía... ya no importa, sólo prometí que yo jamás trataría a nadie así; ahhh, los veintiunos, que cambiábamos por besos en lo oscuro, en lo lejos, y muchas, muchas veces en sueños porque el guapo jamás pondría sus guapos ojos en servidora... o el día que le dieron una pedrada en la frente a mi hermanote, y todos llorábamos como si lo mismo a nosotros, mientras mi amá llegaba, descalza y sofocada, a saber qué le dijeron que parecía viento caliente... ese día que la olla express redecoró la cocina en tono frijol bayo y a mí me metió un susto en el cuerpo que no se me quitó sino hasta hace bien poco... Javier 'el Güero' diciendo que la profesión de músico era para vagos -para luego forrarse de y con los garibaldis, cielos-; ¡las trenzas de Martha!; los domingos de arroz con mole en casa de la abue Lupe -arroz con un huevo y un tequila para mi abue Poncho-; a Jesús depilándome las cejas, escogiéndome la ropa, acompañándome a recibir mi diploma; la vez que hice coros ¡sí! Pero, ¿era Manhattan o Cherry?; y esas llamadas del apá: ¡Tacos! Y corriendo a la parada para luego visitar a Neo, o a las gorditas de frijoles del local de al lado... el Kabubi, el Chilaquil, el Topo y el Pomponio; la Burbuja; el Huevo y su hermana la Hueva; su primo Miguel el Vampiro; Cheji y el Porón; el Cambujo y el Sebas...
Que no es igual decir que he visto y he vivido cosas alucinantes. Y me da exactamente igual si opinan que las 15 temporadas de Urgencias no lo son, que a estas alturas de la película... Ahora, que si me pongo seria, las cosas saldrían a borbotones, verás: vi agonizar a mi abue, o cómo removían escombros de “El Cisne”; o cómo mis cosas, envueltas en cobijas, se quedaban en la puerta...este...¿me han seducido, o era esto lo que quería desde el principio?; pesadillas tras la última escena de Carrie -sí, sí, la manita ésa que sale de entre las piedras. O cuando quise sacar previa 'mordida' unas actas de nacimiento y luego tuve que huir, dar el auténtico esquinazo, al cretino que se quería cobrar a lo chino ¡si me siguió hasta mi casa, allá en Montiel! Auch, cuando el mayor de los Ornelas se rajó el brazo, contra una ventana: todos mirábamos como estúpidos la ventana rota y los pedacitos de carne y vidrio que quedaron colgados...
Recuerdo con precisión acalambrante el momento en me dijeron que me querían y era verdad, y cuando me dijeron que ya no me querían y también era verdad. Me pregunto si mis biógrafos recordarán esa peda monumental en Monterrey con Caifanes, porque yo la recuerdo bien clarita, y ¿por qué diablos iba a ser importante para mi memoria el día en que tuve mi primer CD en mis manos? Ni idea, pero es así. A ver, si la primera vez que me senté ante una pantalla de ordenador ¡no sabía ni encenderlo! Estuve fingiendo demencia durante varios días, tomando nota mental hasta que finalmente aprendí lo más básico. Por eso cuando me dieron las instrucciones de mi primera cuenta en hotmail -por supuesto, alguien la abrió por mí-, yo tomé nota concisa de todo, pero luego me dio vergüenza preguntar qué, en nombre de los dioses, era eso de hotmail...
Hoy me divido entre lo que quiero que viva mi heredera por ella misma y todo lo que le querría evitar: que le rompan el corazón, o algún hueso -y no, ya ven, dos se ha roto en su corta vida-; que no se sienta nunca desengañada, decepcionada, desesperada; que la vida, selectiva ella, la premie con todo lo bueno y dulce y completo que pueda haber. Y en cambio me sulfuro ante el área de desastre que es su recámara, olvidando por completo que la mía, en su tiempo, hacía que los bombardeos a Londres parecieran Chapultepec en domingo. No recuerdo mi primer día de trabajo, pero sí la emoción, durante 14 días, de que iba a ganar una millonada... misma que se evaporó el día 15, en más o menos 10 minutos, tras gastármelo todo en un león de peluche, lo único para lo que me alcanzó. Y el de ella, más su primer sueldo, se quedan indelebles en mi memoria.
Así es como una festeja, supongo. Ahora que hay tanto que recordar y plasmar... y sólo acaba de empezar. A ver lo que dura.
martes, 21 de septiembre de 2010
Nada de miedo
Allá por la Edad Media, más o menos a principios de los setenta, tras un examen que sólo se puede resumir como una especie de ojeada que debería parecer profesional a los ojos de una escuincla, un doctor que igual y tenía sólo media hora de haberse titulado va y me informa con cero bombo y platillo que mi corazón era más grande de lo normal: así, sin escalas y sin decirme si eso era malo, bueno, o todo lo contrario. Pues no debió de ser nada, porque el susodicho 'examen' era para dar el visto bueno a las que queríamos jugar volleyball.
Nadie desde entonces me ha dicho nada más de mi corazón. Así que supongo que sí que lo tengo más grande de lo que debería, porque me siguen engatusando los vendedores, timadores, listillos y demás bípedos. Hoy me siguen emocionando ET o cualquiera de El Padrino -ya ven, una es multifunciones-, o me entraban las de cocodrilo con mi apá en el zócalo en la ceremonia de la bandera. O si veía mucho rato a Paul Newman. O si me acordaba de Aquél.
Veamos: allá en el jurásico, el muy honorable y cascarrabias doctor Cárdenas nos atendía catarros y sustos, el clásico doctor que vivía cerca de casa, con su consulta siempre hasta el bote; pero nosotros no éramos de fiebres y esas cosas. Ah, pero habían otros doctores, unos a los que nunca les puse rostro pero que existían, y recuerdo que mi amá se arreglaba como para ir a una fiesta cada vez que iba a consulta. Doctores especialistas en cosas que yo no tenía ni idea porque no me contaban nada... y como mi amá se volvió una maestra en el arte de no mostrar lo mal que se sentía, más bien parecía que se iba a tomar un café con las amigas (¡con peluca! ¿dónde están sus pelucas?) que a seguir un tratamiento el cual, aquí y ahora declaro, no tengo la menor idea de si le sirvió para algo.
Cuando nació mi primogénita resultaba que era la primera vez que dormía en un hospital como paciente, y puesto que no se me podía considerar como enferma de algo, como no fuera de locura transitoria cuando pensé que éso no dolía, pues no sé hasta donde cuenta. Así que si me hubieran dicho que la siguiente vez que dormiría en un hospital sería en terapia intensiva, que le debería la vida al I.M.S.S... cielos, igual me da un ataque de risa histérica.
Y es que no fue sino hasta el último momento cuando accedí, que ya estaba a punto de descalificarme por cansancio, a que un doctor me viera, seguida en fila india por mi hermanita y entrando con muy poco ánimo a las urgencias de Tlaneyork -hasta tuve que hacerme la loca cuando unos chatos ensangrentados exigieron a gritos que les atendieran a ellos primero ¿qué no habían visto que llegaron antes que yo? Ni caso. Y mientras los descerebrados gritaban que estaban vulnerando sus derechos, la máquina que debía contar mi glucosa se declaraba incompetente, vamos, que la lectura era tan alta, tan estúpidamente alta que no la podía registrar... y ahí te voy a mi clínica. Eran más de las 11 de la noche, era Semana Santa y yo estaba china libre ¡me esperaban cuatro días de tumbing! La doctora que me recibió me hizo tan poquito caso que pensé que pasaría ahí un buen rato, urgencias estaba a reventar y que lo mío no llamaría la atención de nadie: imaginarse mi sorpresa cuando me pasan a “observación”, me observan más o menos 12 minutos y me llevan ¡en chinga! a Terapia Intensiva... ya los míos hasta se habían ido a dormir...
Cinco días en blanco y negro, es decir, a veces sabiendo pero mayormente no enterándome de nada, mientras estas personas cumplían con su trabajo, evitando día y noche lo que nadie como mi hermanita sabe describir, esto es, que me cargaran los payasos. Les odiaba con odio jarocho cuando me sacaban sangre -auténtica tortura china, mis niños: no de la vena, sino de una arteria ¡y dos veces al día, la madre que les parió!-; les aluciné en panavisión cuando no me pude duchar -una lucha de gigantes ésa, por cierto: ya que había cogido valor suficiente para entrar en ese cuarto, resultaba que si no había otra fémina que me acompañara nomás no iba; porque ¿mi hermanito? Eso era impensable, cielos-. Y tampoco me daban mucha información: no entendía por qué se me borraba todo el tiempo la vista, o se me dormía la lengua, o lo que carambas significaba 'hiperosmolar'. Pero me daban baños de esponja, me hacían compañía. Se quedaban pendientes de mi si me quedaba demasiado pensativa, que las camas a mi lado se ocupaban y se vaciaban, se ocupaban y se vaciaban, y yo ni trazas de moverme de allí...
Pero sí me moví. Me mandaron a planta, a una cama con vistas al Periférico y rodeada de mujeres que, alucino, eran de mi edad, incluso menores, pero que estaban bien jodidas pues no se cuidaban en absoluto. Miedo. Ahí me cayeron las visitas. Maravilla. Mi familia ya pudo dormir de un tirón. Paz. Y dos días después a casa, con una receta, un par de jeringas y una explicación de más o menos 30 segundos de cómo tendría a partir de entonces que cuidarme. Si lo bueno es que sólo tendré que hacerlo de por vida... me hubiera dado algo si hubiera tenido que ser por 50 años o así... porque para alguien que no soportaba ver una aguja, mucho menos un pinchazo, sé que lo hubiera llevado fatal.
Los festejos se han sucedido desde entonces, los resultados de los análisis han sido buenos -mi endocrina sólo dice 'estupenda, estás estupenda, esto es estupendo', así que o debe de serlo o la señora no tiene mucho vocabulario, y me inclino a lo primero, a ver. Y así camino hacia el mes de octubre. Este octubre. Con mi hermosa, delicada, algo floja y bien sexy barriguita en vías de convertirse en colador, pero ¡porque puedo hacerlo! Triste sería que no.
Nadie desde entonces me ha dicho nada más de mi corazón. Así que supongo que sí que lo tengo más grande de lo que debería, porque me siguen engatusando los vendedores, timadores, listillos y demás bípedos. Hoy me siguen emocionando ET o cualquiera de El Padrino -ya ven, una es multifunciones-, o me entraban las de cocodrilo con mi apá en el zócalo en la ceremonia de la bandera. O si veía mucho rato a Paul Newman. O si me acordaba de Aquél.
Veamos: allá en el jurásico, el muy honorable y cascarrabias doctor Cárdenas nos atendía catarros y sustos, el clásico doctor que vivía cerca de casa, con su consulta siempre hasta el bote; pero nosotros no éramos de fiebres y esas cosas. Ah, pero habían otros doctores, unos a los que nunca les puse rostro pero que existían, y recuerdo que mi amá se arreglaba como para ir a una fiesta cada vez que iba a consulta. Doctores especialistas en cosas que yo no tenía ni idea porque no me contaban nada... y como mi amá se volvió una maestra en el arte de no mostrar lo mal que se sentía, más bien parecía que se iba a tomar un café con las amigas (¡con peluca! ¿dónde están sus pelucas?) que a seguir un tratamiento el cual, aquí y ahora declaro, no tengo la menor idea de si le sirvió para algo.
Cuando nació mi primogénita resultaba que era la primera vez que dormía en un hospital como paciente, y puesto que no se me podía considerar como enferma de algo, como no fuera de locura transitoria cuando pensé que éso no dolía, pues no sé hasta donde cuenta. Así que si me hubieran dicho que la siguiente vez que dormiría en un hospital sería en terapia intensiva, que le debería la vida al I.M.S.S... cielos, igual me da un ataque de risa histérica.
Y es que no fue sino hasta el último momento cuando accedí, que ya estaba a punto de descalificarme por cansancio, a que un doctor me viera, seguida en fila india por mi hermanita y entrando con muy poco ánimo a las urgencias de Tlaneyork -hasta tuve que hacerme la loca cuando unos chatos ensangrentados exigieron a gritos que les atendieran a ellos primero ¿qué no habían visto que llegaron antes que yo? Ni caso. Y mientras los descerebrados gritaban que estaban vulnerando sus derechos, la máquina que debía contar mi glucosa se declaraba incompetente, vamos, que la lectura era tan alta, tan estúpidamente alta que no la podía registrar... y ahí te voy a mi clínica. Eran más de las 11 de la noche, era Semana Santa y yo estaba china libre ¡me esperaban cuatro días de tumbing! La doctora que me recibió me hizo tan poquito caso que pensé que pasaría ahí un buen rato, urgencias estaba a reventar y que lo mío no llamaría la atención de nadie: imaginarse mi sorpresa cuando me pasan a “observación”, me observan más o menos 12 minutos y me llevan ¡en chinga! a Terapia Intensiva... ya los míos hasta se habían ido a dormir...
Cinco días en blanco y negro, es decir, a veces sabiendo pero mayormente no enterándome de nada, mientras estas personas cumplían con su trabajo, evitando día y noche lo que nadie como mi hermanita sabe describir, esto es, que me cargaran los payasos. Les odiaba con odio jarocho cuando me sacaban sangre -auténtica tortura china, mis niños: no de la vena, sino de una arteria ¡y dos veces al día, la madre que les parió!-; les aluciné en panavisión cuando no me pude duchar -una lucha de gigantes ésa, por cierto: ya que había cogido valor suficiente para entrar en ese cuarto, resultaba que si no había otra fémina que me acompañara nomás no iba; porque ¿mi hermanito? Eso era impensable, cielos-. Y tampoco me daban mucha información: no entendía por qué se me borraba todo el tiempo la vista, o se me dormía la lengua, o lo que carambas significaba 'hiperosmolar'. Pero me daban baños de esponja, me hacían compañía. Se quedaban pendientes de mi si me quedaba demasiado pensativa, que las camas a mi lado se ocupaban y se vaciaban, se ocupaban y se vaciaban, y yo ni trazas de moverme de allí...
Pero sí me moví. Me mandaron a planta, a una cama con vistas al Periférico y rodeada de mujeres que, alucino, eran de mi edad, incluso menores, pero que estaban bien jodidas pues no se cuidaban en absoluto. Miedo. Ahí me cayeron las visitas. Maravilla. Mi familia ya pudo dormir de un tirón. Paz. Y dos días después a casa, con una receta, un par de jeringas y una explicación de más o menos 30 segundos de cómo tendría a partir de entonces que cuidarme. Si lo bueno es que sólo tendré que hacerlo de por vida... me hubiera dado algo si hubiera tenido que ser por 50 años o así... porque para alguien que no soportaba ver una aguja, mucho menos un pinchazo, sé que lo hubiera llevado fatal.
Los festejos se han sucedido desde entonces, los resultados de los análisis han sido buenos -mi endocrina sólo dice 'estupenda, estás estupenda, esto es estupendo', así que o debe de serlo o la señora no tiene mucho vocabulario, y me inclino a lo primero, a ver. Y así camino hacia el mes de octubre. Este octubre. Con mi hermosa, delicada, algo floja y bien sexy barriguita en vías de convertirse en colador, pero ¡porque puedo hacerlo! Triste sería que no.
sábado, 18 de septiembre de 2010
Crónica pequeña de un embarazo medio grande
Hace diez kilos que tuve a mi hija. Si tomamos en cuenta que mi peso corporal se componía de un alto porcentaje de agua -igual que todos- y uno más alto de huesos -por lo mucho que se me veían-, la correspondencia entre mi peso y estatura me hacía parecer una especie de... de... nah, qué modelo de pasarela: más bien una chata alta y flaca. Así desde la prepa.
Cuando se anunció la llegada de la heredera, lo último en que pensé fue mi peso, más bien me preguntaba dónde en el nombre de Buda iba yo a meter a un bebé en esos menos de 60 kilos. Pero la naturaleza, tan sabia ella, me mandó callar y al ritmo de un kilo al mes prácticamente ni me enteraba de que estaba 'en estado interesante' -pero por lo demás,sí era un embarazo de libro: ¿que a algunas les duele la cabeza? Levanto mi manita. ¿Que otras tienen nauseas matutinas más allá del tercer trimestre? Servidora. ¿Que muy pocas tienen antojos más que normales, pues la mayoría los tienen más bien raros? Yo gano. Mi embarazo fue el de los rollitos de primavera del restaurante chino de Johnny, acá en los Madriles. Pies hinchados, desbarajustes hormonales, olas de calor y frío, agruras matadoras. Empecé a valorar de modo diferente mi embarazo humano y a compadecer a las ballenas y las elefantas...
Ya, al ratito supe de qué iban esos pensamientos. Luego de pasar 8 meses engordando a razón de un kilo cada uno, de pronto mi cuerpo decidió que bastante bien se había portado y prácticamente sin avisar, en el último mes me regaló, como para que nunca se me olvidara ¡nada menos que el doble! No, no tendría un bebé formándose dentro de mí durante dos años como la mamá de Dumbo, o ni sé cuanto que se pasó la de Willy, pero nada, a vivir instalada en un nuevo mundo donde las sillas se hicieron más angostas, la ropa encogió a talla petite y necesitaba todo el colchón para darme la vuelta, así, tipo cachalote. Mientras, mi charro tocaba Física y Química por el mundo mundial de habla en español. Pasados los 9 meses, me lancé por las calles de mi pueblo, con el pelo suelto sin teñir en casi 6 meses para inmortalizar esa panza donde la sucesora sólo se dedicaba a dormir y a patear.
Cómo me acuerdo del día que le dije al doctor, en un arranque que en realidad tapaba un terror casi palpable, que yo quería parir como si fuera Cristina Onassis -no, no en griego, sino a lo grande. Me echó una mirada que traduje como 'pobre tonta ésta' y a continuación me explicó que ni siquiera había garantías de que llegara él a tiempo a mi parto, que nunca se sabía con el tráfico de Madrid. Pensé otra vez en la Onassis y me dije a mí misma: 'mí misma, tú no quieres ésto', y lo mandé a volar. Entrado el octavo mes. Y me fui con otro que me recibió muy contentito y me dio el avión en todo.
Eran las cuatro de la mañana cuando la hija dijo que ya estaba bueno y anunció su arribo; como primero se rompió la fuente -rompí aguas, pues- dio tiempo de cambiarse, salir con calma e incluso buscar la puerta del hospital, que la principal estaba cerrada y no sabíamos por dónde se entraba. Ahí recibióme una comadrona -la principal protagonista, no el doctor, desde ahora aclaro- y me instalaron en mi habitación, con tele, teléfono y otra cama para mi charro. Y a dormir, como no me dolía nada...
Hasta que me empezó a doler. Habiendo asistido durante cuatro meses a clases pre-parto en la clínica de mi pueblo, y no habiéndome enterado nada de nada, el dolor llegó como oleadas gigantescas, avasalladoras e interminables a partir más o menos de las 9 de la mañana y por toda una eternidad. Aquí, donde el mismo idioma se puede decir de tantas maneras, le di vuelo a la hilacha soltando la más grande y completa colección de delicadezas indignas de una dama y más bien dignas de arrabalera, ante mi total imposibilidad de controlar ese dolor. A saber si la luna llena de esa noche me influyó ¡pero me transformé en una salvaje, oiga usted! Recuerdo haber mordido a mi charro y a la Maru, que llegó a verme y se acercó con demasiada confianza, pobrecita; luego entró otra comadrona que intentó ayudarme a respirar hasta que se dio por vencida -o la mordí, es que no me acuerdo-; las monjas asomaban la cabeza a ver qué pasaba en la 312 y salían con la misma discreción, quizá pensando que chingar y sus acepciones tendrían algo que ver con peticiones a su amo y señor; y pusieron fuera de mi alcance la tele, la jarra de agua y el teléfono, porque alguno me parece que sí que fue a dar al suelo. El doctor pasó a verme un par de veces, se reía de mis palabrotas y se salía con aire de 'esto va para largo'. Luego entró una enfermera a ver, a ver, para rasurarme y ponerme un edema ¡ya se lo iba a poner a su abuela por parte de padre! Empecé a pedir drogas con la misma ansiedad con que pedía unos molletes después de un concierto...
¡Y Santa Epidural se me apareció! ¡Me iluminó con su pinchazo y todo fue coser y cantar! Eso sí, el proceso tuvo lo suyo, porque el buen hombre tuvo que ser traído de otro hospital (Onassis, remember?) y trataba de inyectarme entre contracción y contracción, tranquilizándome al decir que no me moviera, que mi vida estaba en sus manos, brrrr. Pero sirvió, vaya si sirvió. Siete humanos rodeándome, uno de ellos encargado exclusivamente de tirarse encima mío cada contracción, tipo defensa de los Vaqueros de Dallas. Risas y chistes. Y la chamaca que se negaba a salir. ¡Estaba tan grandota que no cabía, perdonando lo vulgar que esto pueda sonar! Por ello, en el menor de los estilos, le pusieron un tapón y la sacaron a jalones, ya saben, como esos para poner monigotes en las ventanas de los coches ¿cómo se llaman? ¡ventosa!
Ah, qué impresión ver por primera vez a mi heredera. Grande, veinte dedos, con un montón de pelo negro, los ojos bien cerrados y un chupón en plena frente. ¡Era feísima, por las patas de mi cama! Y sin embargo, no sé explicar el amor que me dio y cuando me la pusieron en el pecho pensé que nunca la soltaría (de hecho casi me la arrebatan, me parecía increíble, imposible que pudieran quitarla de ahí nunca). Luego empezó la vida, el doctor contaba un chiste muy malo mientras me cosía -7 puntos- y del fondo llegó un grito anunciando que no le quedaban los pañales, que eran muy pequeños. Mi charro, al lado, supongo que alucinando en estéreo. Ignoro si disfrutó la función, se reía tan nervioso mientras seguíamos contando babosadas...
Y luego tres días de gloria, comida rica servida en la cama, visitas que se dedicaban mayormente a estar con la criatura, regalos para la madre, y la bebé tranquila, durmiendo todo el día a mi lado y por la noche en el nido ¡soberbio! Salí fresca, tranquila y pudiendo usar toda mi ropa de 'antes de'. Sólo fue llegar a casa para que los puntos no me dieran reposo alguno -viví las siguientes semanas pareciendo loca, con un flotador verde acomodado en la cabeza, colocándolo cada vez que me quisiera sentar-, la nena decidió anunciar que su silencio era por respeto a las monjas -llegamos a pasearla en coche a las 3 de la mañana por el barrio, que no había dios que la durmiera- y mi leche, si es que subió, se siguió de largo, porque no le daba abasto y bien pronto se pasó a retirar (a saber la de toallas que mordí en cada toma), sin olvidar, claro, la archi conocida depresión post-parto -o lo que sea- que me convenció de que no lo haría bien, que la hija saldría drogadicta a los 16, con más verrugas que hijos y dedicada al comercio ambulante -de su cuerpo y de lo que robara por ahí, muerta por minibar en algún lugar oscuro y sucio. Patético, pero cierto: sencillamente me moría de miedo y tampoco podía controlar esas emociones.
Pero pasó. Quedaban por delante tantas noches...
Cuando se anunció la llegada de la heredera, lo último en que pensé fue mi peso, más bien me preguntaba dónde en el nombre de Buda iba yo a meter a un bebé en esos menos de 60 kilos. Pero la naturaleza, tan sabia ella, me mandó callar y al ritmo de un kilo al mes prácticamente ni me enteraba de que estaba 'en estado interesante' -pero por lo demás,sí era un embarazo de libro: ¿que a algunas les duele la cabeza? Levanto mi manita. ¿Que otras tienen nauseas matutinas más allá del tercer trimestre? Servidora. ¿Que muy pocas tienen antojos más que normales, pues la mayoría los tienen más bien raros? Yo gano. Mi embarazo fue el de los rollitos de primavera del restaurante chino de Johnny, acá en los Madriles. Pies hinchados, desbarajustes hormonales, olas de calor y frío, agruras matadoras. Empecé a valorar de modo diferente mi embarazo humano y a compadecer a las ballenas y las elefantas...
Ya, al ratito supe de qué iban esos pensamientos. Luego de pasar 8 meses engordando a razón de un kilo cada uno, de pronto mi cuerpo decidió que bastante bien se había portado y prácticamente sin avisar, en el último mes me regaló, como para que nunca se me olvidara ¡nada menos que el doble! No, no tendría un bebé formándose dentro de mí durante dos años como la mamá de Dumbo, o ni sé cuanto que se pasó la de Willy, pero nada, a vivir instalada en un nuevo mundo donde las sillas se hicieron más angostas, la ropa encogió a talla petite y necesitaba todo el colchón para darme la vuelta, así, tipo cachalote. Mientras, mi charro tocaba Física y Química por el mundo mundial de habla en español. Pasados los 9 meses, me lancé por las calles de mi pueblo, con el pelo suelto sin teñir en casi 6 meses para inmortalizar esa panza donde la sucesora sólo se dedicaba a dormir y a patear.
Cómo me acuerdo del día que le dije al doctor, en un arranque que en realidad tapaba un terror casi palpable, que yo quería parir como si fuera Cristina Onassis -no, no en griego, sino a lo grande. Me echó una mirada que traduje como 'pobre tonta ésta' y a continuación me explicó que ni siquiera había garantías de que llegara él a tiempo a mi parto, que nunca se sabía con el tráfico de Madrid. Pensé otra vez en la Onassis y me dije a mí misma: 'mí misma, tú no quieres ésto', y lo mandé a volar. Entrado el octavo mes. Y me fui con otro que me recibió muy contentito y me dio el avión en todo.
Eran las cuatro de la mañana cuando la hija dijo que ya estaba bueno y anunció su arribo; como primero se rompió la fuente -rompí aguas, pues- dio tiempo de cambiarse, salir con calma e incluso buscar la puerta del hospital, que la principal estaba cerrada y no sabíamos por dónde se entraba. Ahí recibióme una comadrona -la principal protagonista, no el doctor, desde ahora aclaro- y me instalaron en mi habitación, con tele, teléfono y otra cama para mi charro. Y a dormir, como no me dolía nada...
Hasta que me empezó a doler. Habiendo asistido durante cuatro meses a clases pre-parto en la clínica de mi pueblo, y no habiéndome enterado nada de nada, el dolor llegó como oleadas gigantescas, avasalladoras e interminables a partir más o menos de las 9 de la mañana y por toda una eternidad. Aquí, donde el mismo idioma se puede decir de tantas maneras, le di vuelo a la hilacha soltando la más grande y completa colección de delicadezas indignas de una dama y más bien dignas de arrabalera, ante mi total imposibilidad de controlar ese dolor. A saber si la luna llena de esa noche me influyó ¡pero me transformé en una salvaje, oiga usted! Recuerdo haber mordido a mi charro y a la Maru, que llegó a verme y se acercó con demasiada confianza, pobrecita; luego entró otra comadrona que intentó ayudarme a respirar hasta que se dio por vencida -o la mordí, es que no me acuerdo-; las monjas asomaban la cabeza a ver qué pasaba en la 312 y salían con la misma discreción, quizá pensando que chingar y sus acepciones tendrían algo que ver con peticiones a su amo y señor; y pusieron fuera de mi alcance la tele, la jarra de agua y el teléfono, porque alguno me parece que sí que fue a dar al suelo. El doctor pasó a verme un par de veces, se reía de mis palabrotas y se salía con aire de 'esto va para largo'. Luego entró una enfermera a ver, a ver, para rasurarme y ponerme un edema ¡ya se lo iba a poner a su abuela por parte de padre! Empecé a pedir drogas con la misma ansiedad con que pedía unos molletes después de un concierto...
¡Y Santa Epidural se me apareció! ¡Me iluminó con su pinchazo y todo fue coser y cantar! Eso sí, el proceso tuvo lo suyo, porque el buen hombre tuvo que ser traído de otro hospital (Onassis, remember?) y trataba de inyectarme entre contracción y contracción, tranquilizándome al decir que no me moviera, que mi vida estaba en sus manos, brrrr. Pero sirvió, vaya si sirvió. Siete humanos rodeándome, uno de ellos encargado exclusivamente de tirarse encima mío cada contracción, tipo defensa de los Vaqueros de Dallas. Risas y chistes. Y la chamaca que se negaba a salir. ¡Estaba tan grandota que no cabía, perdonando lo vulgar que esto pueda sonar! Por ello, en el menor de los estilos, le pusieron un tapón y la sacaron a jalones, ya saben, como esos para poner monigotes en las ventanas de los coches ¿cómo se llaman? ¡ventosa!
Ah, qué impresión ver por primera vez a mi heredera. Grande, veinte dedos, con un montón de pelo negro, los ojos bien cerrados y un chupón en plena frente. ¡Era feísima, por las patas de mi cama! Y sin embargo, no sé explicar el amor que me dio y cuando me la pusieron en el pecho pensé que nunca la soltaría (de hecho casi me la arrebatan, me parecía increíble, imposible que pudieran quitarla de ahí nunca). Luego empezó la vida, el doctor contaba un chiste muy malo mientras me cosía -7 puntos- y del fondo llegó un grito anunciando que no le quedaban los pañales, que eran muy pequeños. Mi charro, al lado, supongo que alucinando en estéreo. Ignoro si disfrutó la función, se reía tan nervioso mientras seguíamos contando babosadas...
Y luego tres días de gloria, comida rica servida en la cama, visitas que se dedicaban mayormente a estar con la criatura, regalos para la madre, y la bebé tranquila, durmiendo todo el día a mi lado y por la noche en el nido ¡soberbio! Salí fresca, tranquila y pudiendo usar toda mi ropa de 'antes de'. Sólo fue llegar a casa para que los puntos no me dieran reposo alguno -viví las siguientes semanas pareciendo loca, con un flotador verde acomodado en la cabeza, colocándolo cada vez que me quisiera sentar-, la nena decidió anunciar que su silencio era por respeto a las monjas -llegamos a pasearla en coche a las 3 de la mañana por el barrio, que no había dios que la durmiera- y mi leche, si es que subió, se siguió de largo, porque no le daba abasto y bien pronto se pasó a retirar (a saber la de toallas que mordí en cada toma), sin olvidar, claro, la archi conocida depresión post-parto -o lo que sea- que me convenció de que no lo haría bien, que la hija saldría drogadicta a los 16, con más verrugas que hijos y dedicada al comercio ambulante -de su cuerpo y de lo que robara por ahí, muerta por minibar en algún lugar oscuro y sucio. Patético, pero cierto: sencillamente me moría de miedo y tampoco podía controlar esas emociones.
Pero pasó. Quedaban por delante tantas noches...
lunes, 13 de septiembre de 2010
Toros y toreros
Acabándose con una rapidez que marea esta temporada de calores infernales y noches respirando como caballo tras carrera, también se acaban las fiestas de todos los pueblos, todos los pueblos de esta España cañí, donde el representante más internacional, más conocido y reconocido se convierte, además, en epicentro de enconados enfrentamientos entre los que le quieren proteger y los que quieren proteger sus 'tradiciones'.
Y me van a perdonar bastante que ponga la palabra tradiciones entre comillas: que si bien es cierto que reconozco la gallardía paquetona de los toreros, nunca me ha hecho ninguna gracia la así llamada 'fiesta'... y si ahora el agregamos las variantes que aquí a nivel rupestre se manejan, me quedo alelada, boquiabierta y estupefacta, en ese orden, a ver: este es un negocio que maneja miles de millones de euros, dólares y pesos sobre todo. Da de comer a montones de familias y da un nivel de poder y riqueza a cualquier cantidad de impresentables. Por lo que tiene que ser complicado el quitarlo de la vida; mas no imposible, digo yo. Aquí se rasgan las camisas por los rumbos de Barcelona, porque se les acaba el veinte el año que entra, creo, o a más tardar en el 2012. Y mientras los aficionados lloran por los rincones, los anti-taurinos festejan y se lo pasan bomba, mientras tratan de quitarse con acetona los manchones que les quedaron en el cuerpo después de alguna de sus manifestaciones, en montón, desnudos y tirados en el suelo, cubiertos con sangre y con falsas banderillas pinchándoles el cuerpo. Bless them, que ganaron: que por las pocas veces que gana el toro, su trabajo no ha hecho más que comenzar.
¡Porque hay un chingo de plazas de toros que cerrar, un chingo de ganaderos que tendrán que buscar otro oficio para ellos y sus animales, montones de personas relacionadas con el tema que tendrán que buscarse las alubias en otro campo! Yo espero que lo consigan, porque si la otra opción es que salga el toro a cargarse a un torero, lo veo peliagudo... y éso, además, sólo es una parte del pastel. Porque aquí entran las ferias pueblerinas, que el personal espera con más ansiedad que el aguinaldo y que sirven, básicamente, para intentar movilizar un poco las economías de cada lugar, situando juegos mecánicos, bailongos y demás, a la espera de recibir no sólo a muchos turistas nada despistados, como a aquellos que en su momento huyeron del pueblo a la ciudad y sólo vuelven cuando no hay para pagar hotel en la playa -que al cabo que ahí está la casa de los abuelos-. Que es bueno para los bares, cafeterías, restaurantes, hostales, ya, ya. Y manteniendo sus ancestrales tradiciones, pues que eso también atrae al turista. Y si hay toros, mejor, ¿cómo no van a venir los japoneses o ingleses a ver qué carajos hacen con ese soberbio cuadrúpedo, si en sus propios países sólo los pueden ver en postal?
El 7 de julio se sueltan, todas las mañanas de una semana, un grupo de toros a recorrer la misma avenida que concluye en la plaza de toros, allá en Pamplona. Corren los toros y la adrenalina, pero también los estúpidos, unos borrachos y otros no, que sólo quieren participar sin saber bien claro por qué. Y los toros han ganado, varias veces, oh, sí; pero en general la sensación es que los pobres están desesperados por volver a sus heras, o al prado y pasar apaciblemente otro año, si no son elegidos para, ya saben, una magna fiesta con Ponce o Juli o whoever. De ese tipo de carreras hay varias, muchísimas en realidad, por toda España. Y lo raro es que no salga algún corneado, que no cornudo, que de esos no respondo. En el pueblo más cercano al mío, Arganda, las hubo hace una semana: ponen una especie de protección, que no son otra cosa que postes metálicos, con separación suficiente para que un humano pueda entrar en chinga si lo persigue el toro, o para salir y molestarlo cuando va pasando, muy funcional. Y hace una semana un toro, rezagado y seguramente alucinando en colores todo el ruido y los clamores, sin entender un carambas nada de nada, tuvo a bien cornear a una humana que sacó medio cuerpo de las protecciones esas y que ni lo vio venir. Mari Carmen, han dicho que se llamaba. 43 años. Aficionada. Y despistada, por decir lo menos. El toro la cogió por el cuello y no alcanzó ni a quejarse. Hay mucha pena, los vecinos lloran, el alcalde decreta días de duelo, y ya. ¿Y el toro? Al corral, supongo, no se vuelve a hablar de él. Porque hay que ir pensando en los festejos del próximo año, toros incluidos, por supuesto.
Hay fiestas mucho más salvajes, qué dijeron, nada más echarlos a correr, pues no: los llaman 'toros embolados' y trata de atar al animal a un poste, y ya inmovilizado, colocarle unas bolas en los cuernos, no sé si pegadas, clavadas o qué -mas no pregunto-, a las que les prenden fuego y luego lo sueltan a “corretear”. La gente vitorea, grita y se emociona, además de defender el hecho de que al toro “no le pasa nada”, “no le hacen daño”, dando por sentado que, al ser una tradición tan antigua como de hace más de 500 años, queda plenamente justificado que sólo es, como diríamos, un inocente juego para divertir al personal en sus fiestas. Igualito que el invento de Mr. Guillotine, diría yo. Preguntarle a María Antonieta.
¿Y si les dijera que hay otra igual de salvaje, de fumada y bestia, me lo creerían? Que la hay ¡la hay! Pasen y alucinen con la costumbre de ni sé qué pueblo de Valladolid, no me interesa saber el nombre, donde recrean, a caballo los que tienen y los que no, corriendo ¡o hasta en coche!, cómo se persigue a un toro por los campos aledaños ¡y se le ataca con varas, palos, lanzas y lo que halla! Eso sí, clementes como son, sólo lo hacen hasta que el bicho muere, que muerto ya no vale. La macabra representación se llevará a cabo mañana, día 14, y los telediarios sólo hacen notas presentando las opiniones del personal... ya se imaginarán las de los lugareños ¿no? ¡Si es que lo han catalogado de “Interés Turístico y/o cultural"! ¡la madre que los parió!
Y mientras no consigan que la ley lo prohíba, como acaba de pasar en Cataluña, pues nada, a prepararse para el año que sigue ¡que toros hay muchos, pero más lanzas y descerebrados que las usen!
No creo que consigan erradicar esto del país, sinceramente. Perderían tanto dinero, tantos turistas y por ende tantos trabajos, que no pasará. No les interesa. El toro está para la lidia, decía mi suegra, porque es noble y especial y porque no sirve para otra cosa; además, hija, ni siquiera le duele, que su dios la bendiga. Si ella opinaba así, favor de multiplicarlo por miles de cabecitas blancas y otras no tanto, que es cuestión de matemática pura. Tienen que salir las cuentas o qué. Servidora, mientras, para seudo-beneplácito de mi charro, festeja con vítores cuando el toro se cabrea y consigue desquitar su rabia contra esa retorcida manera de conservar las tradiciones. Y por lo mismo ya mejor ni mencionar las que conllevan cabras, patos, gallinas, ocas y vaquillas con saltos olímpicos desde campanarios de iglesia.
Una vergüenza.
Y me van a perdonar bastante que ponga la palabra tradiciones entre comillas: que si bien es cierto que reconozco la gallardía paquetona de los toreros, nunca me ha hecho ninguna gracia la así llamada 'fiesta'... y si ahora el agregamos las variantes que aquí a nivel rupestre se manejan, me quedo alelada, boquiabierta y estupefacta, en ese orden, a ver: este es un negocio que maneja miles de millones de euros, dólares y pesos sobre todo. Da de comer a montones de familias y da un nivel de poder y riqueza a cualquier cantidad de impresentables. Por lo que tiene que ser complicado el quitarlo de la vida; mas no imposible, digo yo. Aquí se rasgan las camisas por los rumbos de Barcelona, porque se les acaba el veinte el año que entra, creo, o a más tardar en el 2012. Y mientras los aficionados lloran por los rincones, los anti-taurinos festejan y se lo pasan bomba, mientras tratan de quitarse con acetona los manchones que les quedaron en el cuerpo después de alguna de sus manifestaciones, en montón, desnudos y tirados en el suelo, cubiertos con sangre y con falsas banderillas pinchándoles el cuerpo. Bless them, que ganaron: que por las pocas veces que gana el toro, su trabajo no ha hecho más que comenzar.
¡Porque hay un chingo de plazas de toros que cerrar, un chingo de ganaderos que tendrán que buscar otro oficio para ellos y sus animales, montones de personas relacionadas con el tema que tendrán que buscarse las alubias en otro campo! Yo espero que lo consigan, porque si la otra opción es que salga el toro a cargarse a un torero, lo veo peliagudo... y éso, además, sólo es una parte del pastel. Porque aquí entran las ferias pueblerinas, que el personal espera con más ansiedad que el aguinaldo y que sirven, básicamente, para intentar movilizar un poco las economías de cada lugar, situando juegos mecánicos, bailongos y demás, a la espera de recibir no sólo a muchos turistas nada despistados, como a aquellos que en su momento huyeron del pueblo a la ciudad y sólo vuelven cuando no hay para pagar hotel en la playa -que al cabo que ahí está la casa de los abuelos-. Que es bueno para los bares, cafeterías, restaurantes, hostales, ya, ya. Y manteniendo sus ancestrales tradiciones, pues que eso también atrae al turista. Y si hay toros, mejor, ¿cómo no van a venir los japoneses o ingleses a ver qué carajos hacen con ese soberbio cuadrúpedo, si en sus propios países sólo los pueden ver en postal?
El 7 de julio se sueltan, todas las mañanas de una semana, un grupo de toros a recorrer la misma avenida que concluye en la plaza de toros, allá en Pamplona. Corren los toros y la adrenalina, pero también los estúpidos, unos borrachos y otros no, que sólo quieren participar sin saber bien claro por qué. Y los toros han ganado, varias veces, oh, sí; pero en general la sensación es que los pobres están desesperados por volver a sus heras, o al prado y pasar apaciblemente otro año, si no son elegidos para, ya saben, una magna fiesta con Ponce o Juli o whoever. De ese tipo de carreras hay varias, muchísimas en realidad, por toda España. Y lo raro es que no salga algún corneado, que no cornudo, que de esos no respondo. En el pueblo más cercano al mío, Arganda, las hubo hace una semana: ponen una especie de protección, que no son otra cosa que postes metálicos, con separación suficiente para que un humano pueda entrar en chinga si lo persigue el toro, o para salir y molestarlo cuando va pasando, muy funcional. Y hace una semana un toro, rezagado y seguramente alucinando en colores todo el ruido y los clamores, sin entender un carambas nada de nada, tuvo a bien cornear a una humana que sacó medio cuerpo de las protecciones esas y que ni lo vio venir. Mari Carmen, han dicho que se llamaba. 43 años. Aficionada. Y despistada, por decir lo menos. El toro la cogió por el cuello y no alcanzó ni a quejarse. Hay mucha pena, los vecinos lloran, el alcalde decreta días de duelo, y ya. ¿Y el toro? Al corral, supongo, no se vuelve a hablar de él. Porque hay que ir pensando en los festejos del próximo año, toros incluidos, por supuesto.
Hay fiestas mucho más salvajes, qué dijeron, nada más echarlos a correr, pues no: los llaman 'toros embolados' y trata de atar al animal a un poste, y ya inmovilizado, colocarle unas bolas en los cuernos, no sé si pegadas, clavadas o qué -mas no pregunto-, a las que les prenden fuego y luego lo sueltan a “corretear”. La gente vitorea, grita y se emociona, además de defender el hecho de que al toro “no le pasa nada”, “no le hacen daño”, dando por sentado que, al ser una tradición tan antigua como de hace más de 500 años, queda plenamente justificado que sólo es, como diríamos, un inocente juego para divertir al personal en sus fiestas. Igualito que el invento de Mr. Guillotine, diría yo. Preguntarle a María Antonieta.
¿Y si les dijera que hay otra igual de salvaje, de fumada y bestia, me lo creerían? Que la hay ¡la hay! Pasen y alucinen con la costumbre de ni sé qué pueblo de Valladolid, no me interesa saber el nombre, donde recrean, a caballo los que tienen y los que no, corriendo ¡o hasta en coche!, cómo se persigue a un toro por los campos aledaños ¡y se le ataca con varas, palos, lanzas y lo que halla! Eso sí, clementes como son, sólo lo hacen hasta que el bicho muere, que muerto ya no vale. La macabra representación se llevará a cabo mañana, día 14, y los telediarios sólo hacen notas presentando las opiniones del personal... ya se imaginarán las de los lugareños ¿no? ¡Si es que lo han catalogado de “Interés Turístico y/o cultural"! ¡la madre que los parió!
Y mientras no consigan que la ley lo prohíba, como acaba de pasar en Cataluña, pues nada, a prepararse para el año que sigue ¡que toros hay muchos, pero más lanzas y descerebrados que las usen!
No creo que consigan erradicar esto del país, sinceramente. Perderían tanto dinero, tantos turistas y por ende tantos trabajos, que no pasará. No les interesa. El toro está para la lidia, decía mi suegra, porque es noble y especial y porque no sirve para otra cosa; además, hija, ni siquiera le duele, que su dios la bendiga. Si ella opinaba así, favor de multiplicarlo por miles de cabecitas blancas y otras no tanto, que es cuestión de matemática pura. Tienen que salir las cuentas o qué. Servidora, mientras, para seudo-beneplácito de mi charro, festeja con vítores cuando el toro se cabrea y consigue desquitar su rabia contra esa retorcida manera de conservar las tradiciones. Y por lo mismo ya mejor ni mencionar las que conllevan cabras, patos, gallinas, ocas y vaquillas con saltos olímpicos desde campanarios de iglesia.
Una vergüenza.
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sábado, 28 de agosto de 2010
Zapping feroz
En este año de gracia, en el que las rebajas empezaron antes de tiempo y la primavera pasó de largo sin tocar ni un poquito de la península, la televisión nacional dio un giro de 180 grados y se convirtió, primero, en televisión digital cien por ciento y, segundo y no menos importante, en tener canales sin publicidad.
Que sí, que leyeron bien ¡sin anuncios! Son, efectiviwonder, los canales del ente español, la Primera y la Dos y, hasta hace poco más de veinte años, los únicos canales que habían para el país... ¿que cómo sería la comparación? Pobre, me temo, pero algo así como que la 1 es el equivalente a nuestro inefable “Canal de las Estrellas” y la otra como una mezcla del 11 y el 22 hace algunos decenios, ni siquiera programaban nada en la mañana. O como el día y la noche, pues. Después aparecieron las privadas, y como nacían a raíz del consabido 'destape' que se dio una vez que su dictador pasó a mejor vida -y los demás también, dicen muchos- el reclamo principal fue, avanzados los ochenta, chicas ligeritas de ropa y grandes producciones de variedades; programas políticos y de debate, concursos con tremendos premios y la posibilidad de ver, aunque fuera en pantallita, todas esas películas que estuvieron prohibidas aaaaños y que sólo aquellos que se lanzaban a las Francias podían ver en pantallota (El último tango en París, La Pasión de Cristo, suma y sigue).
Ahora mismo, Antena 3, Telecinco y la Sexta más los canales regionales -para servidora, Telemadrid mismamente. Y luego la televisión por cable, accesible a todos los hogares en formato abierto para los programas del montón y codificado para los que no pagan su mensualidad. En pleno 2010, una oferta que marea al más templado, haciendo sentir vital aquella canción de San Joe Jackson: “... and you know what? It's all too much.”
¿Por qué entonces te puedes pasar recorriendo los canales sin hallar nada decente que ver? ¿Es la ley de Murphy, o acaso una se vuelve más exigente con los años? Porque hay veces que tienes dos buenas películas dos, y no hay manera de partirse... Ya me hice bolas. Y dado que no tengo parámetros para compararme, y si los hubiera no me los creería, el caso es que aunque las tenga grabadas y guardadas, si las pasan por la tele ¡me las echo enteritas, sin dudarlo!
A continuación se reproduce, sin los permisos correspondientes, por supuesto, un ratito en la vida de la televisión española. También sin orden, me temo, que no tengo guía a la mano, clemencia:
Cualquier programa, serie o película a partir de las 9 de la noche en cualquier canal abierto (menos la 1 y la 2, favor de recordar, charros).
35 o 40 minutos seguidos
y, sin decir agua va... :
Agárrense.
Libros y folletos de Planeta Agostini -que ya va a empezar la rutina diaria;
Vodafone -compra su ADSL y el mejor Internet...;
Champú pa'los pelos! L'Oreal, porque ellos lo valen ¿no?
Opticalia -¿lo aclaro?... bueno. Gafas. Digo, lentes;
Fairy Ultra -detergente de manos para los trastes;
Carrefour y su 3x2 (osease, 'tamos desesperados, vengan y compren);
Gel Mousel -este´, sí, para bañarse. Dice mi charro que es el mismo anuncio de los años sesenta, igual les pareció simpático rescatarlo o ya no dan para más...;
Media Markt (pronúnciese 'mediamar' y alábese su slogan:”yo no soy tonto”: electrónica e informática;
Pizzas para microondas de Casa Tarradellas;
¡Scottex y el perrito Puppy! Aquí vuela (serio, vuela) para presentar el “acolchado”;
Atún Isabel, fresco en verano y en ensalada... y para no perderse el que sigue:
Hemoal para las almo... ya se imaginan; ¿alguien quiere atún?
Pues sigue Conservas Ortiz y su bonito del norte... cielos, y
Cereales Chiquilín con huevo y miel -sin comentarios;
Estreno de cine: “Todo sobre mi desmadre” (¿¿??)
Chicle Trident Senses -original y con buena música, en fin;
Nicorette, para dejar de fumar -sí, como no....;
Leche Puleva con artista que estuvo de moda en los 90s;
Arroz La Fallera (será por Valencia y sus Fallas, digo yo);
¡Toallas y salvaslips Indasec! Para esos días, pues...
¿Más de salud? ¡Claro que sí! CrioFarma, que congela las verrugas...
Otra vez Planeta Agostini: ora abanicos de diseño. ¡Apártelos en su kiosko, pues! ;
Cerveza San Miguel sin alcohol, para que no hagas tarugadas...;
Colchones Tempur -sepa, sorry...;
Oferta de jamones en El Corte Inglés... sólo 450 pesos, por cierto;
Oferta semanal del periódico El País, esta vez una impresora sin cables...
Cepillos Oral B, por si cenaste atún Isabel con Leche Puleva o Hemoal si no te enteraste...;
¡Que inician las clases! Cuadernos Oxford, chulos de bonitos...;
Acondicionador Pantene Aqualight, creo que para hombre...;
Otro estreno de cine: la peli “Lope”, no ví más...
¡Telepizza, Telepizza, Telepizza! Es que están re buenas...;
Programa alguno de la cadena...
Colección los Comics de Batman, por.... ¡claro! Planeta Agostini;
Desodorante Dove para chicos -y qué bien huele el condenado...;
Y ya. El programa, serie o película continua. Y 35 o 40 minutos después, otra vez la misma pausa....
Así que se agradece poder ir tranquilamente al baño, hablar por teléfono, cenar incluso o dar de comer al gato. Se sufre, entonces, cuando la 1 o la 2 transmiten, porque ya no hay ni un corte, y como yo me clavo viendo lo que sea, ya se imaginarán mis bailes africano-árabes porque no fui al baño antes que empezara la función. Y eso hay que tomarlo en cuenta, porque aquí pocos programas empiezan a la hora justa: hay que estar pendiente porque House es a las 11:12 de la noche, o CSI a las 10:25, ni antes ni después. Que yo recuerde, que haberlos haylos y varios, sólo los noticieros -o telediarios, olé- empiezan justo a las 3 de la tarde y a las 9 de la noche. Ah, y las uvas en Año Viejo, ésas seguras que son a las 12...
Que sí, que leyeron bien ¡sin anuncios! Son, efectiviwonder, los canales del ente español, la Primera y la Dos y, hasta hace poco más de veinte años, los únicos canales que habían para el país... ¿que cómo sería la comparación? Pobre, me temo, pero algo así como que la 1 es el equivalente a nuestro inefable “Canal de las Estrellas” y la otra como una mezcla del 11 y el 22 hace algunos decenios, ni siquiera programaban nada en la mañana. O como el día y la noche, pues. Después aparecieron las privadas, y como nacían a raíz del consabido 'destape' que se dio una vez que su dictador pasó a mejor vida -y los demás también, dicen muchos- el reclamo principal fue, avanzados los ochenta, chicas ligeritas de ropa y grandes producciones de variedades; programas políticos y de debate, concursos con tremendos premios y la posibilidad de ver, aunque fuera en pantallita, todas esas películas que estuvieron prohibidas aaaaños y que sólo aquellos que se lanzaban a las Francias podían ver en pantallota (El último tango en París, La Pasión de Cristo, suma y sigue).
Ahora mismo, Antena 3, Telecinco y la Sexta más los canales regionales -para servidora, Telemadrid mismamente. Y luego la televisión por cable, accesible a todos los hogares en formato abierto para los programas del montón y codificado para los que no pagan su mensualidad. En pleno 2010, una oferta que marea al más templado, haciendo sentir vital aquella canción de San Joe Jackson: “... and you know what? It's all too much.”
¿Por qué entonces te puedes pasar recorriendo los canales sin hallar nada decente que ver? ¿Es la ley de Murphy, o acaso una se vuelve más exigente con los años? Porque hay veces que tienes dos buenas películas dos, y no hay manera de partirse... Ya me hice bolas. Y dado que no tengo parámetros para compararme, y si los hubiera no me los creería, el caso es que aunque las tenga grabadas y guardadas, si las pasan por la tele ¡me las echo enteritas, sin dudarlo!
A continuación se reproduce, sin los permisos correspondientes, por supuesto, un ratito en la vida de la televisión española. También sin orden, me temo, que no tengo guía a la mano, clemencia:
Cualquier programa, serie o película a partir de las 9 de la noche en cualquier canal abierto (menos la 1 y la 2, favor de recordar, charros).
35 o 40 minutos seguidos
y, sin decir agua va... :
Agárrense.
Libros y folletos de Planeta Agostini -que ya va a empezar la rutina diaria;
Vodafone -compra su ADSL y el mejor Internet...;
Champú pa'los pelos! L'Oreal, porque ellos lo valen ¿no?
Opticalia -¿lo aclaro?... bueno. Gafas. Digo, lentes;
Fairy Ultra -detergente de manos para los trastes;
Carrefour y su 3x2 (osease, 'tamos desesperados, vengan y compren);
Gel Mousel -este´, sí, para bañarse. Dice mi charro que es el mismo anuncio de los años sesenta, igual les pareció simpático rescatarlo o ya no dan para más...;
Media Markt (pronúnciese 'mediamar' y alábese su slogan:”yo no soy tonto”: electrónica e informática;
Pizzas para microondas de Casa Tarradellas;
¡Scottex y el perrito Puppy! Aquí vuela (serio, vuela) para presentar el “acolchado”;
Atún Isabel, fresco en verano y en ensalada... y para no perderse el que sigue:
Hemoal para las almo... ya se imaginan; ¿alguien quiere atún?
Pues sigue Conservas Ortiz y su bonito del norte... cielos, y
Cereales Chiquilín con huevo y miel -sin comentarios;
Estreno de cine: “Todo sobre mi desmadre” (¿¿??)
Chicle Trident Senses -original y con buena música, en fin;
Nicorette, para dejar de fumar -sí, como no....;
Leche Puleva con artista que estuvo de moda en los 90s;
Arroz La Fallera (será por Valencia y sus Fallas, digo yo);
¡Toallas y salvaslips Indasec! Para esos días, pues...
¿Más de salud? ¡Claro que sí! CrioFarma, que congela las verrugas...
Otra vez Planeta Agostini: ora abanicos de diseño. ¡Apártelos en su kiosko, pues! ;
Cerveza San Miguel sin alcohol, para que no hagas tarugadas...;
Colchones Tempur -sepa, sorry...;
Oferta de jamones en El Corte Inglés... sólo 450 pesos, por cierto;
Oferta semanal del periódico El País, esta vez una impresora sin cables...
Cepillos Oral B, por si cenaste atún Isabel con Leche Puleva o Hemoal si no te enteraste...;
¡Que inician las clases! Cuadernos Oxford, chulos de bonitos...;
Acondicionador Pantene Aqualight, creo que para hombre...;
Otro estreno de cine: la peli “Lope”, no ví más...
¡Telepizza, Telepizza, Telepizza! Es que están re buenas...;
Programa alguno de la cadena...
Colección los Comics de Batman, por.... ¡claro! Planeta Agostini;
Desodorante Dove para chicos -y qué bien huele el condenado...;
Y ya. El programa, serie o película continua. Y 35 o 40 minutos después, otra vez la misma pausa....
Así que se agradece poder ir tranquilamente al baño, hablar por teléfono, cenar incluso o dar de comer al gato. Se sufre, entonces, cuando la 1 o la 2 transmiten, porque ya no hay ni un corte, y como yo me clavo viendo lo que sea, ya se imaginarán mis bailes africano-árabes porque no fui al baño antes que empezara la función. Y eso hay que tomarlo en cuenta, porque aquí pocos programas empiezan a la hora justa: hay que estar pendiente porque House es a las 11:12 de la noche, o CSI a las 10:25, ni antes ni después. Que yo recuerde, que haberlos haylos y varios, sólo los noticieros -o telediarios, olé- empiezan justo a las 3 de la tarde y a las 9 de la noche. Ah, y las uvas en Año Viejo, ésas seguras que son a las 12...
sábado, 7 de agosto de 2010
Salud, salud
En el libro de instrucciones que te dan cuando tienes un hijo -ni cursos de pre parto, o consejos de la familia y los espontáneos, por citar sólo un par- pues resulta que no viene nada que te siquiera te prevenga lo que puede ser intentar que una hija adolescente entre al aro, traduzco: que llegar 45 minutos después de la hora no es llegar cerca de la hora, o que ser vegetariana significa comer de todo menos cárnicos, no especializarse en pizzas de pepperoni y huevos con frijoles... y así más o menos en todo.
Lo de la comida es lo que llevo peor con la primogénita mía, porque precisamente ha decidido que como no le gusta la carne que aquí se come -ternera, mayormente- pasa de ella como de estudiar latín, y los resultados provocan mucha felicidad a la industria atunera y huevícola en casa, pero bancarrota a las frutas, verduras, pollos y chanchos... por no hablar de la comida basura que vive hoy día en altar con veladoras. Y es que se pone difícil quejarse y obligarla, viniendo la susodicha queja de alguien que se las hizo ver más que oscuras y tenebrosas a su amá. Servidora, pues.
En el baúl de los álgidos recuerdos se mezclan y amontonan mediodías de llantos y quejas y súplicas a la mesa, sentada -no, sola no, por si se lo preguntaban- frente a un plato más frío que la escarcha de mi conge, en donde reposaba cualquier guiso, cualquiera, que había sido rechazado no desde hacía un rato, no desde que lo sirvieron, no, no: prácticamente desde que se empezó a cocinar. Por alguna razón que seguro los psicólogos podrían explicar coherentemente pero que no me interesa en lo absoluto, resulta que nada que no fuera sopa de pasta o arroz era tolerada por mi paladar. Así que el suplicio para mi pobre amá se sucedía todos los días ¡y por partida doble! Porque de los tres, sólo uno se zampaba, sin problema alguno, lo suyo y todo lo que pudiera coger. Aunque nos librábamos de comer cualquier producto del mar porque en mi casa éso no se servía, a todo lo demás le hacíamos unos ascos que pa' qué: si la mesa donde comíamos hubiera podido hablar, seguramente se habría atragantado, dada la cantidad de comida masticada que aquél y yo metíamos a fuerza entre los tablones. Fiesta: cuando mi amá hacía canelones -aunque igual y les quitaba el relleno, era jamón, pero no me acuerdo-; funeral: yemas de huevo crudas con azúcar; fiesta: macarrones con queso; funeral: hamburguesas caseras.
Y sin embargo después, por si fuera poco y no bastara (gracias, Nannis) tuve que aprender a cocinar ¡o no comíamos nadie! Tuvo su lado bueno, claro, porque vencí mi miedo a encender la estufa, aprendí a hacerme pasta de todas las maneras que me gustaban (dos, bueno, sí), y empecé a probar más cosas. Y qué dijeron, ya hasta sibarita se volvió, pues no, para nada. Sencillamente entraron en mi menú alimentos que antes ni intravenosos, como carne, algo de fruta, mínimas verduras... No mucho para enorgullecerse, la verdad, pero era un adelanto ya. ¿Que por qué empecé entonces? Es un caso para la Araña...
Y pienso sinceramente que si hubiera hecho caso sobre las consecuencias que una dieta tan mala, rupestre y desbalanceada se verían en los años por venir, no hubiera hecho lo mismo que la hija de mis entrañas: pasar olímpicamente. Que no es excusa, pero de verdad, de verdad ¿habría yo rebajado o dejado los tacos de Neo, las tortas y tostadas de frijoles y crema, los tlacoyos y paneques ¡los molletes! y comer algo más que leche, pan, bistecs, albóndigas y plátanos aderezado con todos los productos Marinela? Va a ser que no. ¿A alguien que se va a comer al mundo a bocados de Gansitos se le ocurre pensar cómo va a estar a los 45 años cuando sólo tiene menos de veinte? Aparte de Bill Gates o Madonna, digo.
Si somos lo que comemos, paro ahora mismo este desvarío. Porque mi peso no varió ni un gramo, no se movió jamás de los casi 50, hasta que mi sucesora natural apareció en escena. Y más años también, que no toda la culpa fue de ella, oiga usted.
Ah, que no. Que también somos lo que heredamos, lo que vivimos, dónde y cuándo lo vivimos. Bueno. Bien.
A estas alturas de la película, no me puedo poner a contar las maravillas gastronómicas que he me perdido: sencillamente las ignoro, porque el saberlo no me sirve de nada. Hubo un tiempo hace poco en que, por cuestiones de trabajo, me atendían como reina y me daban a probar montones de exquisiteces, tan delicadas y estupendas de presentación, pero tan minimalistas, tan a la moda, pues, que lo único que hacían era dejarme con más hambre y a veces casi no podía esperar llegar a la habitación del hotel y pedirme una inmensa, preciosa y llena de calorías hamburguesa con una leche malteada de fresa, mea culpa. Bastante se me educó el paladar, lo reconozco, pero no lo suficiente como para que mi mente le ordene a mi cerebro que busque en el menú algo tan largo de leer como cargo nazi en alemán. Y tampoco estoy por la labor de preguntar qué es éso con lo que está mezclado, éso con lo que se hace la espuma y éso más que forma la base. Mira, que no.
Mentira que la gente no cambia ¡claro que cambia! Ahora me veo en la coyuntura de que mi heredera come fatal y se me enfrenta (algo que yo jamás me habría contemplado, debo decir), y un hueco en mi estómago me dice que no importa, que debo insistir, que es importante que lo entienda porque aún está creciendo y que si no suple lo que no come con otros alimentos que la...
Señor del hospital, qué rollo.
Que lo seguiré intentando, ya lo sé, todos lo saben. Mas nadie sabe lo que pasará. Como la vida sigue y atrás se quedaron esos momentos donde yo intentaba distraer a mi amá haciéndole una imitación del Pato Nicol (¿se acuerdan? Por favor, digan que se acuerdan) y que no se diera cuenta que mi carne no bajaba nada, nada; o que nos tragábamos lo más posible (dos o tres pedacitos) con una botella entera de pepsi, de ésas de cristal; pues nada, que confiaremos en que le entre a la hija en la sesera un poco más de sentido común que perfume y seguiremos insistiendo. Ya está.
Ah, porque el libro ese que menciono al principio no es otro que el gran e imaginario tomo en blanco que te entregan junto con tu criatura tres días después de parirla, para que lo empieces a llenar. Y que Alá te coja confesada.
Lo de la comida es lo que llevo peor con la primogénita mía, porque precisamente ha decidido que como no le gusta la carne que aquí se come -ternera, mayormente- pasa de ella como de estudiar latín, y los resultados provocan mucha felicidad a la industria atunera y huevícola en casa, pero bancarrota a las frutas, verduras, pollos y chanchos... por no hablar de la comida basura que vive hoy día en altar con veladoras. Y es que se pone difícil quejarse y obligarla, viniendo la susodicha queja de alguien que se las hizo ver más que oscuras y tenebrosas a su amá. Servidora, pues.
En el baúl de los álgidos recuerdos se mezclan y amontonan mediodías de llantos y quejas y súplicas a la mesa, sentada -no, sola no, por si se lo preguntaban- frente a un plato más frío que la escarcha de mi conge, en donde reposaba cualquier guiso, cualquiera, que había sido rechazado no desde hacía un rato, no desde que lo sirvieron, no, no: prácticamente desde que se empezó a cocinar. Por alguna razón que seguro los psicólogos podrían explicar coherentemente pero que no me interesa en lo absoluto, resulta que nada que no fuera sopa de pasta o arroz era tolerada por mi paladar. Así que el suplicio para mi pobre amá se sucedía todos los días ¡y por partida doble! Porque de los tres, sólo uno se zampaba, sin problema alguno, lo suyo y todo lo que pudiera coger. Aunque nos librábamos de comer cualquier producto del mar porque en mi casa éso no se servía, a todo lo demás le hacíamos unos ascos que pa' qué: si la mesa donde comíamos hubiera podido hablar, seguramente se habría atragantado, dada la cantidad de comida masticada que aquél y yo metíamos a fuerza entre los tablones. Fiesta: cuando mi amá hacía canelones -aunque igual y les quitaba el relleno, era jamón, pero no me acuerdo-; funeral: yemas de huevo crudas con azúcar; fiesta: macarrones con queso; funeral: hamburguesas caseras.
Y sin embargo después, por si fuera poco y no bastara (gracias, Nannis) tuve que aprender a cocinar ¡o no comíamos nadie! Tuvo su lado bueno, claro, porque vencí mi miedo a encender la estufa, aprendí a hacerme pasta de todas las maneras que me gustaban (dos, bueno, sí), y empecé a probar más cosas. Y qué dijeron, ya hasta sibarita se volvió, pues no, para nada. Sencillamente entraron en mi menú alimentos que antes ni intravenosos, como carne, algo de fruta, mínimas verduras... No mucho para enorgullecerse, la verdad, pero era un adelanto ya. ¿Que por qué empecé entonces? Es un caso para la Araña...
Y pienso sinceramente que si hubiera hecho caso sobre las consecuencias que una dieta tan mala, rupestre y desbalanceada se verían en los años por venir, no hubiera hecho lo mismo que la hija de mis entrañas: pasar olímpicamente. Que no es excusa, pero de verdad, de verdad ¿habría yo rebajado o dejado los tacos de Neo, las tortas y tostadas de frijoles y crema, los tlacoyos y paneques ¡los molletes! y comer algo más que leche, pan, bistecs, albóndigas y plátanos aderezado con todos los productos Marinela? Va a ser que no. ¿A alguien que se va a comer al mundo a bocados de Gansitos se le ocurre pensar cómo va a estar a los 45 años cuando sólo tiene menos de veinte? Aparte de Bill Gates o Madonna, digo.
Si somos lo que comemos, paro ahora mismo este desvarío. Porque mi peso no varió ni un gramo, no se movió jamás de los casi 50, hasta que mi sucesora natural apareció en escena. Y más años también, que no toda la culpa fue de ella, oiga usted.
Ah, que no. Que también somos lo que heredamos, lo que vivimos, dónde y cuándo lo vivimos. Bueno. Bien.
A estas alturas de la película, no me puedo poner a contar las maravillas gastronómicas que he me perdido: sencillamente las ignoro, porque el saberlo no me sirve de nada. Hubo un tiempo hace poco en que, por cuestiones de trabajo, me atendían como reina y me daban a probar montones de exquisiteces, tan delicadas y estupendas de presentación, pero tan minimalistas, tan a la moda, pues, que lo único que hacían era dejarme con más hambre y a veces casi no podía esperar llegar a la habitación del hotel y pedirme una inmensa, preciosa y llena de calorías hamburguesa con una leche malteada de fresa, mea culpa. Bastante se me educó el paladar, lo reconozco, pero no lo suficiente como para que mi mente le ordene a mi cerebro que busque en el menú algo tan largo de leer como cargo nazi en alemán. Y tampoco estoy por la labor de preguntar qué es éso con lo que está mezclado, éso con lo que se hace la espuma y éso más que forma la base. Mira, que no.
Mentira que la gente no cambia ¡claro que cambia! Ahora me veo en la coyuntura de que mi heredera come fatal y se me enfrenta (algo que yo jamás me habría contemplado, debo decir), y un hueco en mi estómago me dice que no importa, que debo insistir, que es importante que lo entienda porque aún está creciendo y que si no suple lo que no come con otros alimentos que la...
Señor del hospital, qué rollo.
Que lo seguiré intentando, ya lo sé, todos lo saben. Mas nadie sabe lo que pasará. Como la vida sigue y atrás se quedaron esos momentos donde yo intentaba distraer a mi amá haciéndole una imitación del Pato Nicol (¿se acuerdan? Por favor, digan que se acuerdan) y que no se diera cuenta que mi carne no bajaba nada, nada; o que nos tragábamos lo más posible (dos o tres pedacitos) con una botella entera de pepsi, de ésas de cristal; pues nada, que confiaremos en que le entre a la hija en la sesera un poco más de sentido común que perfume y seguiremos insistiendo. Ya está.
Ah, porque el libro ese que menciono al principio no es otro que el gran e imaginario tomo en blanco que te entregan junto con tu criatura tres días después de parirla, para que lo empieces a llenar. Y que Alá te coja confesada.
sábado, 31 de julio de 2010
Aquí y allá. Más cosas.
oe-oe-oeeeeeeeeee
Pues sí, señoras y señoritas, caballeros y bolitas: se ganó la Copa del Mundo, increíblemente, maravillosamente, totalmente. Perdiendo el primer partido (aquí se los comieron vivos, claro está), metiendo sólo 8 goles, siendo seis de ellos, seis, producto de hermosos tiros, jugadas individuales o estar en el lugar apropiado en el momento justo. ¿Qué puede significar muy en el fondo ésto? Como yo no soy enterada, digo sólo lo que pienso, esto es, que quien ganó la reconsabida copa fue un interesante grupo de jugadores que han sido capaces de hacer cosas juntos, pero nunca revueltos, y me explico:
o mejor no. En realidad, lo que quería airear aquí es la sorpresa de enterarme que la final, que pasó a las 8 y media de la tarde en domingo, no fue transmitida, por ejemplo, en ninguna de las televisiones de los aeropuertos de Cataluña. Y tampoco en ningún campamento de verano de la misma zona: incluso se les hizo creer a los niños que había ganado Holanda.
A mí es que me da pena ajena. Que los catalanes, de quienes dicen que cuando tienen que correr tras un transporte público lo hacen de un taxi, porque así se ahorran más, son muy suyos, trabajadores, dueños de una de las regiones más ricas y productivas del país; aman tanto su cultura y su tierra, que pelean con dientes y garras porque nadie que no hable su lengua pueda obtener un trabajo, o escolarizar a sus hijos, vamos, al grado de poner unas tremendas multas a todos los empresarios que tengan la publicidad de su negocio en español, y cuyo presidente (es decir, de la comunidad autónoma de Cataluña) recibe tratamiento de Jefe de Estado cuando viaja al extranjero; incluso tienen embajadas (pues eso: embajadas) en varios países... a ver, que se nota a leguas que no quieren formar parte del resto de España, y el hecho de que muchos de los mejores jugadores de la selección pertenezcan a esa comunidad autónoma, bueno, hasta parecería que no les hace maldita la gracia. Por tanto, no había gran cosa que festejar cuando Iniesta metió su gol. Que juega en el Barcelona, va y pasa: pero no, no era para tanto.
Y eso me da mucha pena ajena.
Porque si allá me daban más bien la risa loca esas supuestas broncas entre el América y el Guadalajara, entre los que viven en la capital y los de Monterrey, pues mira: eso es moco de pavo comparado con la 'unión' que quesque hay aquí.
… y con todos ustedes: ¡Agosto!
Esa es la frase para presentar a alguien, por cierto, siempre incluye el 'todos'. Bueno, pues eso: llega agosto y con este bendito, ardiente mes, aquí cambian las cosas ¡muy mucho! Lo primero es que -aunque han empezado en julio- la gran mayoría de pueblos de España celebran sus fiestas, lo cual básicamente significa ferias con juegos mecánicos -la última vez que fui costaba dos euros subirse a lo que hubiera-, puestos de comida (no, nada de garnachas, sorry: aquí la vitamina 'T' no es conocida; lo más cercano a las Américas son hot-dogs, lo demás son montaditos -pedazo de pan con algo en general incomible para servidora, así que imagínense-, cerveza al por mayor y cosas a las brasas -mejor no especifico-); qué más, a ver: ¡música, claro, música! Orquestas que tocan los grandes éxitos del cretásico, el jurásico y del mes pasado; a veces hay importantes artistas que cierran el evento, culminando, siempre, con fuegos artificiales, normalmente a media noche. Te lo pasas muy bien, en general, primero porque ya no hace ese calor sofocante de día, segundo porque siempre te encuentras gente y tercero... pos porque sí. Los jóvenes, por supuesto, aprovechan para hacer 'botellón', que traducido al mexicano es una como reunión multitudinaria donde sólo se va a agarrar la peda. Llevan sus botellas, vasos y cocas en bolsas de plástico (todo tamaño gigante) y mezclan con singular alegría.
Si estás en la playa, ¡divino de la muerte! Si no, pues a aguantar lo mejor posible. Los kioskos de prensa se escalonan, con lo cual para comprar el periódico tienes que controlar cuál está abierto y cuándo cierra por vacaciones... oye, porque todos se merecen un descansito luego de trabajar un año entero ¿no? Que una cosa es que el país esté en franca crisis y otra que uno se tenga que quedar con estos calores... cierran las tiendas pequeñas, los súpers pequeños, las peluquerías, las papelerías, las panaderías, todo lo que termine en ías.
En la tele sólo hay relleno en cuanto a películas y repiten series viejas -o como House, que mientras vienen los nuevos capítulos están dale que te pego con los anteriores-, y presentadores (sí, así se dice) que suplen a los titulares, que también tienen que descansar. Hay estrenos en los cines -algo relativamente nuevo, que antes había que esperar a la Navidad para ver la nueva de Disney- y el negocio, por lo que he leído, no va nada mal. La entrada vale 7 euros.
Agosto es el mes donde sabes quién es turista y quién es local: la gente que anda a mediodía caminando mientras sudan el bofe, ya no hace falta ni observar si traen cámara, o zapato cómodo o abanico: son turistas, seguro.
… porque la tele, ay, la tele
¿Se acuerdan que hace algunos meses inició la televisión digital terrestre? 25 canales gratis más otros de pago, más la opción tradicional que es como Cablevisión, también con paquetes. Bueno, pues eso es igual que allá: puedes darle la vuelta completa al mando a distancia (que sí, pues, el control remoto) y no hay nada que ver... cielos.
En la tele 'abierta' las mañanas se dedican a magacines, donde se comentan todo tipo de cosas, desde cómo cocinar un cordero con bechamel y ajos, salud, temas de famosos y demás, y uno que otro programa de tertulia política. A medio día se ven los telediarios, incluido su espacio de deportes, más o menos de 5 minutos, cuatro de los cuales son para el futbol, y lo demás para los otros pobres atletas que no patean un balón, ciclismo si es temporada, tenis si está Nadal, coches si está Alonso, ya me entienden.
Por la tarde no hay nada, prácticamente nada que no atente contra tu salud mental. Los programas son magacines también, pero de temas del corazón o 'rosas': quién se casó o se descasó, demandas, embarazos, chismes baratos y llenos de morbo... que sin embargo les generan muchísimo dinero a los interesados ¡cobran un chingo por ir a decir que ya no andan con fulano o zutana, por airear los trapos sucios, por discutir en pantalla! Patético.
En la noche ya se pone mejor, hay programas de concurso muy divertidos como 'Pasapalabra' o 'Password' y las series que supongo allá se ven (¿les había dicho que aquí le dicen Horatio al de CSI Miami? Pues sí). Y todas las películas que se puedan imaginar, siempre dobladas. La verdad es que ahora mismo ya no lo sé de cierto si sigue pasando, pero antes, allá en el otro siglo, el programa más visto en el día era el de un cocinero vasco muy simpático y original, Arguiñano; y los viernes tarde, nada menos que la película porno (porno, porno) que emitía Canal +, con la pequeña salvedad de que sólo se podía ver si estabas suscrito al cable y si no, se veía codificada ¡aún así era el espacio más visto! Ah, y por supuesto, en todos sus horarios, el clima ¡es el rey de audiencia! Le atinan con la misma gracia que un borracho el váter, pero cuando les sale bien se sigue casi con religiosidad.
Y como va a empezar por ochentava vez un capítulo de la temporada 6 de House, me voy.
Pues sí, señoras y señoritas, caballeros y bolitas: se ganó la Copa del Mundo, increíblemente, maravillosamente, totalmente. Perdiendo el primer partido (aquí se los comieron vivos, claro está), metiendo sólo 8 goles, siendo seis de ellos, seis, producto de hermosos tiros, jugadas individuales o estar en el lugar apropiado en el momento justo. ¿Qué puede significar muy en el fondo ésto? Como yo no soy enterada, digo sólo lo que pienso, esto es, que quien ganó la reconsabida copa fue un interesante grupo de jugadores que han sido capaces de hacer cosas juntos, pero nunca revueltos, y me explico:
o mejor no. En realidad, lo que quería airear aquí es la sorpresa de enterarme que la final, que pasó a las 8 y media de la tarde en domingo, no fue transmitida, por ejemplo, en ninguna de las televisiones de los aeropuertos de Cataluña. Y tampoco en ningún campamento de verano de la misma zona: incluso se les hizo creer a los niños que había ganado Holanda.
A mí es que me da pena ajena. Que los catalanes, de quienes dicen que cuando tienen que correr tras un transporte público lo hacen de un taxi, porque así se ahorran más, son muy suyos, trabajadores, dueños de una de las regiones más ricas y productivas del país; aman tanto su cultura y su tierra, que pelean con dientes y garras porque nadie que no hable su lengua pueda obtener un trabajo, o escolarizar a sus hijos, vamos, al grado de poner unas tremendas multas a todos los empresarios que tengan la publicidad de su negocio en español, y cuyo presidente (es decir, de la comunidad autónoma de Cataluña) recibe tratamiento de Jefe de Estado cuando viaja al extranjero; incluso tienen embajadas (pues eso: embajadas) en varios países... a ver, que se nota a leguas que no quieren formar parte del resto de España, y el hecho de que muchos de los mejores jugadores de la selección pertenezcan a esa comunidad autónoma, bueno, hasta parecería que no les hace maldita la gracia. Por tanto, no había gran cosa que festejar cuando Iniesta metió su gol. Que juega en el Barcelona, va y pasa: pero no, no era para tanto.
Y eso me da mucha pena ajena.
Porque si allá me daban más bien la risa loca esas supuestas broncas entre el América y el Guadalajara, entre los que viven en la capital y los de Monterrey, pues mira: eso es moco de pavo comparado con la 'unión' que quesque hay aquí.
… y con todos ustedes: ¡Agosto!
Esa es la frase para presentar a alguien, por cierto, siempre incluye el 'todos'. Bueno, pues eso: llega agosto y con este bendito, ardiente mes, aquí cambian las cosas ¡muy mucho! Lo primero es que -aunque han empezado en julio- la gran mayoría de pueblos de España celebran sus fiestas, lo cual básicamente significa ferias con juegos mecánicos -la última vez que fui costaba dos euros subirse a lo que hubiera-, puestos de comida (no, nada de garnachas, sorry: aquí la vitamina 'T' no es conocida; lo más cercano a las Américas son hot-dogs, lo demás son montaditos -pedazo de pan con algo en general incomible para servidora, así que imagínense-, cerveza al por mayor y cosas a las brasas -mejor no especifico-); qué más, a ver: ¡música, claro, música! Orquestas que tocan los grandes éxitos del cretásico, el jurásico y del mes pasado; a veces hay importantes artistas que cierran el evento, culminando, siempre, con fuegos artificiales, normalmente a media noche. Te lo pasas muy bien, en general, primero porque ya no hace ese calor sofocante de día, segundo porque siempre te encuentras gente y tercero... pos porque sí. Los jóvenes, por supuesto, aprovechan para hacer 'botellón', que traducido al mexicano es una como reunión multitudinaria donde sólo se va a agarrar la peda. Llevan sus botellas, vasos y cocas en bolsas de plástico (todo tamaño gigante) y mezclan con singular alegría.
Si estás en la playa, ¡divino de la muerte! Si no, pues a aguantar lo mejor posible. Los kioskos de prensa se escalonan, con lo cual para comprar el periódico tienes que controlar cuál está abierto y cuándo cierra por vacaciones... oye, porque todos se merecen un descansito luego de trabajar un año entero ¿no? Que una cosa es que el país esté en franca crisis y otra que uno se tenga que quedar con estos calores... cierran las tiendas pequeñas, los súpers pequeños, las peluquerías, las papelerías, las panaderías, todo lo que termine en ías.
En la tele sólo hay relleno en cuanto a películas y repiten series viejas -o como House, que mientras vienen los nuevos capítulos están dale que te pego con los anteriores-, y presentadores (sí, así se dice) que suplen a los titulares, que también tienen que descansar. Hay estrenos en los cines -algo relativamente nuevo, que antes había que esperar a la Navidad para ver la nueva de Disney- y el negocio, por lo que he leído, no va nada mal. La entrada vale 7 euros.
Agosto es el mes donde sabes quién es turista y quién es local: la gente que anda a mediodía caminando mientras sudan el bofe, ya no hace falta ni observar si traen cámara, o zapato cómodo o abanico: son turistas, seguro.
… porque la tele, ay, la tele
¿Se acuerdan que hace algunos meses inició la televisión digital terrestre? 25 canales gratis más otros de pago, más la opción tradicional que es como Cablevisión, también con paquetes. Bueno, pues eso es igual que allá: puedes darle la vuelta completa al mando a distancia (que sí, pues, el control remoto) y no hay nada que ver... cielos.
En la tele 'abierta' las mañanas se dedican a magacines, donde se comentan todo tipo de cosas, desde cómo cocinar un cordero con bechamel y ajos, salud, temas de famosos y demás, y uno que otro programa de tertulia política. A medio día se ven los telediarios, incluido su espacio de deportes, más o menos de 5 minutos, cuatro de los cuales son para el futbol, y lo demás para los otros pobres atletas que no patean un balón, ciclismo si es temporada, tenis si está Nadal, coches si está Alonso, ya me entienden.
Por la tarde no hay nada, prácticamente nada que no atente contra tu salud mental. Los programas son magacines también, pero de temas del corazón o 'rosas': quién se casó o se descasó, demandas, embarazos, chismes baratos y llenos de morbo... que sin embargo les generan muchísimo dinero a los interesados ¡cobran un chingo por ir a decir que ya no andan con fulano o zutana, por airear los trapos sucios, por discutir en pantalla! Patético.
En la noche ya se pone mejor, hay programas de concurso muy divertidos como 'Pasapalabra' o 'Password' y las series que supongo allá se ven (¿les había dicho que aquí le dicen Horatio al de CSI Miami? Pues sí). Y todas las películas que se puedan imaginar, siempre dobladas. La verdad es que ahora mismo ya no lo sé de cierto si sigue pasando, pero antes, allá en el otro siglo, el programa más visto en el día era el de un cocinero vasco muy simpático y original, Arguiñano; y los viernes tarde, nada menos que la película porno (porno, porno) que emitía Canal +, con la pequeña salvedad de que sólo se podía ver si estabas suscrito al cable y si no, se veía codificada ¡aún así era el espacio más visto! Ah, y por supuesto, en todos sus horarios, el clima ¡es el rey de audiencia! Le atinan con la misma gracia que un borracho el váter, pero cuando les sale bien se sigue casi con religiosidad.
Y como va a empezar por ochentava vez un capítulo de la temporada 6 de House, me voy.
viernes, 23 de julio de 2010
Miau
¿Que si me gustan los animales? Sí ¡mucho! ¿Que cuáles? Pues todos.
Bueno, en realidad no todos. Más bien bastantes. O algunos... Igual diría que unos pocos. Deja pienso: los que me parecen alucinantes y preciosos (del National Geographic o el zoológico) y los demás, esos que me dan ataques de más bien pavor en vivo y a todo color, que pueden ser, por ejemplo y sin pensar, que tengan alas, sin importar tamaño, origen o especie: que la sola idea de que me aleteen cerca me pone a sudar frío... y ya ni hablemos de los bichos, que soy capaz de salir huyendo como si me quisieran vender el Atalaya. Sí, amigos y vecinos, he llegado al extremo de salirme con lo puesto y no volver en horas hasta que mi caballero andante se asegura que la despistada abeja que entró por la ventana o bien ha desaparecido o ha caído infartada tras mis gritos; que eso no quita que admire la belleza y utilidad del animalito.
Digo, si se trata de tener animal de compañía, en mi top ten, sí, ya, qué aburrido, se pelean el primer lugar los guaus y los miaus... Eh, que también me gustan los toros y las serpientes, pero ni en sueños de ácido tendría uno a menos de 40 metros. O caballos. O koalas. Y mira, gatos son los que siempre he tenido: finos, elegantes y aerodinámicos, mezcla exacta de fiereza y suavidad, curiosos y llenos de vida, cariñosos. Pero muy suyos.
Porque ellos te adoptan. Deciden que les gustas (o te soportan, a ver) y te permiten que compartas su espacio y su vida. Mi debut fue con una gata multicolor, salida de quién sabe dónde, que se tuvo que tragar un primer nombre, África, producto de la ensoñación de mi época “Lágrimas y Risas” -desvarío para otro día-, para pasar a llamarse algo que sonaba como a Cushita, igual porque así me pelaba un poco -o le sonaba menos ignominioso que el del continente. Vivía en casa, dormía a mi lado y comía 5 pesos de carne molida -que me daba mi apá- diariamente. Y lista ella, pasaba de mis hermanos, que no al contrario. Supe que había tenido mucha suerte pues mi gata no mordía ni arañaba y siempre se dejaba acariciar, amén de aceptar estoica todas las barbaridades que aquellos dos le hacían, experimentos tales que incluían agua, por nombrar algo: aquí y ahora consta en actas que sólo eran niños y actuaban como tales, pero ¿por qué la receptora de esos diabólicos juegos tenía que ser mi gata? Ella siempre aguantó vara, supongo que el menú tiraba mucho, aunque en el fondo de mi corazón sentía que lo hacía porque me quería.
Cuando salió con su Domingo Siete -mi apá dixit-, yo no me enteré sino hasta la mera hora. Se hizo mayor sin que me diera cuenta y una bonita noche de verano va y empieza a tener su descendencia ¿dónde iba a ser? En mi cama, claro. El susto inicial de escuchar esa especie de quejidos-maullidos a la vez que sentía algo húmedo en las pantorrillas, se saldó con un bicho pequeño y húmedo que saqué de debajo de las mantas con franco asco y... procedí a tirar por la ventana del baño. A la mañana siguiente, corrieron a la escuela a decirme que la gata estaba teniendo ¡montones! de gatitos y que, la cosa más rara, había uno bajo la ventana del baño ¡vivo! Al día de hoy, ese sentimiento dietético (es que me acuerdo y la tripa se me sume tanto que hasta parece que pierdo kilos) ¡mira que hasta el parto le interrumpí a la pobre, que me seguía desesperada mientras yo, con el brazo estirado lo más lejos de mi cuerpo, me deshacía de ese supuesto ratón que la muy ladina había traído a mi recámara! Pero hubo final feliz, sin embargo: fueron seis en total, incluyendo al expatriado a fuerzas, que luego fue el más consentido, con su gran cabeza y su cuerpo menudo; recibieron nombres de grandes ladrones de la historia (¿?) ¡y además se acomodó el padre, por los cuernos de una vaca! Que sólo venía, comía y se piraba, claro. Vivían en una caja, en el mini-patio de mi casa allá en la Unidad.
No me pude despedir de ellos -ooootro delirio más, e igual y ni sale nunca-, y supe después que todos habían pasado a mejor vida tras ser atacados a pedrada vil por los gañanes de la unidad, que les debió haber parecido divertidísimo y facilísimo dado que, excepto el padre, todos estaban acostumbrados a los humanos y no sentían ningún miedo. Muy triste, la verdad. Mejor paso a otra cosa.
A la Tita la trajo mi primogénita, directa y sin escalas desde las costas de Guerrero, cuando no tenía más de unas semanas de vida. Que estaba abandonada, dijo ella. Y sin avisar la instaló. Era una gata de apariencia normal, pero pasaba mucho tiempo sola y si la dueña le hacía caso -cuando se lo hacía- era lo mismo que cualquier aumento de sueldo: una miseria. Resultó rezongona y medio agresiva, y las huellas de sus “juegos” -salir de la nada corriendo, atacar las pantorrillas y huir, todo en un instante- nos tenían a las dos aparte de bastante hartas, bastante marcadas. Y encima escondida, porque estaban más que prohibidos los animales allá donde vivíamos. Luego decidimos operarla, ya saben, para evitar un Domingo Siete, y la llevamos a una clínica del Seguro, de humanos, sí, pero es que afuera estaban los veterinarios que 'por la voluntad' se encargaban del tema. Anti higiénico, lleno de polvo, sobre cartones para el post-operatorio, ni una medicina para paliar sus dolores, que tuvo, y muchos: yo tenía el corazón en un puño. La chica se convirtió entonces en el reclamo del nuevo barrio, con serenatas a las dos de la mañana y gatos por todos lados haciendo guardia. Que sepa, ella está bien, se quedó con un amigo cuando se vino la nueva mudanza, esta vez de continente.
Y aquí pasó el más reciente encuentro cercano del tercer tipo. Me acerqué a la Casa de Acogida de Animales Los Cantiles, barrio de Rivas Vaciamadrid, gracias por participar, y dos cosas pasaron: la primera, que estaba Telemadrid grabando un programa sobre el barrio y la adopción de animales y la segunda es que él estaba ahí, ya esperándome, entre más o menos otros 15 primos y parientes. Acepté que me grabaran porque no había nadie más -¡qué oso!- y luego entré a la gran jaula donde estaban echando relajo. Él se me acercó, me dejó cogerlo y luego se acomodó contra mi pecho -fácil ¿no? habida cuenta de las dimensiones...-; en mi eterna manía de bautizar todo lo que se me atraviese, le vi cara de Suso y así quedó. Eso fue hace poco más de un año.
Suso juega a traer su pelota o su peluche favorito una y otra vez, camina a mi lado o corretea a mi alrededor en la calle; acerca despacito hasta poner su cabeza contra la mía, un momento sólo; se acurruca en el hueco de mi brazo para dormir o inicia la mañana tirándome cosas a la cabeza cuando ya quiere que me levante; operado está, en una clínica donde lo trataron como rey y no sufrió lo más mínimo: que sí, que es un consuelo saber que no andará por ahí persiguiendo y preñando gatitas decentes, qué quieren que les diga: pero también es un alivio que el instinto de marcar su territorio también se haya quedado en el limbo. Claro, a veces recuerda que es gato, o se cree niño, y ya puedes llamarlo hasta el cansancio que vendrá cuando buenamente quiera; o le da igual que sólo hayas dormido 4 horas, que hay que empezar a jugar.
Ah, pero esas alegrías que te dan los hijos: la primera vez que se zampó un bicho volador -hasta se le perdonó que jugara con la comida; cuando trajo a su primer amigo -sin avisar- a casa; o la primera vez que usó su cajón de arena; ¡la primera noche que no volvió a dormir! -porque antes de eso, arrastrando además a mi insuperable charro, salimos a buscarlo a las dos de la mañana y lo trajimos de vuelta más que a rastras...
Sí, creo que de gatos va mi vida.
Bueno, en realidad no todos. Más bien bastantes. O algunos... Igual diría que unos pocos. Deja pienso: los que me parecen alucinantes y preciosos (del National Geographic o el zoológico) y los demás, esos que me dan ataques de más bien pavor en vivo y a todo color, que pueden ser, por ejemplo y sin pensar, que tengan alas, sin importar tamaño, origen o especie: que la sola idea de que me aleteen cerca me pone a sudar frío... y ya ni hablemos de los bichos, que soy capaz de salir huyendo como si me quisieran vender el Atalaya. Sí, amigos y vecinos, he llegado al extremo de salirme con lo puesto y no volver en horas hasta que mi caballero andante se asegura que la despistada abeja que entró por la ventana o bien ha desaparecido o ha caído infartada tras mis gritos; que eso no quita que admire la belleza y utilidad del animalito.
Digo, si se trata de tener animal de compañía, en mi top ten, sí, ya, qué aburrido, se pelean el primer lugar los guaus y los miaus... Eh, que también me gustan los toros y las serpientes, pero ni en sueños de ácido tendría uno a menos de 40 metros. O caballos. O koalas. Y mira, gatos son los que siempre he tenido: finos, elegantes y aerodinámicos, mezcla exacta de fiereza y suavidad, curiosos y llenos de vida, cariñosos. Pero muy suyos.
Porque ellos te adoptan. Deciden que les gustas (o te soportan, a ver) y te permiten que compartas su espacio y su vida. Mi debut fue con una gata multicolor, salida de quién sabe dónde, que se tuvo que tragar un primer nombre, África, producto de la ensoñación de mi época “Lágrimas y Risas” -desvarío para otro día-, para pasar a llamarse algo que sonaba como a Cushita, igual porque así me pelaba un poco -o le sonaba menos ignominioso que el del continente. Vivía en casa, dormía a mi lado y comía 5 pesos de carne molida -que me daba mi apá- diariamente. Y lista ella, pasaba de mis hermanos, que no al contrario. Supe que había tenido mucha suerte pues mi gata no mordía ni arañaba y siempre se dejaba acariciar, amén de aceptar estoica todas las barbaridades que aquellos dos le hacían, experimentos tales que incluían agua, por nombrar algo: aquí y ahora consta en actas que sólo eran niños y actuaban como tales, pero ¿por qué la receptora de esos diabólicos juegos tenía que ser mi gata? Ella siempre aguantó vara, supongo que el menú tiraba mucho, aunque en el fondo de mi corazón sentía que lo hacía porque me quería.
Cuando salió con su Domingo Siete -mi apá dixit-, yo no me enteré sino hasta la mera hora. Se hizo mayor sin que me diera cuenta y una bonita noche de verano va y empieza a tener su descendencia ¿dónde iba a ser? En mi cama, claro. El susto inicial de escuchar esa especie de quejidos-maullidos a la vez que sentía algo húmedo en las pantorrillas, se saldó con un bicho pequeño y húmedo que saqué de debajo de las mantas con franco asco y... procedí a tirar por la ventana del baño. A la mañana siguiente, corrieron a la escuela a decirme que la gata estaba teniendo ¡montones! de gatitos y que, la cosa más rara, había uno bajo la ventana del baño ¡vivo! Al día de hoy, ese sentimiento dietético (es que me acuerdo y la tripa se me sume tanto que hasta parece que pierdo kilos) ¡mira que hasta el parto le interrumpí a la pobre, que me seguía desesperada mientras yo, con el brazo estirado lo más lejos de mi cuerpo, me deshacía de ese supuesto ratón que la muy ladina había traído a mi recámara! Pero hubo final feliz, sin embargo: fueron seis en total, incluyendo al expatriado a fuerzas, que luego fue el más consentido, con su gran cabeza y su cuerpo menudo; recibieron nombres de grandes ladrones de la historia (¿?) ¡y además se acomodó el padre, por los cuernos de una vaca! Que sólo venía, comía y se piraba, claro. Vivían en una caja, en el mini-patio de mi casa allá en la Unidad.
No me pude despedir de ellos -ooootro delirio más, e igual y ni sale nunca-, y supe después que todos habían pasado a mejor vida tras ser atacados a pedrada vil por los gañanes de la unidad, que les debió haber parecido divertidísimo y facilísimo dado que, excepto el padre, todos estaban acostumbrados a los humanos y no sentían ningún miedo. Muy triste, la verdad. Mejor paso a otra cosa.
A la Tita la trajo mi primogénita, directa y sin escalas desde las costas de Guerrero, cuando no tenía más de unas semanas de vida. Que estaba abandonada, dijo ella. Y sin avisar la instaló. Era una gata de apariencia normal, pero pasaba mucho tiempo sola y si la dueña le hacía caso -cuando se lo hacía- era lo mismo que cualquier aumento de sueldo: una miseria. Resultó rezongona y medio agresiva, y las huellas de sus “juegos” -salir de la nada corriendo, atacar las pantorrillas y huir, todo en un instante- nos tenían a las dos aparte de bastante hartas, bastante marcadas. Y encima escondida, porque estaban más que prohibidos los animales allá donde vivíamos. Luego decidimos operarla, ya saben, para evitar un Domingo Siete, y la llevamos a una clínica del Seguro, de humanos, sí, pero es que afuera estaban los veterinarios que 'por la voluntad' se encargaban del tema. Anti higiénico, lleno de polvo, sobre cartones para el post-operatorio, ni una medicina para paliar sus dolores, que tuvo, y muchos: yo tenía el corazón en un puño. La chica se convirtió entonces en el reclamo del nuevo barrio, con serenatas a las dos de la mañana y gatos por todos lados haciendo guardia. Que sepa, ella está bien, se quedó con un amigo cuando se vino la nueva mudanza, esta vez de continente.
Y aquí pasó el más reciente encuentro cercano del tercer tipo. Me acerqué a la Casa de Acogida de Animales Los Cantiles, barrio de Rivas Vaciamadrid, gracias por participar, y dos cosas pasaron: la primera, que estaba Telemadrid grabando un programa sobre el barrio y la adopción de animales y la segunda es que él estaba ahí, ya esperándome, entre más o menos otros 15 primos y parientes. Acepté que me grabaran porque no había nadie más -¡qué oso!- y luego entré a la gran jaula donde estaban echando relajo. Él se me acercó, me dejó cogerlo y luego se acomodó contra mi pecho -fácil ¿no? habida cuenta de las dimensiones...-; en mi eterna manía de bautizar todo lo que se me atraviese, le vi cara de Suso y así quedó. Eso fue hace poco más de un año.
Suso juega a traer su pelota o su peluche favorito una y otra vez, camina a mi lado o corretea a mi alrededor en la calle; acerca despacito hasta poner su cabeza contra la mía, un momento sólo; se acurruca en el hueco de mi brazo para dormir o inicia la mañana tirándome cosas a la cabeza cuando ya quiere que me levante; operado está, en una clínica donde lo trataron como rey y no sufrió lo más mínimo: que sí, que es un consuelo saber que no andará por ahí persiguiendo y preñando gatitas decentes, qué quieren que les diga: pero también es un alivio que el instinto de marcar su territorio también se haya quedado en el limbo. Claro, a veces recuerda que es gato, o se cree niño, y ya puedes llamarlo hasta el cansancio que vendrá cuando buenamente quiera; o le da igual que sólo hayas dormido 4 horas, que hay que empezar a jugar.
Ah, pero esas alegrías que te dan los hijos: la primera vez que se zampó un bicho volador -hasta se le perdonó que jugara con la comida; cuando trajo a su primer amigo -sin avisar- a casa; o la primera vez que usó su cajón de arena; ¡la primera noche que no volvió a dormir! -porque antes de eso, arrastrando además a mi insuperable charro, salimos a buscarlo a las dos de la mañana y lo trajimos de vuelta más que a rastras...
Sí, creo que de gatos va mi vida.
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